Canturrea. Lleva los clavos en la boca, como si nada, y el martillo doblador en una mano. Con la otra prepara el calzado para montarlo o para repararlo. El taller huele a cuero y cola. Prepara la horma. Cerca tiene todo tipo de materiales prestos a ser usados. El delantal está manchado, el cuerpo denota cansancio, pero la mirada es de quien, en su oficio, se las sabe todas.
La imagen nos retrotrae a aquellos zapateros de las ilustraciones de cuentos de la infancia. Hasta nos recuerda al carpintero Geppetto, el del muñeco Pinocho, y quizá no sea la más correcta, que en la profesión aún hubo clases. Algo que sabían muy bien desde el gremio de ‘sabaters’, de zapateros, de València. El que mandaba en el Regne, el Reino. Al fin y al cabo, fueron unos adelantados.
El Siglo de Oro
En pleno Siglo de Oro valenciano (en realidad dos centurias, XIV y XV), con la ciudad de València convertida en uno de los grandes puertos de la Ruta de la Seda (un racimo de ellas en verdad, que enganchó al ‘cap i casal’ desde la Baja Edad Media, época de su bicentenario dorado), las distintas artes y oficios iban a precisar de asociaciones interprofesionales.
Como el importantísimo gremio de ‘velluters’ (terciopeleros o sederos, quienes trabajaban con ‘vellut’, tejido de fibra o pelo natural), oficializado en 1479. Pero antes iban a llegar los zapateros. Que de calzado precisa todo el mundo. Inmediatamente tras la constitución del Regne de València, en 1238, arrancaba como tal. También iba a ser el primero en tener ‘casa’ propia.
En 1242 el Conquistador les concedía tierras y ‘obradors’
Premio de Jaume I
Fue el mismísimo rey Jaume I (1208-1276) quien en 1242 les concedía tierras y ‘obradors’. El monarca, de hecho, ya había comenzado las anotaciones que correspondían, desde julio de 1237 a junio de 1245 (al menos en la copia conservada, que incluye también un añadido referido a 1252), en el ‘Llibre del Repartiment de València’ (libro de repartimientos). En este reparto hay espacio físico, y con el tiempo hasta una calle, como en otros gremios.
Aún hoy se puede pasear por el carrer o calle dels Sabaters, a poco más de cuatro pasos de las Torres de Serranos y unos cuantos más, pero no demasiados, del Palau o palacio de la Generalitat y de la catedral, la Seu. Allí, aparte de, lógicamente, la casa gremial, también abundaron los establecimientos del sector, que iba a vivir un considerable empuje década tras década.
A los artesanos y pequeños comerciantes les tocaría la baja burguesía
Cambio de era
El asunto, veíamos, había comenzado en una época bien remota, el siglo XIII, en la plena Edad Media (desde el XI hasta la citada centuria). Bien, la Edad Media (siglos V al XV) iba a virar a la Edad Moderna (XV al XVIII), diluyendo el Antiguo Régimen, el feudalismo, un sistema piramidal basado en el vasallaje (vínculos de dependencia y fidelidad de una persona hacia otra).
Para ello, desde la base (los esclavos o siervos) se iban estableciendo una serie de contratos con el estamento superior en busca de protección y techo. No en esa base, pero sí un poco más arriba, se encontraban los artesanos, en talleres que eran también viviendas, donde se entraba de aprendiz y se ascendía luego a oficial, con lo que podías tener casa propia pero no taller.
Había asistencia médica y hasta se costeaban los entierros
Pequeños burgueses
¿Y cuándo podías disponer de tu propio puesto laboral? Cuando, mediante examen del gremio, podías ascender a maestro artesano (de allí viene el concepto posterior de los cursos de maestría, que han derivado en el caro máster, porque dicho en inglés suena, por lo visto, más importante). Para ello, resultaba imprescindible la existencia de los gremios, las agrupaciones de todas las personas que practican un determinado oficio, permitiendo su organización interprofesional.
Para el desarrollo floreciente de estos, la creación y crecimiento de las ciudades resultaría fundamental, así como de una nueva clase, la burguesía (por los burgos, nuevos barrios en las ciudades, al principio fortificados, donde asentaban artesanos y comerciantes). Una urbanización que creaba nuevos estratos sociales: a los artesanos les tocaría, junto a funcionarios, militares de rangos medio y bajo y pequeños comerciantes, la baja burguesía.
La decaída
El gremio de ‘sabaters’ valenciano no dejó de tener notable poder, pero también mil trifulcas contra otros oficios, e incluso el propio, contra los gremios ‘extranjeros’, incluyendo en esto hasta a los otros de la Corona de Aragón (1164-1707), a la que pertenecía el Reino valenciano. En el siglo XIV se regulaba la separación entre maestros (‘prohòmens maestres’) y sus subordinados (‘jóvens costures’, que acabarían teniendo su propia asociación).
Y también entre zapateros fabricantes y remendones. En 1392, se aprobaron sus estatutos, corregidos y extendidos en 1402. Había asistencia médica, se costeaban los entierros (incluso a un maestro ‘extranjero’ si fallecía por aquí) y se expulsaba a quien no cumpliese las rígidas normas vitales y económicas. Pero el gremio languideció a lo largo del siglo XVIII, incapaz de adaptarse a las sucesivas leyes. ¿Y el zapatero de la entradilla? A lo suyo.