Una de las fiestas con mayor arraigo y tradición crevillentina desde el siglo XVIII es, sin duda, la celebrada en honor a San Cayetano, importada por la señora duquesa de Aveiro, consorte del duque de Arcos, tras su estancia en Roma coincidiendo con la canonización del santo en 1671.
Por su parte, el cronista de la villa Anselmo Mas Espinosa afirma que esta fiesta se instituyó el año 1696, con motivo de haberse librado el pueblo de una gran epidemia de gusanos.
Sufragando todos los gastos el señor territorial, se construyó una ermita en la sierra a finales del siglo XVII con su correspondiente imagen para la veneración, donde permaneció -no sin muchas vicisitudes-, hasta 1826, cuando bajó para quedarse definitivamente en la parroquia de Nuestra Señora de Belén.
En la antigua parroquia tenemos constancia de una capilla en honor al santo, al menos desde 1778, coincidiendo con la donación del Calvario por el señor territorial que quedaba como patrimonio de la iglesia, con la condición de celebrar, entre otras cosas, los fuegos artificiales con motivo de las fiestas en honor al santo de Thienne.
Pronto el Ayuntamiento asumió los gastos del sermón y misa celebrados el 7 de agosto, además de instalar la feria en el Calvario. Todo se preparaba con esmero y el Consistorio contrataba los servicios de un carpintero, encargado de construir los puestos para los feriantes y un tablado para tocar los músicos que amenizaban las veladas, celebrando esta fiesta con gran pompa y solemnidad, salvo en contadas ocasiones, como en el verano de 1885, con motivo de la epidemia de cólera.
Esta tradición estival se mantuvo hasta 1935, tal y como refleja este fragmento del crevillentino Joaquín Galiano:
“Se abandona el veraneo para venir a la feria de San Cayetano. Muchas sandías y la mejor horchata del mundo. ‘Ella’ se ofende porque ‘él’ le ha eludido en la feria la compra de una chuchería.”
Con la llegada del conflicto civil (1936-1939), la fiesta fue suprimida, reanudándose de nuevo en 1940, junto a otras como el Corpus, la Inmaculada o el Corazón de Jesús.
La correspondencia de entrada del Ayuntamiento conserva muchas de las solicitudes de los feriantes, pidiendo autorización para colocar sus puestos y casetas “como años anteriores al 36” y en las que comprobamos que éstos procedían de localidades como Vinaroz, Villena, Rojales, Alicante, Torrevieja, Granja de Rocamora, Cox, Albaida o incluso, Badajoz.
En la feria podíamos encontrar una gran variedad de productos, incluidos puestos de comida, como almendra, garbanzos, así como dulces y confitura. Además, había puestos de bisutería, artículos de piel, quincalla, paraguas, abanicos, cuchillos, perfumes y por supuesto, juguetes, además de instalarse la feria de caballitos, tiro al blanco, rueda de bicicletas, bolados de cadenas, columpios y la tómbola.
Como curiosidad, una de las solicitudes de José Carbonell, desde Novelda, pide expresamente:
“que tenga la bondad de decirme si acen feria este año y si acen feria, me dirá usted si puede ser, ponerme 12 metros de caseta, pero en la plaza de abajo, pues este año no abrán muchos feriantes, si usted quiere, sí que podrá ser, pues sabe usted que arriba no se puede del aire que ace”.
Hay que tener en cuenta que el Calvario era una planicie elevada, entorno a la cual apenas había nada urbanizado y la feria arrancaba desde la Plaza Chapí hasta el Paseo del Calvario, lo que nos permite hacernos la idea de la envergadura que tenía esta fiesta en Crevillent durante el mes de verano, con gran ambiente y bullicio durante los días de fiesta, convirtiéndose en lugar de encuentro social y de ocio de todos los crevillentinos.
El cambio del periodo vacacional al mes de agosto fue una de las principales causas de la desaparición de la Feria de San Cayetano, dado que la gente se traslada a sus residencias en el campo o en las playas próximas, entre ellas El Pinet. La correspondencia de entrada del Ayuntamiento es una serie que nos ofrece datos de muy diversa índole, este caso, de carácter festivo, relacionada con la devoción crevillentina a San Cayetano.