En los comienzos del balonmano en España, varias décadas antes de que las muchachas del Elda Prestigio conquistaran ligas y copas, ya existió un equipo eldense que compitió entre los mejores del país.
Se llamaba el Pizarro Elda, y tuvo una andadura efímera pero intensa. En muy poco tiempo llegó a lo más alto del balonmano nacional, y con la misma rapidez desapareció repentinamente del mapa fruto de una brutal rivalidad contra el Atlético de Madrid en la que sin duda se llevó la peor parte. Ahora se cumplen 70 años de su fundación, y 50 años del partido que supuso su disolución. Una historia que merece la pena recordar.
Primeros pasos
En 1951 se fundó el Pizarro Frente de Juventudes, un club multideportivo vinculado a la sección juvenil de la Falange Española (el único partido permitido durante la Dictadura Franquista). Aquellos jóvenes deportistas jugaban al balonmano, fútbol y baloncesto. El nombre elegido fue en homenaje al célebre explorador español Francisco Pizarro que logró conquistar Perú en el siglo XVI. Su fundador fue Francisco Miró.
Obtuvo su primer gran éxito al ganar una copa amateur en Teruel. A partir de entonces el club se centró en su sección de balonmano y jugaban sus partidos en una pista de tierra conocida como El Parque, ubicada en la actual plaza de la Ficia.
El efecto Pepico
Apareció entonces un hombre clave en la historia del club, Pepico Amat, quien curiosamente había sido portero de fútbol en sus años mozos pero que tras su retirada quiso probar suerte como entrenador en este nuevo deporte.
En 1958 se organizó la primera Liga Española (hasta entonces solo se jugaba una copa de España) y para la temporada siguiente el Pizarro lograba el ascenso. Era la primera vez que un equipo eldense disputaba la primera división de un deporte.
La Federación de Balonmano exigió al Pizarro que jugara sus partidos en una pista de cemento. Por esta razón los eldenses tuvieron que trasladarse a la Pista Paz, que se montó de forma provisional en el patio de butacas del antiguo Cine Gloria de verano en la calle Padre Manjón.
El Pizarro no se adaptó bien a la nueva categoría y descendió en aquella 59-60, aunque regresó a la División de Honor en la 62-63. En la temporada siguiente vivió su primera gran controversia con otro club, pues cuando debía disputar la promoción de permanencia contra el Elche ambas directivas discreparon por la fecha y el lugar para el partido. Finalmente la Federación descalificó a los ilicitanos, por lo que el conjunto eldense mantuvo la categoría de esta forma tan poco ortodoxa.
El Pizarro tenía fama de equipo muy leñero. Todos los equipos temían su agresividad
Los años gloriosos
Y es que el Pizarro siempre estuvo instalado en la polémica, sobre todo por la fama que se ganó de equipo muy leñero. Jugar en la Pista Paz irónicamente suponía un suplicio para los rivales, no solo por los garrotazos que pegaban los pizarristas sino también por la presión infernal del público local.
En la 66-67 el Pizarro llegó a ser campeón de invierno de la Liga Española
En la campaña 64-65 aquel conjunto, dirigido por Pepico Amat y formado por jugadores como Laureano, Sócrates o Arráez, lograron ganar prácticamente todos los partidos en casa y terminaron la Liga en tercera posición. Fue la mejor clasificación en la historia del club, si bien en la 66-67 llegaron a ser campeones de invierno para luego terminar cuartos.
Inicio de la polémica
Por cuestión de cercanía surgió una cierta rivalidad con el Obras del Puerto, equipo de Alicante, si bien en realidad los partidos más calientes fueron contra el Atlético de Madrid. Una enemistad que, a la larga, acabaría suponiendo la desaparición del club.
Todo empezó en un partido disputado en 1968 ante los colchoneros, al que se llegó a los últimos instantes con un marcador de 14-13 en la Pista Paz. Ocurrió que la última posesión de los visitantes para tratar de empatar el partido fue interrumpida… por un paraguas. Efectivamente han leído bien. Un aficionado eldense lanzó un paragüas hacia la pista para evitar el contrataque.
El árbitro decidió quitarse de problemas señalando el final, lo cual obviamente supuso la indignación de la plantilla del Atlético. Hubo insultos de todo tipo hacia el público e incidentes violentos contra el autobús del conjunto madrileño, además de que el Pizarro se llevó una multa de 8.000 pesetas.
Los partidos contra el Atlético de Madrid solían acabar en escándalo público
La rivalidad con el Atleti
A partir de aquellos incidentes del 68 los Pizarro-Atlético se convirtieron en auténticas batallas campales. La tensión entre los jugadores y aficionados rivales se palpaba en cada partido. Y todo ello explotó el 7 de marzo de 1971.
Por aquel entonces el equipo eldense ya jugaba sus partidos como local en el Pabellón de Madera. En la segunda parte el Pizarro vencía por un claro 15-6, cuando los jugadores colchoneros dejaron de esforzarse en protestar por el juego duro local y la hostilidad del público. Tanto fue así que los árbitros acabaron suspendiendo el partido aduciendo que “el cuadro madrileño evidenció falta de combatividad y renunció a toda acción ofensiva”, según el acta.
La Federación resolvió que el partido debía volverse a celebrar empezando 0-0 y en campo neutral. Una decisión que causó enorme enfado en Elda, hasta el punto de que la directiva del Pizarro se negó a acatarla. Empezó así una auténtica guerra entre club y ente federativo a base de incomparecencias, multas, jugadores sancionados, etc.
Punto final
El Pizarro nunca se recuperó. Ni siquiera pudo terminar la temporada, pues acabó siendo descalificado. Su último partido fue contra el Granollers, campeón a la postre de aquella Liga, empatando 14-14 en Elda el 2 de mayo de 1971.
Desde Elda siempre se acusó al Atlético de Madrid de ser el auténtico impulsor de toda una orquestada confabulación para hacer desaparecer un equipo al que le resultaba muy incómodo enfrentarse. Lo cierto es que en aquella época el vicepresidente de la Federación, Salvador Santos, ocupaba también el mismo cargo en el club colchonero.
Así fue la efímera, gloriosa y turbulenta historia del Pizarro. Un equipo pionero que sembró la pasión local por este deporte, que años después recogería el tan glorioso Elda Prestigio.