Pura ecología. Al Ayuntamiento de Ibi no le quedó otra. En diciembre de 2019 se anunciaba el cierre al acceso de automóviles al barranco de los Molinos (cuatro que fueron ocho, acequia y parte de un acueducto, con el espíritu del muslime castillo Vell o Viejo, más un cercano lavadero). Si se quería andar o corretear por allí, por el sendero PR-CV 127, en plena sierra del Menejador (1.356 metros), había que aparcar antes y… andar.
Esta proyección ibense al Parque Natural de la Font Roja (2.450 hectáreas), compartido con Alcoy, constituye un importante ejemplo de bosque mixto mediterráneo (encinas y pinares), antesala de un singular carrascal y paraíso para que águilas calzadas y perdiceras, gavilanes, cárabos y autillos sobrevuelen un paisaje por donde corretean, también entre chopos y olmos o tomillo, romero y aliaga, comadrejas y jinetas, culebras y víboras, gatos monteses y jabalíes.
Pero también patentiza, a través de su arqueología preindustrial, cómo la fuerza de torrentes y ramblas se transmutó en los caballos vapor que pusieron en marcha una industria que, pese a esporádicos boqueos fuera de acuario, consiguió proyección internacional. Hoy, Ibi y las vecinas Onil, Castalla, Biar y Tibi (la Hoya o Foia de Castalla) conforman el ‘valle del Juguete’.
Nieves y yacimientos
Ha nevado en Ibi, a 816 metros de altitud. La plaza de la Palla (paja, por la “caña de trigo, cebada o centeno”) se despereza, mientras por allí pululan lugareños veteranos y “castellanos, andaluces, manchegos y de más allá”, que arribaron en su tiempo en busca de faena: hay que comer, y vivir.
La imagen procede de ‘En la plaça de la Palla. Dies de Nadal (1960)’ (2018), del industrial, escritor e investigador del existir ibense (o ‘iberut’) Bernardo Guillem Verdú (1928-2020). Destaca la mixtura humana -llegaron de Ciudad Real, Granada, Almería o Jaén- que convirtió aquella tierra de masías y campo secano (almendro, olivo y vid) o regadío (hortalizas, manzanas, peras), con las Huertas Mayores, en la pujante ciudad que hoy es, donde las generaciones sucesivas van asentándole el patronímico al alma: “¿Y tú de dónde eres?”, “de Ibi, de Ibi”.
Con yacimientos como la Cova de la Moneda, Fernoveta, l’Horta de Pont Sud o el Camino Viejo de Onil, Ibi arranca en época íbera (el nombre: ‘lugar entre los ríos’, del íbero o el árabe, según fuente; en latín, ‘allí’). De los habitantes levantinos entonces, ibercavones, edetanos y contestanos, a Ibi le tocó la Contestania. Y de aquellos arroyos, quedan las aguas de la rambla Gavarnera (sierra con zarzas) o riachuelo de Ibi, que alimentan el nacimiento del Riu Verd (río Verde), en Onil, Monnegre (Montenegro) desde el pantano de Tibi. Reencauzaron Les Caixes (las Cajas), aunque al parque de les Hortes (las Huertas) lo bordea la avenida Riu de les Caixes.
Helados y hojalata
Los 23.489 habitantes censados en 2019 patentizan crecimiento respecto a otros padrones, como los 13.916 de 1970 o los 3.004 de 1857. La primera industria, con restos de ‘pous de la neu’ (pozos de la nieve) por el entorno montaraz, fue la heladera (con fiesta a mediados de febrero), aún muy activa, pero en 1906 soplaban nuevas manufacturas con la primera fábrica de utensilios de hojalata (hierro fundido bañado en estaño). Entre 1911 y 1935 despegará la industria juguetera.
Las dos grandes serán Payá, que tuvo fábrica en Alicante capital (1905-1984, desde 2013 sede del Museo Valenciano del Juguete o Joguet, en la glorieta Nicolás Payá, junto al Museo de la Biodiversidad; en 1990 se inaugura en la Casa Gran, de los Pérez-Caballero, del XVIII, a partir de 1995 Museo de la Fiesta Patronal de Moros y Cristianos: nueve días después del primer miércoles de septiembre, en honor a la Virgen de los Desamparados), y Rico (1910-1984, en la calle les Eres o Eras, desde 2019 museo del videojuego).
Sobre ambas orbita una manufactura donde hubo gente de otros comercios, como bares, que se apuntarán al encontrarse con clientes que pagan con chapas o matricerías. Crean talleres auxiliares con el tiempo independizados, y el troquelado, perforado, moldeado y engafado de la hojalata se transmuta en plástico inyectado o el envasado, etc. Además, la conversión de la carretera A-7 en una autovía aligerará la contigüidad con puertos, aeropuertos y otros viales.
Barrios y avenidas
El crecimiento físico, a partir del casco histórico, iba a generar un paisaje que va desde el núcleo con sabor rústico y montaraz al más moderno tiralíneas urbanita. El meollo histórico anida en el Casco Antiguo, escoltado por el cerro de Santa Lucía (ermita construida entre el XIV y el XVI sobre el ánima del castillo árabe de El Roig, Vermell o Bermejo), y presidido por la iglesia de la Transfiguración (XVI-XIX), cuya fachada sirve de telón a la fiesta de los Enfarinats o Enharinados (el 28 de diciembre, con irónicos pregones nocturnos el 27).
Para la zona urbanita, sirvámonos de la avenida Juan Carlos I como espinar. La escoltan edificios de nueva factura entre los que menudean plazas, glorietas y rincones, acrecentando la sensación de ciudad para pasear. Algunas enmarcan la montañosa naturaleza circundante. En otras, pese a su contemporaneidad, anida la historia: en la de los reyes Magos, el monumento (1975) del granadino Aurelio López Azaustre (1925-1988) a los Magos de Oriente; en la de les Geladors (heladeros, 1990) el dedicado a éstos (1990) por el gallego Maxín Picallo (1940).
Queda darse un relajo gastronómico: quizá un ‘giraboix’ (plato de cuchara, mano de mortero de boj o ‘boix’ y ‘all i oli’), ‘llegum’ (olleta con ‘xonetes’, caracoles), ‘coca amb oli’ (con o de aceite) o los pliegues de una ‘saginosa’ (coca dulce con manteca de cerdo), una coca de Ibi (de almendras) o unas almendras garrapiñadas. Luego, por ejemplo, degustemos un helado artesano en la plaza la Palla mientras vemos la fuente del lugar, un recuerdo de la llegada, a fines del XIX, del agua potable desde el barranco de los Molinos, de la que mueve aceñas y ciudades.