Todo desastre, más allá de la empatía que se nos supone como seres humanos mentalmente sanos, sobre todo cuando las víctimas se cuentan por centenares, concita curiosidades varias. La catástrofe sobrevenida por estas tierras, en estos tiempos de redes sociales, ha espoleado, entre otras, la de cuántas veces han ocurrido por la hoy Comunitat Valenciana tragedias semejantes. Y saciar esta curiosidad nos lleva necesariamente a hemerotecas, a legajos históricos.
Por Internet, o incluso por otros medios de comunicación varios, los más tradicionales también, aparecía un extracto del libro ‘Observaciones sobre historia natural del Reyno de Valencia’, impreso en 1795 en Madrid en la imprenta Real. Los vigilantes de la ortodoxia, alertas ante las ‘fake news’ (noticias falsas), saltaron enseguida, pero esta vez podían haberse ahorrado el impulso, porque el párrafo en concreto sí procede de donde dice proceder.
Aguas furiosas
En el texto reproducido, puede leerse lo siguiente (y respetemos aquí las palabras originales): “Su profundo y ancho cauce siempre está seco, salvo en las avenidas quando recibe tantas aguas y corre tan furiosamente, que destruye quanto encuentra. En 1775 causó muchísimas desgracias en Chiva, sorprehenciendo á media noche sus vecinos; asoló un número considerable de edificios, esparciendo por mas de dos leguas los tristes despojos y los cadáveres de los pobres que no pudiéron evitar la muerte”.
Está “bien escrito”, bufaron (o sea, con lenguaje ‘moderno’ para la época en que supuestamente está confeccionado). La realidad es que en las citas, aunque se reproduce una ‘captura’ del original, generalmente se han corregido esos ‘quando’ y ‘quanto’, o el ‘sorpehendiendo á’. O el ‘pudiéron’, también ese ‘mas’ al que le tocaría hoy tilde, con permiso de la Real Academia Española (RAE). Aparte de, como hicimos aquí, juntar comas, y puntos y comas, a las palabras precedentes.
El estudioso autóctono no era ningún adivino, sino un científico
Referencias digitales
Efectivamente, desde, por ejemplo, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que nos remite a la Biblioteca Digital Hispánica, proyecto de la Biblioteca Nacional de España, dependiente del Ministerio de Cultura, accedemos al facsímil digital de la obra en cuestión (a sus dos volúmenes, que se consultan no enlazadas, sino hoja a hoja). En concreto, a su página 159 (222 en la web).
Esta ya mediática referencia ha sido profusamente recogida sin citar quién hizo la primera captura de pantalla (pudiera ser del blog ‘vicentgalduf’, que además nos ofrece, en el artículo ‘El botànic Cavanilles i la rambla del Poio’, del 6 de noviembre de este año, otro facsímil digital, descargable desde la página del Real Jardín Botánico de Madrid). Porque el científico y religioso valenciano Antonio José Cavanilles (1745-1804) no era ningún adivino, sino un hombre de ciencia.
Las actas de 1321 registraban casas caídas dentro y fuera de los muros
Hombres de ciencia
En efecto, al margen algunos titulares recientemente leídos, del tipo ‘Cavanilles ya lo vio’ o ‘Cavanilles ya vio los desastres del Barranco del Poyo’, lo cierto es que estas ‘Observaciones sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia’ (1795-1797) formaban parte de una ambiciosa bibliografía que pensaba coronar con ‘Hortus Regius Matritensis’ (‘Jardín Real de Madrid’), al hacerse cargo en 1801 de esta institución.
Su muerte, un 10 de mayo, con 59 años, dejaba inconclusa esta última obra. Anotemos, por otra parte, que antes que él ya hubo otros ejemplos de inundaciones en València recogidas bibliográficamente. Por ejemplo, José Ángel Núñez Mora, de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), en el artículo ‘Crónica de las catastróficas riadas del Turia en València (I)’, para la revista ‘Tiempo y clima’ de julio de 2019, nos ofrecía varias.
Según Vicente Blasco Ibáñez, con aguas bajando negras, tocaba riada
Cartas de funcionarios
Así, quedémonos, por ejemplo, a propósito de la riada del 16 de octubre de 1321, con la carta enviada al rey Jaume II (1267-1327), conservada en el ‘Libro de actas’ de ese año (consultable en el Archivo de la Corona de Aragón), de Justicia, los Jurados y prohombres de la ciudad, hablando, en valenciano de la época, de muchas casas caídas dentro y fuera de los muros de la ciudad. Incluso “voltes dels ponts de la ciutat”.
O sea, cerca de los puentes. Siguen, en el artículo de Núñez Mora, más referencias, como la de la inundación del 28 de septiembre de 1328, en la ‘vigilia’ de San Miguel Arcángel, a propósito del Guadalviar (el Túria por sus fuentes), que “fon vengut tan gròs que derruhi é destrohí camps é derrocá cases” (se volvió tan grande que arrasó y destruyó campos y derribó casas).
También en novela
Pero no hace falta marchar tan lejos. El novelista valenciano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), en su novela ‘Entre naranjos’ (1900, adaptada en Hollywood como ‘El torrente’, ‘The torrent’, 1926), hablaba de algo que, aunque allí referido al Xúquer, sirve para la huerta valenciana en general. Al cabo, ambos ríos nacen en la misma zona y ambos alimentan la Albufera y l’Horta.
En concreto, narra que, si anunciaba torrentera por allá arriba, por las fuentes, bajaban sus aguas negras, para desesperación huertana, pero también como aviso: cuando se enojan los cielos, ambos caudales arrastran tierras, piedras y vegetación. Las oleadas de estas acabarán por provocar todas aquellas barbaridades que consignaron Cavanilles o los funcionarios reales. O que hoy captan dramáticamente las cámaras.