En los últimos años el propósito de exportar modelos de gestionar (también gestores), de la empresa privada al ámbito educativo público, ha sido un denominador común de prácticamente todos los partidos políticos, en un proceso de imparable mercantilización de una educación convertida en empresa. Asistimos, además, a una obsesión evaluadora de pruebas estandarizadas nacionales o internacionales como las PISA, que en muchos casos responsabilizan a la escuela y a los profesores de los malos resultados.
Muchos parecen coincidir, como signo inevitable de los nuevos tiempos, en que la educación en general, y los centros educativos en particular, deben adoptar modelos empresariales de gestión para maximizar los recursos, mejorar los malos resultados académicos y convertir a los presentes alumnos en futuros y exitosos emprendedores; como, por ejemplo, jóvenes falsos autónomos que malviven repartiendo a domicilio en moto comida o mensajería para empresas que así abaratan sus costes de contratación.
Uso de las estadísticas
«Hay una clara intencionalidad política en el uso e interpretación de las estadísticas»
Aunque parezca que reflejen fielmente los hechos y las cosas, las estadísticas jamás son una copia exacta de la realidad, sino una construcción técnica, social y política. Esto no significa que sean falsas e inútiles, pero no debemos utilizarlas como una fotografía exacta de la realidad.
Los datos estadísticos no señalan o niegan un problema de la realidad, sino que es la política y los medios de comunicación los que construyen y amplifican aquello que debe ser tomado como objeto de atención de los ciudadanos y objetivo legítimo donde invertir importantes cantidades de dinero público. Hay una clara intencionalidad política en el uso e interpretación de las estadísticas.
Evaluaciones estandarizadas
«Algunas cosas no se pueden medir y las cosas medibles no son necesariamente las más importantes»
Las evaluaciones estandarizadas son pruebas diseñadas por especialistas y funcionarios de los ministerios de educación nacionales y organismos internacionales como la OCDE y la UNESCO. Estas pruebas utilizan un formato de multiopción, que es una forma de evaluación por la cual se solicita a los examinados seleccionar una o varias de las opciones de una lista de respuestas.
La prueba mide el desempeño de los estudiantes en una serie de saberes y competencias. Sus resultados se presentan como el porcentaje de alumnos que alcanzan un cierto nivel de desempeño en la competencia de comprensión lectora, matemática, científica o de comprensión lectora en soporte digital.
Un problema fundamental que se olvida es que algunas cosas no se pueden medir, como los procesos de aprendizaje o la mejora en un tiempo determinado, y las cosas medibles no son necesariamente las más importantes. Existen pruebas que sí miden los procesos, pero son más costosas y se opta por pruebas más rudimentarias.
Distorsión de la realidad
El científico social Ronald Campbell demostró que cuanto más se utiliza el examen y la evaluación como mecanismo de control, orientado a tomar decisiones importantes, más se distorsiona la realidad. Los evaluados tienden a manipular la situación con tal de sacar la mayor puntuación.
En EE.UU. el director decide que una buena parte de las horas lectivas se dediquen a las Matemáticas y la Lengua, pues son materias muy importantes en las pruebas, en detrimento de las Ciencias Naturales, la Historia o la Música, para mejorar la puntuación de sus alumnos y así mejorar en el ranking de escuelas.
La publicación de este tipo de rankings, a partir de estas pruebas de medición, tiene el efecto perverso de la mercantilización de las escuelas, que compiten entre sí por los alumnos. Incluso en algunos distritos escolares de EE.UU. el dinero no va directamente a la escuela, sino a la familia en forma de bonos educativos que luego elige la escuela en la que ´invertir` su dinero. En un mundo en el que casi todo se compra y se vende, la educación es un producto de consumo más.
Socioeconomía
Cuando se trata de rendir cuentas se comete el error de focalizar toda la responsabilidad en la escuela y en los profesores, convirtiéndolos a ambos en los chivos expiatorios de los problemas socioeconómicos y de las malas decisiones de la política educativa asesorada por la pedagogía ideológica oficial. Incentivar la competencia entre los centros no es la medicina para erradicar el fracaso escolar.
Se olvida que los resultados de las evaluaciones no son únicamente la medida de la calidad educativa de las escuelas, sino de las características del ambiente socioeconómico. Se confunde calidad y composición socioeconómica y, a partir de este nefasto, y no sé si malintencionado error, se jerarquizan los centros de mayor a menor calidad, promoviendo mayores niveles de desigualdad educativa y, como corolario, mayor desigualdad social sufragada con dinero público. Paradójica injusticia.
Consecuencias de la competitividad
Cuenta el escritor inglés Chesterton, a principios del siglo XX, la siguiente historia tan verídica como indignante: “Hace no demasiado tiempo determinados doctores y otras personas a las que la ley moderna permite mandar sobre sus menos afortunados conciudadanos, emitieron un decreto por el cual a toda niña se le debería rapar el pelo. Me refiero, por supuesto, a toda niña cuyos padres fueran pobres. Se dan muchos hábitos poco saludables entre las niñas ricas, pero pasará mucho tiempo antes de que algún doctor intervenga contundentemente.
Bien, la razón para esta particular intervención era la siguiente: que a los pobres se les hunde desde arriba en tales submundos de miseria, tan pestilentes y asfixiantes, que a la gente pobre no se le puede permitir tener pelo, porque en su caso eso significa tener piojos. En consecuencia los doctores proponen abolir el pelo”. En un sistema educativo regido por la competitividad y que obvia el origen socioeconómico de los alumnos, tendremos escuelas de niños rapados bien alejadas de otras de niños con pelo sedoso y brillante.