Entrevista > José Rojo Martín ‘Pacheta’ / Entrenador del Elche C.F. (Salas de los Infantes -Burgos-, 1968)
Finaliza el entrenamiento tras una mañana soleada y Pacheta recibe a AQUÍ en Elche en su despacho, un altar situado en las entrañas del Martínez Valero repleto de informes y dibujos tácticos, custodiados por su guardia pretoriana de técnicos analistas.
Amable, profundo y directo, el burgalés aglutina todos los valores legendarios de una tierra que le duele y que se difumina, su querida Castilla. Un viaje por su infancia y juventud ayudan a comprender el personaje mediático en el que se ha convertido.
Seguro de sí mismo y con una personalidad arrolladora, Pacheta, ídolo y pacificador del franjiverdismo, es fuego, honestidad y ambición. “Entrenaré en Primera, no tengas dudas”, afirma.
¿Cómo llega el fútbol a la vida de Pacheta?
Mi pueblo es muy pequeñito y el fútbol siempre estuvo ahí. Jugaba con mis hermanos, en la escuela, al salir de misa y hasta en una era donde se trillaba el trigo. Yo me federé tarde, con 16 años, y en el equipo de mi pueblo nos entrenaba el guardia municipal, al que le tocaba hacer de todo. Aprendí de forma autodidacta.
¿Qué recuerdos tiene de aquella etapa?
Tuve una infancia feliz, en la calle. Los niños tendrían que estar prohibidos en las ciudades hasta los 14 años. A partir de esa edad ya habría que llevarlos, porque si no se embrutecen. El niño tiene que sufrir, disfrutar y vivir la calle.
¿Le duele ver a los críos pegados a un dispositivo móvil y no en pandilla?
Se están perdiendo algo maravilloso, aunque como no lo han vivido supongo que no lo echan de menos. Hay que sentir el calor de los amigos. Mis amigos del pueblo son mis amigos de toda la vida. No me hace falta llamarlos para saber que están ahí.
¿Cómo le fue a Pacheta en los estudios?
Sacaba buenas notas. Pasé al BUP con sobresaliente y estudié lo que quise, que era ser carpintero. Con 19, 20 y 21 años jugaba en Tercera y era carpintero, que no ebanista. Me encanta el olor de la madera.
«Cuando acabe con el fútbol volveré a tener mi banco y mis gubias de carpintero»
¿Mantiene esa vocación?
Ahora no, pero cuando acabe con el fútbol volveré a tener mi banco y mis gubias.
«Me duele la España vaciada. Mis padres tienen que irse de casa hasta para morirse»
Usted siempre mira a sus raíces. Se nota que le duele en el alma la España vaciada.
Es que mis padres se tienen que ir de casa para morirse porque no hay médicos o centros en los pueblos. Yo conozco pueblos en los que ya no hay nadie, que se están cayendo. No hay servicios, no hay nada. Una persona con 40 años coge el coche y compra lo que necesita. Pero, ¿qué pasa si tienes 80 o alguna discapacidad?
Más que triste se le nota indignado.
Es que se está muriendo parte de mi vida y de mi entorno. Cuando ves las cosas que pasan en España te das cuenta de que es injusto. Yo, a mucha gente que hay en España, les daba una vuelta por la altiplanicie castellana, verás cómo cambian las prioridades. Luego, queremos ir al pueblo de fiesta y que las calles y los parques estén limpios. ¡Pero si no hay servicios porque no hay nadie!
¿Qué solución ve para su tierra?
Pues pagándole más a un tipo que trabaja en un pueblo de Soria, por ejemplo. Ya verás como si la gente se ve recompensada… ni frío ni nada. La agricultura y la ganadería no van, la madera vale más de pie que tumbada y el trigo cuesta lo mismo que hace 30 años.
Mejora las condiciones y dales más dinero y verás cómo vuelve a haber gente. En la provincia de Soria somos 80.000 habitantes, pero cada año se van mil. En 80 años no queda nadie.
Vayamos al fútbol. Tuvo unos inicios modestos. ¿Cuándo intuyó que podía hacer carrera?
Desde siempre. Yo, con 18 años, le firmé a mi mujer un autógrafo y le puse en la dedicatoria “de un tipo que va a jugar en Primera”. Mi mujer se descojonó, pero aún guarda el autógrafo. Jugaba en el Salas, en Preferente.
El momento clave llegó cuando, después de hacer la mili, recién casado y con tres sueldos en casa, me fui a jugar al Marbella con una mano delante y otra detrás. Ese año subimos, pero luego estuvimos siete meses sin cobrar.
Y a partir de ahí, el Pacheta futbolista es imparable.
Me fui a Mérida y luego cinco años al Espanyol y otros cuatro en el Numancia. Siempre digo que soy jugador de Primera porque es la categoría en la que más he jugado, aunque he pasado por todas.
Tras colgar las botas ha tocado todos los palos posibles en un cuerpo técnico, ¿qué es lo que más le gusta?
Yo soy entrenador. Cuando acabé con el fútbol me incorporé al staff técnico del Numancia tres años. Luego fui comercial en una empresa de puertas hasta que volví como director deportivo. Y por accidente me tocó ser entrenador. Y eso me abrió los ojos. Ser entrenador es lo más difícil del fútbol. No sé, igual algún día llego a presidente o gestor, que es lo que me falta.
Con la capacidad para enseñar y convencer que tiene, ¿no le atrae la dirección de la cantera?
