Me gusta muy poco esa palabra: negacionista. Pero hace un tiempo, especialmente desde la pandemia de la covid, se puso de moda para agredir a aquellos que no piensan igual. Y ya se utiliza para todo cuando alguien opina distinto.
Evidentemente cuando alguien piensa de otra forma es que hay dos opiniones, con lo cual ambos niegan lo que la otra persona expone, pero curiosamente siempre hay uno que se cree en poder de la razón, y por lo tanto el negacionista es el otro.
Por supuesto siempre se acude a teóricas evidencias, que muchas veces no son tales, son solo parte de su argumentario, pero son las válidas, claro.
Desamparo
Pero vamos a lo concreto. Si hay algo que se ha repetido en las diferentes tragedias ambientales vividas en los últimos tiempos es la sensación de abandono.
Lo repitieron los ciudadanos afectados por el volcán de La Palma, fue la queja a gritos de los afectados por la dana de València, y ha sido ahora el clamor de los damnificados por los incendios.
En todos los casos ha sido lo mismo, personas que necesitaban que llegara alguien, verse respaldados, apoyados, no sentirse solos. Esa sensación de desamparo es verdaderamente una desesperación e impotencia, que puede llegar a ser todavía mayor para esa persona que la catástrofe que le está afectando, porque contra la inclemencia no se puede luchar, pero contra la soledad sí.
Ciudadanos solidarios
No puede ser que en España tengamos un policía o militar por cada 130 habitantes (aproximadamente 245.000 policías entre todas las Fuerzas de Seguridad y 120.000 militares) y al final tengan que ser los ciudadanos, sin medios, sin conocimientos, sin ser su responsabilidad, quienes hagan las cosas por su cuenta.
En la dana lo vimos con las oleadas humanas que armadas con escobas, comida y mucha voluntad ayudaron a los afectados y, sobre todo, les dieron la esperanza de ver que no estaban solos. Con los incendios hemos visto como han creado cortafuegos ciudadanos insumisos, que no han querido abandonar sus casas, salvando así lo que tienen, lo que es su vida.
Frases ‘vacías’
Mientras, oímos esas frases manidas de siempre: no se quedará nadie atrás, vamos a aprobar muchas ayudas, etc. Lo cierto es que eso queda bien para calmar el momento y la presión, pero todavía hay personas esperando a recibir las ayudas por el caso del aceite de colza de 1981, aquel del que ya ni nos acordamos.
Si queremos ir a casos más cercanos en el tiempo, aún continúan viviendo en barracones algunas de las personas que perdieron sus casas con motivo de la erupción del volcán de La Palma.
Planes teóricos
La otra ‘rutina’ es proponer planes. Eso también se nos da genial, pero luego siempre nos encontramos que cuando llega el problema, como pasó con la covid, esos planes de emergencias, en ese caso nacional, cuya necesidad se planteó clara cuando sufrimos el riesgo por el ébola (2014), años después no estaban ni se les esperaba.
Ahora la solución parece otro plan, sabiendo que va a quedar en vía muerta, en lugar de hacer actuaciones. Por ejemplo, en el caso de València, la prevista en 2001 y olvidada presa de Cheste, pensada precisamente para inundaciones como la del barranco del Poyo.
En los incendios, la gestión previa, la limpieza de los montes; igual que en el caso de crecidas la limpieza de los cauces y riberas de los ríos. Que existe un cambio climático está claro, que se debe solucionar con gestión y prevención, también.
No soy yo, eres tú
Además, está todo un clásico en la política que no puede faltar nunca: la culpa siempre es del otro. No se decreta emergencia nacional, a pesar de que sí se llama al apoyo internacional, y la guerra es que unos dicen que no se lo han pedido y otros que no tienen porque pedirlo. ¡En serio!
Mientras, la ciudadanía desesperada por ese abandono incluso de la escucha activa, a pesar de ser en muchos casos quienes más saben del tema que se está tratando. Claro ejemplo son los agricultores, que cuentan la realidad del campo, de esos cortafuegos naturales que son los sembrados, aparte de productivos, y de las dificultades para obtener permisos actualmente.
También los ganaderos, que con su pastoreo han hecho históricamente cortafuegos naturales y a los que se les ha ido acotando enormemente el espacio, hasta acabar casi con ellos por la regulación a través de las leyes ambientales.
Extinguir no, evitar sí
Oyendo a algunos expertos el tema parece claro. Los incendios de sexta generación, que son fuegos forestales extremos de gran magnitud que se autoalimentan y generan su propio clima, no son extinguibles, pero si evitables.
Así lo expresa Paco Castañares, exdirector de Medioambiente de Extremadura con Juan Carlos Rodríguez Ibarra de presidente, que afirma: «Estos incendios se pueden evitar, pero no se pueden apagar».
Fuegos de las características de los de este verano llegan a alcanzar hasta 100 veces la intensidad térmica de la bomba atómica de Hiroshima, y contra eso actualmente no existen medios para poder combatirlo.
Combustible excesivo
Ahora la fiscalía quiere investigar la falta de planes con los que deben contar los municipios en zonas de algún tipo de riesgo, y las comunidades autónomas también deben elaborar los suyos propios; pero volvemos al cajón del olvido: falta la aprobación del Gobierno sobre los criterios que han de seguir dichos planes.
Castañares daba un dato: para que un fuego sea controlable el combustible vegetal (la vegetación que arde) no puede superar las 10 toneladas por hectárea. Las leyes ambientales, que complican cualquier acción sobre el monte con importantes sanciones, y la dejadez de muchos gobiernos autonómicos, hace que en estos momentos la masa vegetal en el lugar de los incendios fuera de 60 toneladas por hectárea (en el monte la vegetación crece a un ritmo de entre 2 y 6 toneladas por hectárea y año).