Desde antiguo, y en casi todas las culturas que el mundo ha conocido –salvo contadísimas y honrosas excepciones–, la figura de la mujer ha quedado relegado a un papel secundario en el relato de la historia. Recolectoras, encargadas de la crianza y la casa y sumisas a los caprichos y designios de los hombres, no fue hasta finales del siglo XX cuando su importancia y aportación empezó a ser reivindicada y puesta en valor como realmente merece.
Mucho se ha avanzado en este campo y mucho queda por hacer. Nadie en su sano juicio puede poner en duda hoy la idoneidad de la mujer para cualquier papel social. Y aunque los libros de historia están jalonados, allí y acá, de nombres como Marie Curie, Isabel de Castilla, Virginia Wolf, Rosa Parks, Amelia Earhart, Benazir Bhutto o Clara Campoamor, poco se ha hablado o escrito sobre la aportación de todo el colectivo femenino a la composición de nuestro mundo actual.
Las mujeres benidormenses no han sido ninguna excepción a esa norma. Así lo reconoce Vicente Fuster, periodista y autor del libro ´Gent de Benidorm`, una recopilación de historias y testimonios de aquella generación que transformó un pueblo de agricultores y pescadores en un gigante del turismo mundial.
La almadraba también forjó el carácter de las mujeres
“Por un lado están las mujeres que tomaron las riendas de los negocios, porque los maridos se iban a las almadrabas a pescar. Eran ellas las que se quedaban al frente de los negocios o la casa. Hay que tener en cuenta que las mujeres estaban solas de marzo a noviembre y se ocupaban de todo. Desde la casa hasta, en algunos casos, llevar los primeros hoteles mientras los maridos seguían yendo a la almadraba” recuerda Fuster.
Con los hombres en la almadraba de abril a noviembre, eran ellas las que se hacían cargo de la casa y los negocios la mayor parte del año
Ya jubilado, nos lo cuenta sobre algunas de las protagonistas de aquel libro, que también tuvo su réplica en la emisora de radio municipal y que permitió que muchas de esas pequeñas historias no quedaran en el olvido.
Vicente Fuster recogió, en su ´Gent de Benidorm`, el testimonio de muchas de aquellas pioneras que construyeron una ciudad
Leyenda o realidad
Hay una leyenda muy extendida que habla de la suerte que tuvieron los no primogénitos y algunas mujeres a la hora de heredar unas tierras que, sin saberlo ellos o sus padres, iban a ser la gallina de los huevos de oro de Benidorm. Tierras poco fértiles que, según esa historia, pasaban a manos de los segundos en la línea de sucesión. “Eso no es verdad”, sentencia Fuster.
“Ahí hubo de todo. Había gente que le dejó la tierra a sus hijos y otros que la vendieron. Hay que tener en cuenta que hablamos de bancales que valían, a lo mejor, 100 pesetas y llegaba uno de Madrid con 1.000 pesetas y había hecho el negocio del siglo, ya que luego pudo hacer un hotel y se hizo millonario. Pero, ¿quién iba a saber eso? Todo lo que había de la playa para arriba era un saladar. No había nada. Algún olivo y poco más”, analiza el periodista.
Vidas marcadas por el mar y las fiestas
Gracias a Fuster conocemos un poco mejor las historias de aquellas mujeres, que fueron parte fundamental del Benidorm del cambio. Como Rosa Almiñana, que recordaba cómo de niña “mi padre era uno de los capitanes de almadraba de Tabarca y pasábamos todo el año allí. Nos marchábamos el día siguiente de la fiesta de Reyes Magos y volvíamos para las fiestas, que nos hacía siempre mucha ilusión”.
Pero no todas las mujeres de aquella época tuvieron que seguir a sus padres o maridos. Algunas pudieron quedarse, como es el caso de Pepita Moncho Varela, una de las pioneras del negocio hotelero de la capital turística de la Costa Blanca. “Yo, cuando me casé, ya llevaba el Mayora”, recuerda sobre sus inicios en el negocio. “Lo inauguramos en el 59 y yo me casé en el 60, así que salí de allí vestida de novia”.
La expansión hacia Levante también tuvo a sus protagonistas femeninas, como Pepita Moncho, al frente del Hotel Brisa durante décadas
Moncho fue la impulsora de uno de los establecimientos emblemáticos de Benidorm: el Hotel Brisa. Inaugurado en 1959, podría considerarse como uno de los máximos exponentes de lo que fueron aquellos años. No sólo porque fue de los primeros hoteles en abrirse en el municipio sino, sobre todo, por el lugar elegido para ubicarlo. Casi el fin del mundo en términos del Benidorm de los años 60.
La apuesta suicida por la playa
“Pero es que ya antes, en el 50, cuando inauguramos la Mayora en la playa, a mi padre le dijeron que se iba a colgar”, recuerda Moncho. Desde allí, donde hoy en día se encuentra el Edificio Iberia, decidieron dar un paso más y plantarse en el Rincón de Loix. “Aquello estaba lejísimos. Se llegaba atravesando campos de olivos. Sólo había un camino y nosotros teníamos allí los bancales”.
