Los más veteranos del lugar todavía lo recuerdan. El líquido elemento arribaba a Sant Joan d’Alacant o San Juan de Alicante en plena Guerra Civil. El 20 de agosto de 1938 se inaugura oficialmente la llegada del agua corriente, en fuentes y en los domicilios que podían permitírselo. Vivificarán al ejército republicano, pero también, según los supervivientes, a un posterior destacamento italiano no menos necesitado de agua, aunque sea para preparar ‘al dente’ aquellos platos de pasta con los que se ganaron los estómagos de una famélica chavalería.
El consistorio sanjuanero, al festejar el 75 aniversario de aquella inauguración, propuso una ruta de las fuentes que, a pie, relataba uno a uno, alguno muy remozado, los históricos caños sanjuaneros: los de la pedánea Benimagrell, el de la calle del Carmen y el de la plaza de España (la del Ayuntamiento). De esa manera, además, se abrochará un recorrido por el intríngulis urbano de un municipio de pasado árabe (fue Benalí o Ben Alí), antaño pedanía alicantina (a unos ocho kilómetros de Alicante ciudad, se independizó en 1779) y presente cosmopolita. Entremedias, hasta llegó a convertirse, junto a las ya anexas Mutxamel y El Campello, en despensa hortofrutícola de la capital, el Camp d’Alacant, la Huerta de Alicante.
La vieja canal
Estos mismos veteranos aún lloran por el antiguo canal del Gualeró. Llevaba al aire libre, posiblemente desde el XIV, las aguas que el mutxamelero azud de Sant Joan distribuía para vivificar la citada Huerta, un extenso llano aluvial en suave pendiente hacia el mar, 40 metros de altitud media. Existe aún, entubado, bajo tierra, y además nombra a la zona presidida por la parroquia de San Juan Bautista y cruzada por el vial N-340, en otros tiempos enlace principal con Mutxamel.
Pero la agricultura sigue pesando en la economía sanjuanera, en un municipio receptor de turismo nacional e internacional y reposos capitalinos en segundas residencias. Con fiestas pedáneas, Mayores (en honor al Cristo de la Paz, del 12 al 16 de septiembre) y hasta Fogueres en junio. Y suma aún otras industrias, como el mueble, la cerámica, los bordados.
Vuelve a las mesas el vino fondillón, que aquí sembró, creció y maduró. Ahora retorna a la contigua pedanía alicantina de Orgegia. Sirva para darle lustre a una rica gastronomía de fondo provincial: olleta, arroz con bacalao, a la alicantina, ‘amb seba’ (con cebolla), o bollitori (hervido), ‘putxero amb tarongetes’ (cocido con pelotas), ‘coca amb tonyina’ (con atún), ‘amb molletes’ (con mollitas). rollos, toñas…
Sant Joan presume, con razón, de un ramillete de bares y restaurantes de gestión familiar que, independientemente de cambios de ubicación, ofrecen comida casera de primera. En los últimos años, además de franquicias multinacionales en los centros comerciales, se ha sumado una cocina exótica concebida exactamente con los mismos planteamientos.
Calles y panes
Desde la citada parroquia, del XVIII, nacida sobre una iglesia que fue mezquita, irradia ese Sant Joan veterano, de casas de dos o tres alturas y testigo del pretérito. Desde allí, con profusión de plazas y parques (como el Municipal, de 1995, con templete, fuente, estanque y géiser, y olivos, palmeras y pinos; estamos en una ciudad de 24.367 habitantes en 2020, muy paseable), han ido engarzándose sucesivas capas de edificios, incluido un Ayuntamiento de referencial diseño y enfrascado, entre otras, en campañas por un consumo responsable del agua; o una casi fantacientífica Casa de Cultura, sede de un festival de cine que apadrinó un valenciano universal enamorado de Sant Joan, Luis García Berlanga (1921-2010).
Sigamos, por ejemplo, un activo espinar que comienza entre urbanizaciones como Rambla de la Llibertad. Tras la plaza de Maisonnave se trasforma en la metropolitana avenida de la Rambla, con alguna que otra planta baja resistente entre edificios. Se prolonga en Jaume I y, después de la plaza de la Constitución, se troca, calle Cronista Sánchez Buades, en un puente que permitirá alcanzar la avenida de Elda, en realidad enlace con Playa de San Juan, partida alicantina. Para ello, la plataforma cruza la N-332, que, iniciada al sur en Cartagena, en los sesenta se merendó buena parte de la huerta. Y le pegó un buen bocado a Benimagrell (otrora Benimagruix), pequeño núcleo poblacional que aún huele a pan casero.
Entre mimbres pedáneas
Sólo hay que cruzar la N-332, por el puente o bajo la carretera si se va andando (antes, donde desemboca la calle del Carmen, una antigua casa, mientras aguante, constituye un testigo de hasta dónde llegaba Benimagrell). La calle principal, casi la única, llamada como la población, nos lleva a una estampa aproximada de un Sant Joan de daguerrotipo. En realidad, es en el mundo de las pedanías (algunas compartidas, como Santa Faz con Alicante y Fabraquer con El Campello) donde podemos disfrutar de una clara visión de lo que fue, es y será Sant Joan.
Allí, aún quedan, salpimentando un paisaje cada vez más urbano, o entre áreas en buena parte deglutidas por hambre chaletera o de ladrillo de última hornada, restos de ese pasado huertano, recados de acequias, partidores, brazales desde aquéllas a los campos… Hacia la playa o en esa misma orilla al este, bancales con limoneros, naranjos y, también, tomates o granados sembrados con planteamiento industrial.
Desde 1996 sede, el mundo pedáneo sanjuanero, del Campus de Ciencias de la Salud del Hospital Universitario San Juan de Alicante, también encontramos urbanizaciones, chalets de todo tipo, algún edificio despistado, casas huertanas (muchas restauradas, por particulares e instituciones, como la finca El Reloj, del XIX, hoy Centro de la Juventud), torres de la huerta (las que quedan de un hábil sistema defensivo, suerte de Internet con sillares para avisar de desembarcos piratas) y ermitas, como la benimagrellse de San Roque (del XIV al XVI) o la de Nuestra Señora del Rosario (1991), en Fabraquer, construida por los propios vecinos que pusieron sudores y materiales. Estamos donde aún quedan acequias y bancales. De agua que antes vino ‘de Levante’ (aguas de) o de Tibi, ‘del pantano’. Tierra de brazales.