Cabe la posibilidad de que Pedro Zaragoza (1922-2008), político de alcance nacional en aquellos años virados a sepia, alcalde de Benidorm (1950-1966) e inventor del concepto en que se basa el turismo mediterráneo, pasease los ánimos por la cara marítima del hoy -desde el 11 de marzo de 2005- Parque Natural de Serra Gelada (Sierra Helada), de 5.655 hectáreas, quizá cala del Tío Ximo para arriba, y entonces mirase hacia su población benidormí, agrícola y marinera. Y encandilado, tuviese un sueño llamado a convertirse en realidad.
Actualmente el tópico local tiene a gala el proyectar la ciudad desde el mar hacia el futuro: rascacielos, parques temáticos y paletadas de ocio, siempre con el Mediterráneo como forillo. ¿Y los 192 metros y 47 pisos del edificio Intempo, como surgido de la película ‘Tron’?, ¿o el Gran Hotel Bali, con 186 metros, 52 plantas y ascensor panorámico? En realidad, bajo esta capa vanguardista en plena Marina Baja laten estratos de la Historia provincial.
La vieja ruta
La entrada habitual a Benidorm (de Benidmarhim o familia de Aduhar de Darhim o El Alig, ´el que entra en el mar`) desde el sur fue la carretera desde La Vila Joiosa (N-332a), que, antes de enlazar la N-332, mediante rotonda, subraya los tres kilómetros de la playa de Poniente (según tramos, avenida de Finestrat, de Villajoyosa, de la Armada Española; ahora hay que enfilar la avenida Murtal y la del alcalde Pérez Devesa); se introduce en el entramado urbano, bordeando la zona más veterana; cruza el galáctico parque de l’Aigüera (´fregadero` o ´lavadero`, lo diseñó Ricardo Bofill) como avenida de Alfonso Puchades y marcha hacia l’Alfàs del Pi como avenida de la Comunidad Valenciana. Antes, una rotonda nos conduce, vía avenida de la Comunidad Europea, a la N-332 y a la Autopista del Mediterráneo.
Este espinazo asfáltico ha cambiado mucho desde ´Don Pedro`, de aquellos 3.000 habitantes en 1952 a los 68.721 habitantes según censo de 2019, pero miríadas más en el estío. Es fácil rastrearlo, ya que Benidorm cuenta con excelentes notarios gráficos, como Francisco Pérez Bayona (‘Quico’), Mario Ayús, el también cineasta Luis Colombo o el pionero Simeón Nogueroles.
Salpimentando historia
¿Y antes? Los barrios del Campo, El Calvari, Poble Antic, Els Xatets de la Platja y L’Horta. Las tierras pegadas al mar fueron puro arenal que heredaban las mujeres (cuyos legados Don Pedro revalorizó), con el Canfali o Alfalig, ´peña que divide` (y su cala del Mal Pas), como mascarón que separa la playa de Poniente de la megaurbanizada de Levante (testigo del primer hotel, el Bilbaíno, fundado por Pedro Cortés Barceló en 1926, y chalets como Villa Victorina y el Miramar, ambos de Eusebio Pérez Fuster), que aparca sus 2.084 metros en el Rincón de Loix (Racó de l’Oix), a las faldas costeras de Serra Gelada, mole de más de 300 metros de altitud, compartida con Altea y l’Alfàs, de areniscas calcáreas, calcarenitas y margas. En lo alto, desde donde observar allá abajo el arriesgado oficio de muchos pescadores, un faro. Y minas de ocre (tinte de óxido de hierro y arcilla), reseña visitable de la dominación romana y activas hasta comienzos del XX.
Pero volvamos a la entrada: a la izquierda, megacentro comercial y parque tecnológico. A la derecha, la cala de la Vila y la de Finestrat, muy urbanizadas. Tossal arriba hubo poblado ibérico (siglos III-I a.C.) que incendiaron los romanos (dejaron a la posteridad un visitable ´castellum` o fortín) y hay ermita de la Virgen del Mar, de 1958. Bajo, una cala, donde germinó en 1963 el Gran Delfín original.
De vuelta a las avenidas, toca verticalismo. Al concretar Pedro Zaragoza su sueño, pretende, frente a extender la ciudad destruyendo el derredor, crecer hacia arriba. El PGOU de 1954, del arquitecto Francisco Muñoz (1921-2005), lo consigue: entre 1955 y 1965 se gestan 8.000 apartamentos, 100 hoteles, 400 comercios, 1.200 viviendas… También plantará árboles y logrará que llegue agua potable (1960): en 1964 se inaugura la Font (fuente) del Parc d’Elx para conmemorarlo.
Atracciones con vistas
El casco histórico constituye un dédalo donde disfrutar comprando -marroquinería, zapatos, joyas- y una babel gastronómica donde lo mismo toca caldereta marinera, ‘coca farcida’ o pelotas en caldo de la abuela, regadas con un ‘quico’ (vino de la tierra con agua-limón), que un pollo ‘tandoori’ o un ‘steak tartar’. Allí se encuentra el pueblo pescador original, con la iglesia de San Jaime y Santa Ana, y la Virgen del Sufragio o Naufragio (1740), patrona de la ciudad. Sobre el desaparecido castillo, el Balcón del Mediterráneo, al que antaño saludó un géiser artificial de 1986.
Pedro Zaragoza quería turismo y se apuró: viaje en Vespa al Pardo, para que Franco permitiese usar bikinis; y un Festival de la Canción que se gesta en el Quiosco del Tío Quico en 1958, con los periodistas Juan Carlos Villacorta y Teodoro Delgado Pomata. Comienza al siguiente año. Y fiestas: Fallas en San José, Hogueras en San Juan, Moros y Cristianos a comienzos de octubre y Patronales en noviembre, cuando terminaba la faena en la almadraba.
Tierra de parques temáticos: el desaparecido Europa Park y el aún activo Festilandia. Se sumaron, en las estribaciones de Serra Gelada, las aguas controladas de Aqualandia (1985) y la fauna exótica y oceánica en el anexo Mundomar (1996); y a la vera del Puig Campana, una inmersión lúdica en el Mediterráneo (Terra Mítica, 2000) y un paseo zoológico por el globo (Terra Natura, 2005).
Y en la mar, la isla de Benidorm, imbricando metrópoli y líquido elemento. Popularmente ´isla de los periodistas` (así la bautizó el gremio) y a sólo dos millas náuticas (3,7 metros aproximadamente) del puerto, por las que deambulan las morenas y prosperan las algas posidonia y cymodocea, las leyendas aseguran que nació de la coz de un fabuloso caballo a la cumbre del Puig Campana: unos le ofrecen las riendas al montpellerino Jaume I y otros a Santiago. Pero lo soñó Don Pedro.