Si el lector es ‘seriéfilo’, seguramente recordará la genial ‘Crematorio’, aquel producto del extinto Canal+ que, con la firma de Javier Sánchez-Cabezudo, catapultó la producción española a niveles hasta entonces desconocidos a través de la historia, contada en ocho capítulos, de Rubén Bertomeu, interpretado por el siempre extraordinario Pepe Sancho.
La vida de Bertomeu, personaje ficticio, fue el reflejo perfecto de lo que había sido la España del ‘boom’ urbanístico que se cebó especialmente con la costa mediterránea desde mediados de los años 90 hasta el sonoro estallido de la burbuja del ladrillo. El título del primer episodio de aquella serie, ‘Toda la paz del Mediterráneo’, suponía el oxímoron perfecto con su personaje principal.
Asesinatos, sobornos, excesos, falta de escrúpulos y, sobre todo, la necesidad de acaparar todo lo que se ponga al alcance de sus manos, se sucedían bajo la dirección de un Bertomeu que aparecía en pantalla tras una apertura (rodada principalmente en Benidorm) en la que la tenebrosa voz de Loquillo interpretaba ‘Cruzando el paraíso’ y ponía, de alguna manera, al espectador sobre aviso.
Alejandro Ponsoda (PP), fue asesinado a tiros a la puerta de su casa el 19 de octubre de 2007
La realidad supera a la ficción
Cualquiera que viviera aquella década y media medianamente al día de lo que sucedía en su entorno podía encontrar, sin mucha dificultad, importantes similitudes entre la trama de ‘Crematorio’ y la realidad. Bertomeu, nombre ficticio, podía ser fácilmente bautizado con el apellido del constructor local de turno. Lo que fue mucho más difícil de aceptar y digerir es que los recursos más sórdidos, chabacanos y tópicos de la ficción pudiera convertirse en una realidad incluso aumentada.
Y aquello, la macabra unión de ficción y realidad, se produjo el día 19 de octubre de 2007 cuando el entonces alcalde de Polop, Alejandro Ponsoda (PP), fue asesinado a tiros a la puerta de su casa y, tras la sorpresa y consternación inicial, afloraron las primeras sospechas y rumores que apuntaban al móvil político-urbanístico y a un plan en el que no faltaba ninguno de los clichés más habituales de aquel submundo en el que, en apariencia, todo valía: prostíbulos, rivalidades políticas, sicarios del este de Europa, envidias personales y, al final, la eterna lucha del bien contra el mal.
Juan Cano, entonces concejal de Urbanismo en el consistorio polopino, es el principal acusado
Juan Cano, entonces concejal de Urbanismo en el consistorio polopino –las circunstancias que le sentaron en ese asiento, aunque interesantes, no caben en este rápido repaso al crimen–, juró su cargo como alcalde pocos días después de la muerte de Ponsoda. Pero tiempo después la sorpresa –como siempre, en el pueblo hubo quien dijo que lo vio venir– fue mayúscula cuando la Guardia Civil lo arrestó como uno de los principales sospechosos del asesinato y posible autor intelectual del mismo.
Siete meses en la cárcel
Cano, detenido en 2009, pasó siete meses en la cárcel de Villena. Nunca ha reconocido los delitos que se le imputan y por los que está siendo juzgado desde el pasado día 13 de enero. Sin embargo, tanto la fiscalía como, sobre todo, muchos de los vecinos de Polop aseguran que entre él y Ponsoda existía una gran animadversión y que Cano, cegado por la ambición, no habría dudado en quitarse de en medio a su último rival para llegar a la alcaldía y, desde allí, dar luz verde a los muchos planes urbanísticos que tenía sobre la mesa.
Ahora, será la justicia, más de doce años después, la que tenga que decidir sobre el futuro de un elenco de acusados que, como sucede en todas las grandes historias de crímenes motivados por la ambición ciega, no son más que un patético catálogo de tópicos de la mediocridad.
La vida de Ponsoda quedó sentenciada, según las investigaciones, en una reunión celebrada en el clun Mesalina, un conocido prostíbulo situado en la zona de la Cala de Benidorm en la que Cano habría llegado a un acuerdo para que un sicario le metiera tres balas a Ponsoda.
Del neón al banquillo
No es difícil dejar volar la imaginación. Los vasos, testigos mudos y empapados de wiski y ron, reflejan la decadente luz de neón que ilumina, sólo a medias, los rostros de varios hombres sentados alrededor de una mesa donde se acumulan, en un cenicero que produce tanto rechazo como todo lo que lo rodea, varias decenas de colillas. A unos metros, acodadas en la barra, un grupo de mujeres vestidas con demasiada poca ropa, reparten su atención entre sus relojes y la clientela que se deja caer por el local.
Allí, Cano habría orquestado, según la investigación, el asesinato de Ponsoda con ayuda del propietario y gerente del local que, por si faltaba algún topicazo para redondear la escena, también se dedicaba a la representación de futbolistas (y, de demostrarse todo este entramado, quizás compaginaba todo ello con la profesión de mánager de asesinos a sueldo). A esa reunión también asistió una persona que se encargaría de comprar el arma homicida.
Por último, en la mesa también se sientan dos ciudadanos checos. Dos tipos de esos cuya mirada refleja peligro. Dueños de dos pares de brazos de los que cualquier persona con dos dedos de frente procuraría mantenerse prudencialmente alejado. Serán los autores materiales del magnicidio. La Guardia Civil sitúa en aquel antro a, al menos, seis personas. Una multitud, como Hollywood nos enseña, si de planificar el crimen perfecto se trata.
Fiscalía y acusación particular piden 25 años de cárcel para el exedil
Peticiones de 25 años
Ahora, con el juicio visto para sentencia, todo entra en su recta final. Fiscal y acusación particular, que ejerce la esposa y las dos hijas de Ponsoda, piden 25 años de prisión para Cano y otros tres acusados como instigadores e inductores del asesinato.
Por su parte, para los tres supuestos autores materiales de los disparos que acabaron con la vida de Ponsoda esas mismas partes piden 28 años de cárcel, al sumar, a los mismos delitos imputados a los cuatro primeros, el delito de tenencia ilícita de armas.
Por su parte, las defensas de todos los acusados niegan los hechos y solicitan la libre absolución para sus clientes. Lo único seguro a estas alturas es que, en breve, conoceremos el principio del final de esta historia que refleja lo peor de aquella España en la que el ladrillo mandaba y la ambición reinaba.