Lo de ir a París, allá por el principio de este siglo, resultaba más barato desde el aeropuerto de Manises. Daba tiempo a para ver cosas, ¿y qué mejor que alimentar la curiosidad y acercarse hasta el parque de Gulliver? Inaugurado el 29 de diciembre de 1990, tras haber sido encargado a sus creadores en 1986 (aunque fuentes hay que aseguran que fue en realidad en 1990).
Aquella visita no dejaba de tener su punto perturbador, casi fantasmagórico, inicialmente. Las taquillas, vacías, abandonadas, con cierta pátina de tiempo detenido. Sin embargo, el Gulliver tumbado, convertido en gigantesca atracción para los peques, allí estaba, literalmente invadido por la chavalería. A su vera, familiares descansando o paseando. No obstante, repasando el baúl de los recortes de prensa, aquello no tenía por qué estar clausurado.
Cierres temáticos
Oficialmente, la atracción solo echó la persiana en 2020 (reabierta en 2022), con motivo de la pandemia, pero sí aparecen, con la boca pequeña, indicios de una guadianesca marcha. En ocasiones por reformas. La realidad es que aquello, durante la visita, no parecía gozar de actividad oficial. No había cuidadores para sus usuarios, aunque no parecía importarles. Disfrutaban. Y se conocían la atracción al dedillo.
Pero uno no podía quitarse una frase que había escuchado recientemente en una alabada película del japonés Hayao Miyazaki (la fuerza creativa tras las series ‘Heidi’, 1974, o ‘Marco, de los Apeninos a los Andes’, 1976, pero también largos como ‘Mi vecino Totoro’, 1988, o ‘Porco Rosso’, 1992). Me refiero a ‘El viaje de Chihiro’ (2001), y la frase era, en España: “Parece uno de esos parques temáticos que cerraron en los años ochenta”.
Fastos como los de la Expo 92 y PortAventura parecían crear una necesidad
Pinchando burbujas
Refresquemos el asunto recordando que la familia se metía por error en una casa de baños termales para espíritus y dioses. Allí, la niña, consentida y aburrida, deberá crecer y, al final, rescatar a sus padres, convertidos en cerdos. Bien, pues aunque estábamos en pleno día, a uno le podía lo de mirar de reojo al resto de personas. No nos convertimos en cerdos, creo.
El asunto, eso sí, recordaba a la cinta de animación. Las palabras hacían referencia a la burbuja de parques temáticos que había estallado en Japón (también, más o menos por la época, en Estados Unidos, país co-productor, a través de Disney, de la cinta), al tiempo que otra burbuja, esta financiera. En medio de una feroz competencia, paradójicamente, con el establecimiento de dos parques de la Disney.
Entre 1996 y el 2000 fue la época más activa de apertura de los complejos
Ocio acuático
¿Esto nos tocaba por aquí? Bastante: coincidiendo con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (futura Unión Europea), en 1985, se inauguraba en Benidorm (Marina Baixa) la aún activa Aqualandia, que inoculó al país un curioso germen: todo lugar había de tener su parque acuático. 230 complejos desde entonces, 41 abandonados en la actualidad. No siempre rentan estas construcciones estacionales y de caro mantenimiento.
Problemas que arrancaron casi desde el principio, apuntillados por la crisis económica de 2008 o la pandemia. Pero, al mismo tiempo, los fastos de la Expo 92 de Sevilla, exposición universal dedicada a los descubrimientos (visitable entre el 20 de abril y el 12 de octubre de 1992) y del parque temático catalán PortAventura, el 1 de mayo de 1995, parecían crear otra necesidad.
Colaboraron el artista fallero Manolo Martín y el historietista Sento
Diversiones para todos
A la misma puerta de su casa, parece que quería la gente lo del parque de atracciones. Hubo más. A bote pronto, también por Benidorm: Terra Mítica (2000) o Terra Natura (2005). En València, el zoológico Bioparc Valencia (2008). O el Pola Park (1996) de Santa Pola (Bajo Vinalopó). Y el multicomplejo Magic World en Oropesa del Mar (Plana Alta, desde la primera década del siglo).
También más parques acuáticos, como el Aquarama de Benicàssim (Plana Alta, 1986) o los Aquópolis de Torrevieja (Vega Baja, 1987) o Cullera (Ribera Baixa). Realmente, la época más activa de apertura de estos grandes centros del ocio se dio entre 1996 y el año 2000. El de Gulliver se adelantaba, construyéndose, como ya se ha visto en otras ocasiones desde estas páginas, en el Jardí del Túria, antiguo cauce del río.
Sátiras infantilizadas
Se tiró a lo grande: aparte del arquitecto Rafael Rivera Herráez (arquitecto municipal de Godella desde 1980 hasta 1983 y de València desde 1982 a 1987) y del artista fallero castellonense, y dibujante, Manolo Martín López (1946-2005), se contó con Vicent Josep Llobell Bisbal, o sea, el historietista valenciano Sento, también colaborador en las fallas.
En cuanto al personaje principal, Gulliver, su autor, el irlandés Jonathan Swift (1667-1745), no lo era infantil, sino satírico, con un punto cruel. Pero sus viajes de Gulliver trascendieron todo ello, triunfando dos de sus cuatro viajes, a Liliput (el de los diminutos) y Brobdingnag (de los gigantes). Y al primero se refiere la atracción principal del parque. Aún disfrutable. Si los espíritus quieren.