ENTREVISTA > Vicente Blanes / Diseñador y artista plástico (Onil, 5-julio-1964)
Los datos oficiales le anotan a Vicente o Vicent Blanes, diseñador, dibujante y pintor, su titulación en Diseño Gráfico e Ilustración en la Escuela de Arte Superior de Alcoy. Los anecdóticos, contar con obra original y gráfica en Alemania, Argentina, España, Francia, Estados Unidos o Inglaterra. Ilustró, en los periódicos de Aquí en la provincia de Alicante, y ahora en libro, ‘Las ciudades del agua’, y prepara nueva exposición con el paisaje como fondo.
Cuando fuiste a estudiar Diseño Gráfico e Ilustración, tu familia no sabía qué ‘cosas’ estudiabas.
En el 79 el tema de las artes aplicadas, diseño gráfico, ilustración, artes finales, no era algo que se conociera demasiado; pintura, escultura, las artes mayores, sí, pero yo no tenía acceso a bellas artes, por lo mal estudiante que era y por la dificultad de ir a València, así que opté por artes aplicadas. “¿Tú crees que de hacer dibujitos de tebeos vas a ganarte el pan? ¿Eso es un trabajo?”.
Tenías que hacer maravillas para comprar material, acudir a clase…
No sé de dónde saqué tanta energía. Cuando empecé, en 1980, con dieciséis, diecisiete años, no tenía carné de conducir, iba con el bus, otro gasto más, pero las clases terminaban a las diez de la noche, desde las cinco de la tarde, y no había bus a esa hora.
Durante esos dos años -al tercero me saqué el carnet de conducir- lo solucioné con un compañero de Villena, otra compañera de Onil y mi hermana, que venía a recogernos.
Otro gasto fue el material necesario. Para afrontarlo, no utilizaba el bus para ir, me ponía a la salida del pueblo y hacia ‘autostop’. Con el dinero ahorrado, 72 pesetas, compraba, hasta donde llegaba, material y libros para las clases.
«En el 79 el tema de las artes aplicadas no era demasiado conocido»
Nada fácil.
Se complico más: me llamaron para trabajar en una de las fábricas del pueblo. Como en casa no consideraban que estuviera haciendo nada de provecho, tuve que aceptar. Al ser nocturnas las clases, ‘solo’ perdía tres horas. Cuando llegaba a casa, sobre las once de la noche, recuperaba lo que podía, porque a las siete de la mañana empezaba mi jornada de ocho horas en la fábrica.
Así estuve cuatro de los cinco años, con el gravamen de que mi falta de asistencia a muchas clases me creaba conflictos con los profesores.
Y con el título bajo el brazo, a conseguir trabajo.
De “título bajo el brazo” nada: entre mis problemas de asistencia a clase y el servicio militar, después del esfuerzo por llegar al último curso con todo al día, me faltaba tan solo la reválida, así que pedí prórroga por estudios para dejarlo todo acabado y realizar el servicio militar, con tan mala suerte que no hubo convocatoria para la reválida.
Me tuve que matricular al año siguiente. En la fecha de presentación del proyecto, no tuve permiso militar, y la Escuela no me dio otra fecha. Hasta 2008 y gracias a la intervención de Josep Albert Mestre, no pude.
«Tener título no era sinónimo de trabajo en la España de los ochenta»
Estuviste, por ejemplo, en Dénia, donde incluso ejerciste de cocinero.
En la España de los ochenta, en estos oficios, diseño, maquetación, ilustración, tener título no era sinónimo de trabajo. En mis cuarenta y tantos años de oficio, jamás me lo han pedido para adjudicarme trabajo alguno. Uno de los destinos de muchos de nosotros era en las imprentas, donde tenías un empleo estable. Tuve bastante movilidad geográfica y trabajé en Alcoy, Dénia, Ibi.
Dénia fue una etapa de mi vida especial. Con dos vidas, una el trabajo y otra… el ambiente nocturno del verano eterno, fiel acompañante-taxista de Roberto Grandi, genial cantante de tangos, en sus bolos por todos los locales que se terciaban. Trabajé en restaurantes para sacarme un extra, e incluso pintaba. Mi primera exposición fue, casi toda, pintada en Dénia.
En tu exposición ‘Paisajes sin figura’ no mostrabas personas, sino su impronta. Ahora preparas otra para este año, ¿la misma línea o renovación?
En parte. Siempre me han interesado esos paisajes sin figura, como reflejando la transformación del decorado por la mano del hombre, pero sin este, pero no descarto que de alguna manera eso cambie en ciertas obras. En algunas, de momento bocetos, el paisaje es la figura como fondo de actuación. Quizás consecuencia de que, en gran parte de mi trabajo profesional, hay figura.
«Siento vértigo de no poder disfrutar de los proyectos y depender de la tecnología»
Con la expansión de la Inteligencia Artificial y con todo el mundo como diseñador, ¿qué futuro ves?
La irrupción de la IA en mi sector, como en otros, es consecuencia lógica de lo que pasó con los primeros ordenadores. Una especie de invasión lenta que poco a poco se fue acelerando sin límite ni control. Las inversiones, en un principio caras, con el tiempo aceleraban más su amortización. Era más rentable.
En este caso, la IA es producto de esas inversiones, y las futuras soluciones milagrosas que saldrán al mercado serán cada vez más globalizadoras. Pero las generaciones actuales han nacido en la era digital y su aceptación del medio es menos conflictiva que para nosotros, con nuestros lógicos perjuicios.
En tiempos de inmediatez digital, ¿sigue siendo necesaria la cercanía a lo plasmado sobre lienzo o papel?
Para mí, fundamental, me gusta lo cercano, lo que está vivo. Nunca me ha gustado trabajar con documentación fotográfica solo, que es lo que actualmente pasa, que no hay nunca presupuesto para acciones en vivo, impidiéndonos sacar otros matices, limitando nuestra visión personal.
Creo que el verdadero cambio asesino será la velocidad que está tomando la informática, con soluciones prefabricadas en gran parte. Me da vértigo no disfrutar de los proyectos y depender casi exclusivamente de la nueva tecnología.