Entrevista > Miguel Ángel Marcos / Párroco de La Nucía (Orihuela, 22-mayo-1986)
El pasado día 9 de septiembre Miguel Ángel Marcos cumplió su primer año como párroco de La Nucía. En este tiempo de aclimatación, este todavía muy joven cura oriolano ha tenido que conocer a fondo la sociedad a la que sirve con interés sincero. Ahora, a las puertas de las que serán sus segundas fiestas patronales de San Rafael y el Santísimo, es un buen momento para hacer balance de esos doce meses y de lo que todavía está por venir.
Llegaste a la plaza de La Nucía hace poco más de un año, un 9 de septiembre de 2023. ¿Qué tal ha ido?
¡Ya hemos dado la vuelta al curso! Han sido meses de conocer a la gente, el pueblo, las tradiciones y de lo más importante: aprender. Uno se tiene que ‘inculturizar’, se tiene que meter… En definitiva, se tiene que hacer un nuciero más. Ha sido un año muy bonito.
¿Es fácil hacerse nuciero?
Al final, ese primer año es dejarte querer y dejar que te enseñen. Luego, ya tendrás tú el tiempo de aportar, pero lo primero es conocer, saber la razón por la que las cosas se hacen de una manera o de otra. Además, hay que estar dispuestos a continuar, a coger ese testigo que me ha dejado el anterior párroco y continuar el trabajo.
«El primer año es dejarte querer y dejar que te enseñen. Luego, ya tendrás tú el tiempo de aportar»
¿Qué le pide Miguel Ángel Marcos a Dios?
Algo que creo que, por mi fe y por ser sacerdote, es esencial: que nos acerquemos a él. Pienso que estamos en un tiempo en el que Dios no está muy presente en la sociedad y eso se ve reflejado.
Tenemos también la mala costumbre de que cuando desplazamos a Dios a un lado, nos ponemos nosotros primero. Muchas veces vemos cómo los egoísmos y la ambición desmesurada nos llevan a guerras, a conflictos, a mentiras. Considero que es algo que vemos todos y que nos llama, por lo menos, la atención.
Este mes se celebran las Fiestas de San Rafael y el Santísimo. Eso que acabas de decir me lleva a pensar en esas fiestas (u otras) como un momento de comunión social. Parece que olvidamos diferencias y celebramos algo juntos. Y las fiestas, al menos en España, tienen muchas de ellas un trasfondo religioso. ¿Son una herramienta para luchar contra ese individualismo que comentas?
Claro, por supuesto. Es muy importante conservar ese origen de la fiesta. Es algo que recordé durante la celebración de San Vicent, allí en El Captivador. Fue, precisamente, el tema que traté en mi homilía. Muchas veces celebramos San Vicent, a San Rafael, la Asunción… pero ¿por qué los celebramos? Pues porque son referentes de fe para nosotros.
Es decir, todo un pueblo, durante muchísimos años, los han venerado y han aprendido de eso. Es algo que, por lo tanto, no se puede olvidar. En las Festes d’Agost le dije al pueblo de La Nucía que no nos tenemos que quedar en ser festeros, sino que hemos de ser festeros haciendo fiesta en honor a nuestros patrones.
«A Dios le pido algo que creo que, por mi fe y por ser sacerdote, es esencial: que nos acerquemos a él»
¿Hay competencia, en el buen sentido de la palabra, entre la fe y el ocio cuando llegan las fiestas?
(Ríe) Digamos que en el tiempo en el que vivimos, uno se deja llevar y ya está. Parece que cuesta comprometerse con la fe, con la comunidad de vecinos, con las asociaciones del pueblo… Muchas veces hablas con la gente y dice: ‘no, yo ahí no me meto’.
Pienso que el compromiso, a día de hoy, está un poquito resentido y claro, es mucho más fácil el ocio, el dejarse llevar, el reírse y ya está. Pero creo que la vida no es sólo ocio y alegría, lo que todos queremos, sino que también hay que afrontar muchos otros momentos.
Cuando hablamos de fiestas en los medios de comunicación, casi siempre lo hacemos con los mayorales y aquellos que se dedican a organizar los actos lúdicos. Ellos siempre nos dicen que es un trabajo de muchos meses. Al párroco, ¿cuánto tiempo le lleva preparar unas fiestas como las de San Rafael y el Santísimo?
Pasa un poco lo mismo. Aunque los actos centrales son los de los días de fiesta y los próximos a ellas, como párroco trabajas diariamente con toda la gente para que todo eso no se quede simplemente en unos días de encuentro, de comer juntos y de tomar una cerveza. Sino para que sean días de reflexión y para que la gente se acerque al Señor y se prepare.
Hace unos días empezábamos la novena de San Rafael y le decía a la gente que sí, que todos sabemos que tenemos que preparar ‘lo externo’; pero esto también nos tiene que afectar a nivel interno, en el alma, en el corazón.
Siempre digo que cuando nos hacemos una herida, esa herida sangra y te la tienes que curar. Pero muchas veces llevamos heridas en el corazón, en el alma, cosas que nos han pasado. Y esas no sangran, al menos, en apariencia, pero también hay que curarlas y encontrar esa paz en el Señor.
«Muchas veces vemos cómo los egoísmos y la ambición desmesurada nos llevan a guerras, a conflictos, a mentiras»
Te lo preguntaba porque supongo que el año pasado, al haber llegado en septiembre, te encontrarías mucho trabajo hecho por tu predecesor. ¿Este año va a haber un sello más personal en tus homilías y oficios?
No es que uno se encuentre el trabajo medio hecho o muy hecho, sino que uno coge un testigo de lo trabajado y a partir de ahí continúa. Este año, como novedad, hemos hecho la novena de preparación para estos días de fiesta en la ermita de San Rafael.
