La gente captura la escena con sus móviles y corea. Las bailarinas deambulan por el ágora o plaza Mayor del inmenso centro comercial Zenya Boulevard, en la pedanía Orihuela Costa, brazo litoral de la pía ciudad interior y crecido sobre todo a partir de la dehesa de Campoamor.
Escenario de películas del incansable Jess Franco, la dehesa (en la Zona de Especial Protección para las Aves que conforma con la sierra Escalona) creció al rebufo de las primeras oleadas de turistas costeros. La bautizó el poeta y político asturiano Ramón de Campoamor (1817-1901), gobernador de Alicante (1848-1851). En la antigua ermita de la pedanía sanjuanera-campellera de Fabraquer, en la Finca Abril, se casa con la irlandesa Guillermina O’Gorman (1819-1890) y compra la zona oriolana, entonces dehesa de Matamoros. Hoy la villa-urbanización presume de unas dos mil hectáreas de pinos, playa y calas, más 857 residentes en 2018, que incluir en los aproximadamente 20.000 habitantes repartidos por Orihuela Costa, entre chalés, apartamentos, hoteles, áreas comerciales, una torre-vigía (en cabo Roig) y, sí, playas.
Hacia el interior
Pero esta ciudad pertenece, decíamos, a otra interior: marchemos. Por el camino, la bandeja azul turquesa del embalse de materiales sueltos (rocas y tierras sin cementar) de la Pedrera, proyectado, aprovechando el cauce de la rambla de Alcorisa, por el ingeniero de Linares Francisco García Ortiz (1935-2009), uno de los padres del Trasvase Tajo-Segura. Desde la pedanía de Torremendo, casi 2.000 habitantes, mayormente ingleses y alemanes, y con las boscosidades de la sierra Escalona entre sus posesiones, hay varias maneras de llegar a la laguna, rodeada, para relajo foráneo, de lujosas villas hotel, alguna con centro de artesanía.
Aunque en cuestiones acuosas, además del Mediterráneo y la Pedrera, Orihuela es sobre todo río Segura, que riega una generosa huerta en la que fructifican cítricos, hortalizas y algodón (en secano, olivos y almendros). Buena materia prima para una gastronomía con paella huertana, judías estofadas a la huertana o delicias huertanas; pero también cocido con pelotas, pasteles de gloria o yemas de Santa Ana.
Huerta y montaña
Patente de esta simbiosis con el Segura son los nombres de dos partidas: Molino de la Ciudad, con imponente aceña hidráulica ―fue ‘fábrica de luz’― ultimada en 1905 (nacida en el XVIII), y Las Norias (conurbada con Desamparados o La Parroquia), con dos norias de madera y hierro, más un azud, que demuestran el legado árabe. La mayor parte de las 18 pedanías integran el agua canalizada como parte indeleble del vivir. En cuanto a la errónea impresión de planicie, por ejemplo en la parroquia de La Murada (‘campo del murado’), pasada la ciudad hacia el interior, se encuentra el cerro o pico del Agudo (725 metros), máxima altura del Bajo Segura.
Todo cabe, en fin, junto al río, cuyo cauce remontaron los vikingos el 858, en versión algo salvaje de futuras invasiones turísticas. Aquí tocaba tomarse un respiro invernal por tierras oriolanas (por entonces, Uryula) antes de marchar contra parte de la España insular, Francia e Italia. Buen lugar, muro de contención de invasiones marinas y punto final del camino del Cid, rodeados por las sierras de Orihuela y Hurchillo.
Pía y estudiosa
Ya en ciudad, comprobamos que, crecida orillando el río (las murallas asomaron al cauce), al que a ratos acompaña y otros da la espalda, no sabe si elegir ambiente cosmopolita, moderno o modernista, según solera, de una metrópoli que acoge a buena parte de las 77.414 almas censadas en el municipio en 2019, distribuidas en 384 km², o el de población decimonónica anclada en aquella Oleza que describiera Gabriel Miró (1879-1931). Fue capital de ducado visigodo vasallo de los árabes (VII-IX), de Alfonso X (tras la Reconquista), y a principios del XIV incorporada al Reino de Valencia (Gobernación General de Oriola: casi la provincia actual).
La Iglesia católica la vuelve baluarte: llegará a ser sede episcopal en el XVI. De ahí la generosidad de edificios espirituales: como la iglesia de Santiago (desde el XV), con portada gótica más añadidos renacentistas y barrocos; el santuario de Nuestra Señora de Monserrate, patrona de Orihuela, del XVIII; la iglesia gótica (XV) de las Santas Justa y Rufina más su torre-campanario con gárgolas; o el Palacio Episcopal (del XVII, sobre el Hospital Corpus Christi y desde 1939 con el Museo Diocesano de Arte Sacro), de portada barroca y claustro más anexa catedral gótica del Salvador y Santa María, con tres portadas, consagrada en 1510 pero nacida en el XIII.
Generará una impresionante Semana Santa, declara de Interés Turístico Internacional en 2010, con figuras del murciano Francisco Salzillo (1707-1783).
En el rellano de l’Oriolet (la Orcelis romana), en el monte de San Miguel, se edifica en el XVIII el Seminario Diocesano. En lo alto, restos del castillo que oteó mares y huertas o la llegada en 1884 del ferrocarril y el asentamiento de la burguesía, con su obra civil: el palacio del marqués de Rubalcava (XX), el del marqués de Arneva (XVIII, con escudo heráldico en una esquina y hoy Ayuntamiento), el del conde de la Granja (XIII, remodelado en el XVIII), los azulejos de fantasía andaluza del Casino Orcelitano (1887) o el Teatro Circo Atanasio Díe Marín (1908), traído desde Alicante ciudad.
Los templos necesitaban regir el ‘ora et labora’ diario. Hacía falta una Universidad: se ubicará (1552-1835) en el colegio-convento de Santo Domingo (XVI-XVIII), a instancias del obispo oriolano Fernando Loaces (1497-1568). Sus dos claustros, el refectorio y la portada barroca sabrán de Teología, Leyes, Medicina, Cánones y Arte, más la primera biblioteca pública nacional (XVI). Sembró las universidades actuales, como la Miguel Hernández, con facultades en Orihuela.
Pero el poeta oriolano Miguel Hernández (1910-1942) no pudo estudiar aquí, aunque añadió su obra al parnaso universal. Dos huellas físicas le recuerdan: la Casa-museo y los murales que en 1976 le dedican en el barrio de San Isidro. Disfrutemos del lugar y veamos las obras que quedan mientras, claro, la gente captura la escena con sus móviles.