No lo veo. A mí me asombran los entrenadores de categoría modesta o del fútbol base como, a cambio de casi nada, le ponen esa pasión y dedicación. Yo ese trabajo con los niños siento que no sé hacerlo.
Pero sí dio clases en un instituto a niños en edad conflictiva.
Sí, una especie de Formación Profesional. En realidad, aquello fue un aprendizaje de lo que luego serían los vestuarios cuando eres entrenador. Te encuentras chicos desmotivados, con problemas personales y otros con hambre por aprender. Manejar un vestuario está ligado a la enseñanza y a educar.
«Mis padres me decían que siendo honesto y trabajando, se va donde uno quiera»
¿Cuál diría que es su principal virtud?
Ser normal. Mi padre era trabajador del campo y mi madre molinera. Me inculcaron ser buen tipo y no hacer daño. Me decían que siendo honesto y trabajador vas donde quieras, y en eso no les voy a fallar.
Usted dirige en la banda con chándal y parece un tipo absolutamente corriente. ¿Teme que esa imagen le pueda perjudicar en un fútbol en el que la apariencia lo es casi todo?
Espero que no. Lo que no quiero caer es en ser distinto a los demás. De hecho, me estoy planteando cosas.
¿Se va a poner traje y corbata para el banquillo?
No me veo, pero repito que no quiero ser el distinto. Tengo un gran respeto por la mayoría de mis colegas, incluidos los del fútbol base, porque me demuestran que saben más que yo. Luego está la gestión del grupo y ahí está la diferencia.
Hasta ahora siempre le han llamado como ‘resucitador’ de equipos en apuros. ¿Tiene ganas ya de afrontar un proyecto ambicioso?
Sí y lo estoy pelando. Quiero estar en Primera y ojalá lo haga con el Elche. Igual que le dije en el autógrafo a mi mujer, ahora digo que voy a entrenar en Primera. No sé cuánto tardaré, pero no tengas duda. Ser humilde y sensato no está reñido con la ambición, pero esa ambición tiene que ser controlada.
Cuando recuerda su paso por Tailandia se le hace un nudo en la garganta. ¿Tan duro fue?
Es la etapa que más me ha ensañado en lo humano y lo profesional. En la soledad te das cuenta de que hay prioridades. Allí te sientes solo y todo era distinto, y eso agota psicológicamente. La experiencia me hizo mejor entrenador y un ser humano distinto, mejor persona.
«Yo persigo sueños y mi familia siempre lo ha entendido»
También entrenó en Polonia. ¿No le daban miedo esas ofertas tan exóticas?
Tampoco fue fácil, por el idioma y el frío, que hace más que en Soria. Yo persigo sueños y mi familia lo sabe y me entiende. Y sigo persiguiéndolos.
Se acaban de cumplir dos años de su fichaje por el Elche. ¿Cuál fue su secreto para reactivar el estado anímico de un vestuario desanimado?
Era algo que ya había vivido en otros clubes. En estas situaciones, si echas un cabo, aunque esté lleno de pinchos, todo el mundo se agarra a él porque quiere salir del problema. Y si esa soga tiene sitio para todos y nadie se suelta, mejor.
Funciona en todos los sitios. Ese cabo se llama honestidad. El jugador tiene que sentir que le vas a ayudar y que no le mientes. Yo solo hago daño al futbolista cuando no lo pongo, pero nada más.
Vale, eso funciona con el equipo. Pero también cambió en una semana el estado anímico del entorno.
Se me compró el mensaje desde el primer día. Yo creo que la honestidad, incluso en el mundo del fútbol, tiene premio, es la herramienta que siempre intento utilizar. Y si me equivoco pido perdón. Siempre gana los conflictos el que pide perdón.
Como entrenador ha demostrado una capacidad enorme para adaptarse al material humano del que dispone. Pero, ¿cuál es el estilo de juego que más le gusta?
Mi estilo es querer ganar. Yo quiero tener el balón porque es mío, pero me tengo que adaptar a lo que tengo. En Oviedo jugábamos de una forma, en Alicante de otra… La forma de jugar del Elche es más difícil que otras, pero también es más reconfortante.
«Simeone nos ha demostrado que los ciclos largos de un entrenador son posibles»
¿Cree en los ciclos largos de un entrenador en un mismo equipo?
Sí. Simeone nos ha enseñado que los ciclos largos funcionan incluso en un club como el Atlético, que era una trituradora de entrenadores. Yo creo en la estabilidad en el fútbol.
En el Elche le ha tocado ser más que un entrenador. Ha sido portavoz del club ante el entorno en varios conflictos. ¿No le da miedo tanto desgaste?
No me siento incómodo dando mi opinión porque no me la condiciona nadie. El mayor riesgo de un entrenador es la rueda de prensa, porque una frase mal dicha puede tirar dos años de trabajo maravillosos. A mí me martillea meter la pata. A veces, puedo no estar acertado, pero no meto la pata. Y es difícil después de un partido, porque el estómago te pide decir otras cosas.
«La derrota no me autoriza a cenar fuera de casa con mi mujer o la familia»
Usted es pura pasión futbolera. ¿Cómo hace para desconectar?
Me cuesta. Soy de los que se lleva el partido a casa. La derrota no me autoriza a cenar fuera con mi mujer o la familia. Si pierdo, que procure todo el mundo estar lejos. Necesito pasar el duelo, estar solo y pensar. Cuando encuentro la solución entonces llamo a mis asesores. Mientras tanto, que se olviden de mí.