Antes se hacía en la parroquia, después de la fiesta, y este año se ha pretendido dar un poquito más de difusión e invitar a la gente a subir a la ermita de San Rafael los días previos a la fiesta, porque la gente siempre responde a ese lugar con cariño y devoción. Vamos poniendo pequeños granitos de arena. El único fin es ese: que la gente crezca un poquito cada día más en la fe.
Más allá de bodas, bautizos, comuniones, entierros y misas diarias, ¿qué hace un párroco? Si te soy sincero, me está viniendo una palabra a la cabeza: psicólogo.
Sí. Hay una cosa que le escucho mucho a los chavales y es que un párroco es 24/7. Un párroco intenta ser ese padre espiritual, ese pastor. Celebrar la eucaristía o un entierro es una cosa más en ese trabajo, en ese servicio que se hace a la comunidad.
Hay enfermos que visitar, hay niños a los que transmitir la fe, hay siempre personas que te vienen pidiendo consejo, que necesitan confesar, que necesitan también soltar muchos lastres. Un párroco está encargado no sólo de lo espiritual, sino también del templo y todo lo que eso conlleva.
«En las Festes d’Agost dije que no solo somos festeros, sino que hemos de ser festeros haciendo fiesta en honor a nuestros patrones»
El primer día de las fiestas, el 16 de noviembre, se celebra la fundación de la parroquia. Cuéntame algo de esa historia.
Hubo un tiempo en el que La Nucía, igual que la propia parroquia, pertenecía a la baronía de Polop. Por lo tanto, lo que estamos celebrando es que hubo un día en el que se trasladó el Santísimo de la parroquia de Polop a la parroquia de La Nucía. Digamos que ya no dependía directamente de ese párroco que venía a celebrar la misa o que traía la comunión, sino que el Señor pasó a ser un vecino más de La Nucía.
Por lo tanto, así es como me gusta decirlo a mí, lo que celebramos es que hubo un día en el cual el Señor estaba presente y permanentemente en el Sagrario de la parroquia.
¿Has tenido alguna crisis de fe?
(Piensa) A día de hoy, crisis de fe grande, no. Como tantas otras personas, fui bautizado, tomé la comunión y ahí llegó un vacío en la fe. No practicaba y fue a los dieciséis años cuando el Señor se cruzó en mi vida, y también esa llamada al sacerdocio y demás.
Hasta ahora no puedo decir que haya tenido esa crisis de fe. Pero sí, hay días malos, momentos de dificultad, problemas o personas a las que tienes que ayudar que te implica un sufrimiento. También es cierto que sólo son trece años de sacerdote y que uno también tiene que intentar poner los medios para cuidar esa fe.
«Un párroco intenta ser ese padre espiritual, ese pastor. Celebrar la eucaristía o un entierro es una cosa más en ese trabajo»
¿Cómo es el momento de sentir la llamada? Lo digo porque imagino que es un proceso, que no es que uno esté comiendo pipas en un banco y, de repente, decida irse al seminario.
Efectivamente. En mi caso, es un proceso que duró dos años. Siempre digo que estuve dos años diciéndole que no al Señor. Me resistía. Es decir, la vocación sacerdotal, el Señor, puso patas arriba mi vida. Hasta entonces, yo estaba estudiando un bachiller de ciencias. Quería ir por la rama de la fisioterapia, la enfermería…
Es curioso, vocación de servicio también.
Es cierto. Pero en ese momento el Señor se cruzó y surge esa pregunta: ‘¿y por qué no?’.
¿Por qué no?
Conoces a un sacerdote, le planteas tus inquietudes. Recuerdo que yo intentaba que él me respondiera a la pregunta ¿me voy al seminario? y él siempre me decía que esa pregunta la tenía que responder yo. Pero entonces volvía, y le preguntaba ¿me ves de cura?” y él: esa pregunta la tienes que responder tú. No me daba la respuesta, pero me acompañó y me ayudó a encontrarla.
«Fue a los dieciséis años cuando el Señor se cruzó en mi vida y la puso patas arriba»
En un momento de tanta polarización social en todos los sentidos, y en el que parece que todo se resume en un ‘estás conmigo o contra mí’, uno se pregunta si es posible encontrar algún punto de encuentro en el que, al menos, podamos discutir sin enfrentamientos. ¿Sucede también con la religión? ¿Notas que el ‘soy creyente’ o ‘no soy creyente’ levanta barreras?
Considero que es una de las cosas que se está trabajando desde la Iglesia y en la que el Papa Francisco insiste mucho en este tiempo de su pontificado. Dice que la Iglesia tiene las puertas abiertas, lo que pasa es que muchas veces podemos pensar que tener las puertas abiertas es cambiar toda la historia, todo el Evangelio, todo lo que no me gusta, todo aquello en lo que no estoy de acuerdo. Y no es eso.
Creo, y así también intentamos vivirlo desde la parroquia y desde nuestra diócesis, en la importancia de anunciar el Evangelio. Al final, a lo que estamos llamados es a que otros crean en el Señor. Y no olvidemos que él nos habla de radicalidad evangélica, es decir, que no digamos medias verdades, sino que tenemos que anunciar el Evangelio.
¿Cómo podemos fomentar un diálogo respetuoso entre diferentes creencias sin que surjan rivalidades?
En la sociedad, hoy en día, cada uno dice lo que piensa con total libertad y los cristianos no hemos de tener miedo tampoco en decir y en transmitir en lo que creemos, que es el Evangelio. Es cierto que muchas veces eso crea rivalidades, pero pienso que no debería ser así. Al final, hay que preguntarse: ¿qué te puedo dar? Te puedo dar el Evangelio. Y si tú no lo quieres, podemos ir a tomarnos un café y ya está, no hace falta discutir.