Era una decisión suicida. Una irresponsabilidad. “¿Quién irá allí? ¿Sabes dónde te has metido?, le preguntaban a mi padre. Y él decía que lo sabía. Que él quería gente de coche, no los que venían con el tren. Trabajamos muchísimo. Venía mucha gente de Alcoy y de Madrid”.
Pero pronto aquello se quedó pequeño y pusieron la vista más allá de la frontera española para “empezar a trabajar con los grupos de Thomson. Fueron los que nos dijeron que, si hiciéramos una piscina, el hotel no se nos vaciaba. Dicho y hecho y al año siguiente ya estaba hecha. Desde entonces, el hotel no se ha vuelto a vaciar”.
Pioneras en la política
Otra de aquellas mujeres históricas de Benidorm, que pudo contar de primera mano su experiencia en aquellos años dorados, fue Bárbara Pérez Llinares, a la que todo el mundo en el pueblo conocía como María del Sufragio.
Ya en la primera corporación democrática hubo dos concejalas: María del Sufragio y María Zaragoza
“Me llamaron Bárbara, como mi abuela, que era la tradición. Mi madre siempre dijo que su segunda hija, si la tenía, se llamaría María del Sufragio, pero murió a los 13 días de nacer yo. Entonces mi abuela decidió ponerme María del Sufragio, en el registro ya estaba como Bárbara pero en el bautizo sí que me pusieron María del Sufragio”, recuerda esta mujer que se dedicó toda su vida al comercio, y que fue una de las primeras concejalas del ayuntamiento benidormense.
“Mi padre, mi abuelo y mis tíos eran capitanes de almadraba. De hecho, a uno de mis tíos les llamaron de Italia para implantar allí el sistema de Benidorm”, recuerda una de las primeras políticas locales. “Yo entré por la UCD y María Zaragoza por Alianza Popular. Fuimos las únicas dos mujeres y nos llevábamos bien. Daba igual el partido”.
Recuperando fiestas perdidas
María del Sufragio siempre tuvo mucha vinculación con el mundo festero y eso la llevó a luchar por él desde su posición de regidora local. “Las fiestas del Carmen se habían suprimido por un accidente; habían explotado unos cohetes en una barca. Vinieron unas personas a verme, porque yo era concejala de fiestas, y me dijeron si podríamos volver a celebrar las fiestas del Carmen. Para ello, se nos ocurrió ir a ver al capitán general de Cartagena, porque queríamos aprovechar y dar las gracias a aquellos barcos que nos trajeron agua cuando aquí no había. Y así es como volvieron las fiestas del Carmen hasta ahora”.
Siempre se dijo que la buena posición de los almadraberos benidormenses, capitanes en su mayoría, permitió a los hijos de aquellos completar sus estudios hasta un nivel poco habitual en la España de entonces. Buen ejemplo de ello lo encontramos en María Zaragoza, esa concejala a la que hacía referencia María del Sufragio y que desarrolló su actividad profesional como maestra.
Durante su etapa política se hizo cargo de la cartera de educación “por un alcalde, Pepe Such, al que estoy muy agradecida porque él era de la UCD y yo de Alianza Popular, y siempre me trató como si fuese de su grupo”.
Ellas, como sus hermanos varones, tuvieron que aprender rápido cómo convertir en un éxito el nuevo negocio turístico
Formando a los benidormenses del futuro
Era una época en la que la concejalía de educación “conllevaba mucho trabajo. Era la época a la que la zona del Salto del Agua le faltaban muchas cosas por hacer. Llegó septiembre y en el Mestre Gaspar no había muebles de ningún tipo. Le dije a Pepe ‘yo me voy a Alicante a hablar con el delegado provincial’ y de ir tantas veces acabé haciéndome amiga suya”.
Era la época en que Benidorm crecía a ojos vista y las infraestructuras se iban quedando pequeñas a medida que se construían. Y se añadían nuevos servicios en zonas que prácticamente carecían de comunicación. “Recuerdo que el camino para llegar a los colegios no estaba asfaltado”, recuerda Zaragoza. “María del Sufragio y yo íbamos todos los días. Si caían cuatro gotas aquello se convertía en un barrizal y todos los días le pedíamos al alcalde que diera orden de asfaltar ese camino hasta que lo pudimos hacer”.
Los suyos son, en cualquier caso, sólo unos ejemplos de aquellas mujeres que, cada una en su ámbito y con su esfuerzo, ayudaron a construir Benidorm y pusieron las primeras piedras para que esta ciudad, ejemplo de tantas cosas, también lo pudiera ser en el ámbito de la igualdad. Historias pequeñas, como las de cada persona, que, juntas, forman el gran relato común de una sociedad, la benidormense, que supo apoyarse en sus hombres y mujeres para convertirse en ese topónimo que hoy es conocido en los cinco continentes.