Si ya sabíamos, cada uno en su día a día, que el mundo giraba muy rápido, sin pausas y con muchas prisas, esta pandemia no nos ha dejado ya ninguna duda al respecto.
En un par de meses un país entero puede acabar con su economía, aumentar de manera sustancial la pobreza de sus ciudadanos, aceptar muertes en solitario y entierros sin testigos, observar con impotencia la gestión pésima con los mayores, asumir un paro histórico y que éste además se vaya a prorrogar en el tiempo… en definitiva, dar por ‘válidas’ cosas que en cualquier otro momento hubiesen supuesto ‘una revolución’.
No todo es virus
Una emergencia de este tipo de golpe acaba con todos los derechos de años en cuanto a movilidad, trato entre las personas y otras muchas, incluyendo la de expresión. ¿Y todo procede de un virus? En lo referente a su existencia sí, en lo relativo a la gestión evidentemente no.
Ante la posibilidad de acabar con todos los derechos, en este caso en nombre de una emergencia sanitaria (en otros ha sido en nombre de Dios, del Rey o de cualquier otra cosa que temieran los ciudadanos) y la necesidad de que esos se restituyan sin fisuras, sin limitaciones, sin leyes ocultas creadas aprovechando la ocasión cuando acabe este estado de alarma, es por el que ahora nos damos cuenta de la importancia de los políticos.
Menos pasional
Cada uno puede pensar libremente si la gestión se ha llevado correctamente o no, pero lo que está claro es que es muy importante quién ha estado al frente de la misma. Unos pueden decir que se podía haber evitado tomando medidas antes, y otros que se ha actuado correctamente y evitado muchas más muertes y daños.
Pero en cualquier caso lo que sí debería es abrir más la mente al votante, ver que los políticos son mucho más que un mero figurante como algunos pensaban y que sus decisiones pueden cambiar en muy poco tiempo nuestras vidas.
Por eso quizás este tema nos pueda aportar algo. Es posible, o eso quiero creer, que en próximas elecciones de nuestros representantes, a cualquier nivel (municipal, autonómico, nacional o europeo) dejemos el corazón a un lado y nos fijemos más en la capacidad de las personas que nos van a dirigir (no solo representar).
Y sí, incluyo Europa, esas elecciones que los votantes dejamos un poco como de lado, pero que al final influyen en nuestra economía y en muchas de las normas de gestión que el estado debe adaptar tras su aprobación a nivel continental.
Anormalidad no es ‘nueva normalidad’
Estamos en un estado de anormalidad (que significa algo infrecuente o que accidentalmente se halla fuera de su natural estado) y no de nueva normalidad (que significaría que eso va a ser lo normal desde ahora). Si esta fuera la nueva normalidad querría decir no poder abrazarse nunca, vivir con playas parceladas, utilizar de por vida la mascarilla como un elemento más de nuestro atuendo…
Y sé que hay personas que piensan que no pasa nada, que si hay que acostumbrarse nos acostumbramos. Pero afortunadamente somos muchos los que queremos volver a nuestras vidas, porque nos iba bien y porque nos gusta el contacto con las personas, y porque esta anormalidad es algo que ha llegado de golpe y la normalidad que teníamos la hemos generado con años y años de lucha y experiencia común.
Al virus se le pondrá una solución, la cual parece que ya está cerca. En este caso son miles de millones de euros los que se juega quien aporte esa vacuna ‘mágica’ y por lo tanto es una carrera en todas las partes del mundo por ser los primeros. Y virus volverán, porque llevamos toda la historia con pandemias que cada cierto número de años asaltan la humanidad, pero todas esas pandemias pasaron y la población volvió a sus vidas.
Cambiar de discurso
Mientras, hasta uno agradece en los informativos ver un pequeño cambio y que entre dato y dato coronavírico, narrando cada nuevo contagio aunque sea de dos personas, nos digan cosas de la normalidad en la que vivíamos antes.
Así uno escucha de nuevo esas palabras altisonantes que a algunos les gusta tanto repetir, como el tema de las cloacas a las que siempre alude Pablo Iglesias, y ve cómo se monta todo el ‘circo’ cuando realmente él denuncia algo habiendo a su vez cometido un delito por quedarse con información confidencial que no le correspondía.
Los estudios poco veraces del CIS diciendo que el 62,7% de los españoles considera buena o muy buena su situación económica personal al mismo tiempo que considera mala o muy mala (76,4%) la situación económica de España, poniendo la crisis económica como principal problema.
O como Cataluña vuelve al ataque con personas que habían quedado olvidadas, caso de Puigdemont con ese desafío de montar un nuevo partido. Y tantas cosas más que antes se echaban de más y llega un momento, agobiados por la repetición del día a día sobre lo mismo, que se llega a echar de menos.
No es normal
En definitiva, prefiero pensar que realmente es una anormalidad y no una nueva normalidad. Porque no quiero acostumbrarme a ver colas enormes de personas pidiendo ayuda para comer en los bancos de alimentos, ni a tener que aceptar las normas que me impongan según la opinión de ese día de unos supuestos expertos (desconocidos por todos y que ha pasado como si fuera algo normal no saber quién son) que a su vez es cambiante y con dudoso fundamento.
Me niego a pensar que no es una anormalidad dejar morir por falta de atención a personas por que en ese momento no se les pueda atender y, en definitiva, no quiero creer que los proyectos de vida de miles y miles de personas pueden quedar truncados y que nos parezca ‘normal’.