Un forillo de papel decorado con un cielo. Puede ser de día o de noche, pero los nocturnos se nos adaptan más a la historia. Y hay que poner el cometa, de papel de plata, como los ríos, o de plástico, incluso de aluminio, estos últimos colgados de un hilo, dando vueltas en la noche. Antes, sembrar las luces que iluminarán las maquetas de las casas. Y echar serrín o tierra.
Por supuesto, el Nacimiento, el pesebre, y que no se nos olviden los pastorcitos, los animalillos (cabras, gallinas, ocas, ovejas). Todas las figuras (el ‘caganer’, los Reyes Magos, la Sagrada Familia…). ¡Y la nieve, dónde está el corcho para la nieve! La moda (no anglosajona, sino centroeuropea) del árbol navideño, reducido ahora a un recortable pegado con fixo, antaño competía con los disfrutes de, literalmente, montar el Belén y luego ir a ver otros, a la calle.
Escaparates y calles
Aparte de los que puedan admirarse en los escaparates de comercios pequeños, grandes y medianos, las asociaciones de belenistas existentes en nuestras ciudades, también pequeñas, grandes y medianas, y hasta aldeas perdidas o encontradas, nos regalan con varios Nacimientos, en la calle o con los trabajos diseñados por varios socios, como en los dioramas que tradicionalmente presenta la Asociación de Belenistas de Alicante, surgida en 1959.
Y por supuesto, el belén municipal, el principal (aunque iniciativas con los constructores de Hogueras y Fallas los lleven a compartir honores por nuestra Comunitat Valenciana), que corre a cargo de la asociación correspondiente (que, si la ciudad es mediana o grande, también monta otro callejero). Y actividades, muchas, como la de Gandía, fundada en 2002, que cuentan hasta con pregonero.
Los jesuitas difundían los belenes como ‘herramientas pedagógicas’
Estampas bíblicas
Las asociaciones de belenistas, o sea, de constructores de belenes, sea apegados digamos que realísticamente (con más Hollywood que historia, aunque excepciones hay) a la imagen bíblica o, lo más tradicional, adoptando un costumbrismo autóctono, se encargan de imaginar, diseñar y confeccionar todos esos pedacitos de sueños, joyas que nos suelen dejar con la boca abierta, por su composición, o su detallismo, su iluminación, o su… todo.
A la Iglesia católica, en su expansión mediterránea le iba a servir mucho para apuntalar, incluso entre la parte de la feligresía alfabeta, diversas escenas bíblicas. Como en el clásico cinematográfico pionero ‘Vida y pasión de Jesucristo’ (‘La vie et la passion de Jésus Christ’, 1903) de Lucien Nonguet y Ferdinand Zecca, que, dividido en ‘estampas’, podía proyectarse entero o solo en parte, puesto que el público identificaba los pasajes vistos.
Arraigaron en las localidades españolas, y especialmente las mediterráneas
Origen entre rocas
Los belenes, pues, se acogieron a esa propiedad. Surgieron vivientes, cuando, en la Nochebuena de 1223, San Francisco de Asís (1181-1226) recreaba el Nacimiento en un santuario excavado en la roca, en Greccio, un pueblo del Lazio italiano, pleno centro peninsular. No tardaría el primero con figuras talladas: en 1258 (1252, según algunas fuentes), en el monasterio alemán de Füssen, en Baviera. Los jesuitas los difundían como ‘herramientas pedagógicas’.
En los hogares italianos, en especial los milaneses, los adoptarían cada Navidad aportando además ese toque costumbrista con el que iban a llegar a España, cuando el rey Carlos III (1716-1788) encargaba en 1760 el ‘Belén del príncipe’ al imaginero valenciano José Esteve y Bonet (1741-1802), ayudado por el alicantino José Ginés Marín (1768-1823) y el murciano Francisco Salzillo (1707-1783).
La Federación Valenciana de Belenistas se fundaba el 2 de octubre de 2016
Asociacionismos culturales
Arraigaron en las localidades españolas, y especialmente las mediterráneas, pero, además de popularizarse en los hogares, aparte de los llamémosles institucionales, encargados generalmente a imagineros, hubo quienes llevaron la afición belenista más allá del simple Nacimiento familiar: empezaron a crearse sus propios dioramas con fines eminentemente artísticos. Que acabasen por asociarse era cuestión de tiempo.
En España, en un momento en que el asociacionismo era mirado con entrecejos fruncidos, en cuestiones festivas y culturales, triunfó paradójicamente. Aunque asociaciones había antes de la Guerra Civil (1936-1939), fue durante los años cincuenta, en los prolegómenos del Desarrollismo, destinado a fomentar una clase media que dinamizase infraestructuras, cuando surgirían muchas de las asociaciones belenistas, aún en marcha, como la de València (1952, que languidecería, víctima de las modas, hasta su refundación en 1982).
Federaciones locales
La Federación Española de Belenistas, nacida en 1963, avivaría una llama que por estos pagos prendía el 2 de octubre de 2016, al fundarse la Federación Valenciana de Belenistas. Partía con buen equipo de asociaciones, como la alteana Amics del Betlem de La Marina (de 1991), la de Castelló (1996), de Gandía, Santa Rosa de Alcoy (2007, a partir de la antigua comisión del belén de la parroquia de Santa Rosa), de València o los Betlemistes de Xàbia (2007).
Y, además, para que no se diga que no somos abiertos, dos albaceteñas: la de Chinchilla de Montearagón (1997) y la almanseña Fernando Olaya (2008). Pero hay muchas más, como las de Albaida (1982), Callosa de Segura (1982), Elche (1987), Santa Pola (2009). Y eso sin contar otras asociaciones culturales que montan su Nacimiento anual. Aunque ya no se usen tanto en las casas, aún toca visitar y asombrarse; los belenistas tienen aún mucho que recrear.