Era lógico. Monforte, llamada en el XIII Nompot (quizá ‘cumbre llana de las cabras’ en íbero), para rebautizarse sólo un siglo después como Monfort (‘montaña fortificada’), nació junto al río Vinalopó.
El caso es que durante el comienzo en 2006 de las obras de la Estación Depuradora de Aguas Residuales (EDAR) Novelda-Monforte, cerca del camino de Elche, amaneció, tras 64 catas arqueológicas, otro toro de piedra, una de las principales enseñas históricas del municipio: los primeros en salir saludaron en 1974 cerca, en el Arenero del Vinalopó.
Pero la ruta que enlazaba la meseta central española con Alicante ciudad estaba a la misma vera de donde se establecerá el núcleo urbano principal, asentado a 230 metros de altitud sobre una meseta o cuenca cuaternaria de pedregosas tierras arcillosas y areniscas. Durante siglos, hasta la construcción de la autovía A-31, hubo que pasar por el lugar para participar en dos sucesivas peregrinaciones: a San Roque, en el núcleo urbano, y a San Pascual, en la pedánea Orito.
Entre vides y cañas
Un rápido viaje hasta el EDAR nos traza un ajustado croquis de las tierras monfortinas. En vez del camino de Elche, enfilamos el denominado calle Carlos Arniches: vides y más vides, teloneadas por las sierras de la Pedrera y Taballán, en las lindes con Elche.
En los alrededores de la depuradora, por donde gorgotea el Vinalopó, un cañaveral cuyo verdor se confunde con cepas donde madura la uva, no en vano Monforte del Cid forma parte, junto con Agost, Aspe, Hondón de las Nieves, Hondón de los Frailes, La Romana y Novelda, del Consejo Regulador de la Denominación de Origen de la Uva de Mesa Embolsada del Vinalopó.
En una de las zonas más secas de España, el milagro: campos sembrados de uvas ideal y aledo para perpetuar una feliz idea de 1925: que cada 31 de diciembre nos atragantemos gozosamente mientras suenan 12 campanadas.
Por el racimo de viales asfaltados o no hasta la estación de tren, al oeste, abundan cooperativas dedicadas a la explotación agrícola. Además, Monforte destila espirituosos desde 1762, como la ‘paloma’ (anís seco, del anís verde o el estrellado, y agua fresca) o el ‘canario’ (añadámosle jarabe de limón). Y mármol, poderosa industria en la comarca, pese a vaivenes macroeconómicos. Más una cocina recia: torta de sardinas y tomate, o con morcilla de cebolla, o arroz caldoso, pelotas de relleno, paella con conejo y caracoles, caldo al cielo o gachamiga. ¿Y qué tal rollitos de anís?
De templos y palacetes
La primera de las citas peregrinas le tocó a San Roque (1295-1327, para curar la peste, pandemia que dejó a Europa tiritando de miedo y frío). Aún se le venera hoy en su calle y barriada. Las fiestas, a comienzos de agosto, las preside la ermita al santo montpellerino, sembrada en 1510 y parte de un desaparecido edificio que fue hospital de peregrinos asomado al camino real de Castilla. En 2005 se restauraba, plantándole entonces una hache a la palabra ermita para retrotraer el edificio a la ortografía popular de la época.
A un lado se nos arracima el núcleo histórico y parte de la expansión moderna (incluido pabellón deportivo de 2007); al otro, la urbe sigue creciendo quizá hasta alcanzar la autovía (escoltada por instalaciones deportivas, como el Polideportivo de 1982), aunque atesora torre almohade de sillarejo y mampostería en muy buen estado. La zona más veterana acoge una Semana Santa sobria y sin nazarenos, de personas vestidas de domingo, luces apagadas y recogimiento. Y en toda la urbe se celebran Moros y Cristianos (y Contrabandistas, con homenaje al bandolero Jaime El Barbudo en 2008) en diciembre, en honor a la Purísima (primera soldadesca registrada: 1769), los últimos en la Comunidad Valenciana.
Aquí se conserva el pasado con orgullo, e himno del agostense Juan Manuel Molina. Tanto, que los añejos edificios asumen, rejuvenecidos, nuevas funciones. Así, la lonja del XVI se convertía en 1703 en Ayuntamiento (con activa política para integrar la abundante mano de obra inmigrante, proteger a la mujer y limar desigualdades), y un palacete del XIX se transformaba en 2008 en archivo municipal y biblioteca reproduciendo en sus interioridades el cine Ibamir (1958-1978).
La Sociedad Musical La Lira (1854) asienta en edificio revitalizado desde 2006, y una imponente casa señorial (toda una manzana) con patio y palmera alberga desde 2011 a Ibero, el museo histórico. Y en la Glorieta, resucita el lavadero del XVIII gracias a uno de 1918.
Barriadas, pedanías y una feria
La imponente iglesia de Nuestra Señora de las Nieves (1510, con modificaciones del XVIII, sobre las ruinas del castillo y con explanada que techa el Auditorio Municipal) vigila una ciudad crecida barrio a barrio. Como, a sus faldas, el de la Morería (conserva su arco de entrada del XIV), hoy de la Cruz, en cuyas fiestas, en septiembre, se decora cada año de manera manual y temática (el mar, la uva…).
O las pedanías Alenda Golf (antaño la alicantina Casas de Alenda), Montecid o La Capitana. A unos 3 kilómetros, caserío con templo y convento de Orito (Loreto), casi medio millar de habitantes de los 8.165 registrados en Monforte en 2019 que también veneran a Nuestra Señora de Orito, marfileña imagen de 42 milímetros aparecida en 1555 (fiestas del 5 al 7 de septiembre).
A las faldas de la sierra de las Águilas, con el pico de San Pascual (555 metros), en la ruta sur del Camino de Santiago, transitado Internet medieval, el 17 de mayo una gran feria anima la multitudinaria peregrinación (desde 1637) hasta las alturas: allí, la cueva donde meditó y pastoreó el santo aragonés Pascual Baylón (1540-1592). En Orito hubo balneario con aguas mineromedicinales para novenarios (tratamientos de nueve días) que aún se sueña en reconstruirlo. Pero el agua todavía milagrea por allí, con la restaurada Fuente Santa, cuyas aguas manaron, dicen, gracias a la Virgen, aunque hoy se llame Fuente de San Pascual. Y la tachan de zona seca, si serán.