A las enciclopedias les cuesta cruzar datos. Quizá por eso las referencias al profesor, ensayista y poeta Pedro Salinas (1891-1951) le plantan dos ciudades en la biografía: Madrid para el nacimiento, un 27 de noviembre, y Boston, Estados Unidos, para su fallecimiento en el exilio tras la Guerra Civil, el 4 de diciembre. Y suelen olvidarse de Santa Pola, ciudad que llegará a trascender a sus libros, aparte de Elche o Torrevieja, a las que también escapó.
Veraneaba Salinas en realidad en la pedanía ilicitana de El Altet, en la finca Lo Cruz, en muy desvencijado estado de conservación hoy. Pero fue en Santa Pola donde habrá de conocer a quien será su esposa, la santapolera Margarita Bonmatí Botella (1884-1953), hija del industrial de El Altet Vicente Bonmatí, exportador a Argel de esparto y más tarde industrial destilador. Fue Margarita el gran amor del poeta, hasta que se cruzó con la alumna y después hispanista Katherine R. Whitmore (1897-1982).
Se casó con la santapolera Margarita Bonmatí Botella
La ciudad recibe cartas
Como constata ‘Cartas de amor a Margarita’ (1989, en Alianza, que tuvo en su cúpula a Jaime Salinas), recopilación por Solita Salinas de Marichal (hermana de Jaime e hija de Pedro y Margarita) de las misivas que envió su padre a su madre, el periodo epistolar comprende de 1912 a 1915 (fecha del matrimonio, en Argel). Pedro Salinas había conocido en 1911 a Margarita. La pregunta es: ¿con qué ciudad se encontró Salinas en dicha época, cada vez que por aquí recalaba?
En 1910 la población contaba con sólo 3.935 habitantes
Desde luego, nada grande. No será hasta los sesenta del siglo XX que pegue el estirón turístico que la llevará hasta los 33.303 habitantes censados en 2020, sin contar la población flotante, veraniega o de fin de semana, cuando no hay pandemia por el mundo. En 1877 se ha llegado a los 4.219 habitantes; sin embargo, en 1910, sólo un año antes del flechazo entre Pedro y Margarita, nos quedamos con 3.935. Más que de urbe, hablamos de pequeña población costera.
Veraneantes ilicitanos
Frente al hormigón residencial que abunda ahora por doquier, los visitantes ilicitanos han ido construyéndose unas peculiares barracas de junco y esparto. Se convertirán en un claro semillero de futuros ladrilleos. De la expansión vivencial actual ni hablamos, léase la avenida Santiago Benabéu hacia la capital. La ronda Norte aún no saluda al barranco de Paco Mañaco, ni al de la Tía Amalia, ni a nadie.
Pese a que Santa Pola se segregó de Elche en 1835 (aunque tenga que esperar a 1877 para obtener el rango de villa y corte, y a 1944 a que se delimite su término municipal), la población ilicitana sigue visitándose el lugar. En el semanario ilustrado ‘El defensor de Santa Pola’, el 6 de mayo de 1894, en la sección ‘El defensor de Santa Pola nuevamente’, se habla de “distinguidas familias” ilicitanas que pasan el estío en tierra santapolera.
El semanario y las salinas
Sin movernos de ‘El defensor de Santa Pola’, llaman la atención estas líneas publicitadas aparecidas el 19 de agosto del mismo año: “En vista del mal estado del servicio entre Santa Pola y Elche con los encargos de poca y mucha importancia, Salvador García Baile promete a su numerosa clientela servirla con prontitud y buen orden, al propio tiempo que hace presente su carruaje, en combinación con el tren de Alicante y coche para Novelda”.
En el fondo, lo que la publicación de corta vida, nacida el 6 de mayo de ese año como “semanario independiente y literario”, patentiza es la ligazón entre Santa Pola y su población fundadora, a tan sólo 14,80 kilómetros. Y las dificultades de esta relación de pincelada burguesa, que llevarán a un acercamiento comercial a la capital provincial, a 18,20 kilómetros, y a Novelda, ¡a 27,51 kilómetros! Tengamos en cuenta que las salinas han comenzado a funcionar en 1890 en El Pinet, terreno ilicitano, para extenderse a Santa Pola.
El primer reglamento para veraneantes data de 1810
Casas aseadas y calles rectas
En realidad, dicha pincelada añadirá hormigón a los cimientos de la futura Santa Pola, al inicio del repunte con viviendas de máximo de dos alturas (planta baja más dos pisos), como primeras escaladas al cielo. Bastante distantes de aquellas 350 casas, “casi todas de un solo piso, aseadas, limpias y de agradable aspecto, muchas de las cuales pertenecen a propietarios de Elche, que solo las tienen con el objeto de ir a pasar en ellas la temporada de baños”, que describe el geógrafo y político Pascual Madoz en su ‘Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar’ (1845-1850).
Una ciudad ya turística (hubo reglamento para los veraneantes de 1810) donde, según Madoz, poco más de medio siglo antes de los amores de Pedro Salinas y Margarita Bonmatí, estas viviendas “forman 18 calles anchas, despejadas y rectas, y una plaza principal”, además de abadía, escuelas para niños y para niñas, iglesia y hasta “cementerio rural”. Luego, iba a cambiar mucho la estampa, pero para esto al poeta universal y sus historias el río de la vida les llevó muy lejos de las costas santapoleras.