La información y toma de conciencia, además de la carga estética y divulgativa que comprende, figuran entre los registros del arte, una semiótica que también arropa la rebeldía o la poética de la insumisión como la que, desde hace años, practica Cristóbal Gabarrón en diversas expresiones plásticas.
Un grito de sublevación contra la quiebra del humanismo en pleno siglo XXI, el del mayor nivel de interconexión y desarrollo tecnológico, ha lanzado el pintor y escultor Cristóbal Gabarrón (Mula, Murcia, 1945) a través de una exposición antológica que ha transformado en un alegato desde Valladolid con el trasfondo de los Derechos Humanos.
«En este momento existe un problema muy grande contra el que me rebelo como artista. La tecnología avanza a una velocidad de vértigo con un desarrollo exponencial ante el que el ser humano se encuentra reducido. No existe un equilibrio entre uno y otro, y esto es muy delicado y peligroso», ha explicado en una entrevista con Efe.
La ecuación, en opinión de este creador que luce una trayectoria de medio siglo, radica en una necesaria sintonía entre la tecnología y el humanismo: «si van parejos, los derechos civiles irán mucho mejor» pero, en caso contrario, «las sociedades lo van a pagar y muy caro», ha augurado Gabarrón, que este año celebra 75 años de vida.
El tono pausado con que se expresa contrasta ante la crudeza de una de las obras expuestas en la exposición «Un humanista del color» (Museo Patio Herreriano), un recorrido por sus coordenadas vitales y creativas con el común denominador de la desgarradora denuncia, pero con la esperanza de un ecumenismo al que apela en la instalación «Universo de luz» (Plaza de San Pablo).
«Nunca ha habido tanto dinero, tanta preparación y tantas oportunidades… y no vamos mejor», ha insistido sobre la fractura de un sistema que no sólo desdeña al ser humano como la medida de todas las cosas, sino que tampoco duda en sacrificarlo como Gabarrón profetiza o simplemente interpreta en su sobrecogedor «Retablo de Caín», confeccionado entre 2007 y 2009 y nunca expuesto antes.
En casi cien metros cuadrados, inspirado por las torturas de Abu Ghraib, este retablo reproduce un catálogo de horrores y tormentos, la aniquilación del ser humano, su derrota a través de empalados y ahorcados antes de ser sometidos a refinados suplicios, todo un tratado de truculencia que pretenden combatir los Derechos Humanos.
«Es algo que me produce una rebeldía tremenda. En los dibujos preparatorios me salía un desgarro y una crítica brutal contra el ser humano: alguien que es capaz de dar la vida por una idea y al mismo tiempo de matar por algo absurdo», ha insistido antes de realizar una llamada, a través del arte, «contra la violencia, el abuso y la guerra».
De la misma forma que Naciones Unidas teje una red a través el diálogo para conciliar necesidades y voluntades entre los países del mundo, el arte «es también muy importante porque con sus formas y colores aporta un compromiso con esos principios desde la misma visión poliédrica de Naciones Unidas», que este año también celebra 75 años, ha apuntado.
Una de sus contribuciones en esta empresa es «Universo de luz», una esfera a escala 1:200.000 de la Tierra, presentada en Nueva York hace cinco años por el entonces secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y ahora erigida en Valladolid, como símbolo de fraternidad, rodeada por 75 figuras humanas con las manos entrelazadas.
Cientos de espejos de acero pulidos, de forma triangular, ensamblan una esfera que al mirarla de frente nunca refleja del todo a la persona, sino una parte de ella, fragmentos de otras y también del entorno, como una alegoría de la comunidad fraterna que representa y alienta Naciones Unidas: ser en otros o reconocerse en los demás pese a las diferencias.
«Es mi granito de arena a este propósito porque si seguimos así se van a producir más divisiones que conducirán a conflictos, no necesariamente violentos, pero sí injustos (migrantes, refugiados…)», ha reflexionado antes de insistir en la premisa de que los derechos humanos «se logran con humanismo, no sólo con tecnología».
En el Museo Patio Herreriano, «Un humanista del color» repasa el medio siglo de arte de Cristóbal Gabarrón en forma de denuncias y lamentos, pero también de arrebatos y explosiones de color, en pinturas murales y de un tamaño más reducido, vídeos e instalaciones que ocupan galerías, plantas y salas de este antiguo convento benedictino.
«Me encuentro en el mejor momento de mi vida, liberado de muchas cuestiones; puedo decir y hacer lo que quiera, más que cuando tenía veinte, treinta o cuarenta años, y eso me hace estar en un momento más creativo», ha observado.
Para Gabarrón, el arte y la cultura «son más necesarios que nunca», siempre fueron una salida, un medio de expresión frente a coacciones, violencias o presiones, razón por la cual todos los que tienen que ver con ella «han de mojarse, también los gobiernos, políticos, instituciones, economía e incluso los media», ha concluido desde Valladolid, la ciudad que le prohijó desde los seis años de edad.
EFE