Pepet, toda una vida de transportista, parte por el Magreb, olisqueó el cielo de septiembre, de tan azul raso que casi hería, y soltó un “vámonos ya, antes de que empiece a llover”. Y en aquel variopinto grupo de amigos en excursión, Clementina, quien a su edad sabía sacarse la inocencia entre las entretelas de la veteranía, le replicó con un “Pepet, todo el agua que caiga me la bebo yo”. Un cuarto de hora después, la muy empinada carretera -retrepada sobre una gran esponja caliza- que lleva desde el interior Poble Nou de Benitatxell (Pueblo Nuevo de Benitachell) a la cala del Moraig o Morach (quizá de Almoraig, de Marj, marjal), uno de sus más visitados rincones costeros, se convertía, bajo un gaseoso cielo color rapaz oscuro, en inabarcable torrentera que escalaba los capós de los automóviles.
La ensenada antaño fue, mitad y mitad, playa familiar, al sur, y nudista, al norte, según ganas de tostarte más o menos a la vera de un mar relajante pero donde los cantos rodados sustituyen a la arena dorada. Quien quiera lucir bronce de cuerpo entero tendrá que acceder a la recoleta cala de los Tiestos (‘dels Testos’, los que recogían las gotas de la homónima cueva) por complicado pero hermoso sendero o desde el Mediterráneo. Antaño, el mar fue también único acceso a la visitada cala: en los 80 se domesticó un paisaje que el Ayuntamiento ha recuperado ahora en parte, cuando el Moraig posee la categoría de Lugar de Interés Comunitario (LIC) de la red Natura 2000 de los Penyasegats (peñas o rocas cortadas: acantilados) de la Marina.
Acantilados y cormoranes
El reclamo principal en estos escasos pero intensos 2 km de acantilados, playas y cuevas pinta submarino en el Moraig: la Cova dels Arcs (cueva de los Arcos, tres al exterior y uno al interior), un sistema kárstico de calizas labradas tanto por la acción del Mediterráneo como del subterráneo Riu Blanc, río Blanco. Paraíso interior de peces, crustáceos, cefalópodos, estrellas de mar, erizos… y algas, pero con envés peliagudo: al bucear, nos topamos, si las traicioneras corrientes no los hurtan, con dos carteles: “Stop sin entrenamiento en cuevas (ha muerto gente aquí)”, porque es una “cueva en exploración”, así que “extrema la precaución”, “respeta el material y la instalación” y “no entres sin la adecuada formación”.
Antes de dejar estos itinerarios marcados por una cicatriz geológica sobrevolada por cormoranes y vencejos (y hubo halcones), la falla del Riu Blanc o del Moraig, que hasta creó una poza de agua de mar, no nos olvidemos de la otra cala, barranco de la Viuda o de Garsivà abajo, compartida con Teulada-Moraira, de acceso pedregoso y en buena parte acantilado, pero bien señalizado incluso con paneles informativos (por ejemplo de las ‘covetes’ del lugar): la del Llebeig (Leveche, viento del suroeste). Está al sur, con pintorescas casitas-cueva de pescadores a la orilla.
Pedanías y poblaciones
Al interior de Benitatxell, poblero de gentilicio, lo guarnece el afloramiento de la cumbre del Sol, alicatada de urbanizaciones sin fin. Y su toque educador: The Lady Elizabeth School, lujoso e internacionalista centro convertido, junto a la visitada cala, en importante cruz al mapa. Se fundó en 1987 en una casa de campo de la contigua Xàbia, y distribuyó luego su alumnado entre Benitatxell y Llíber. El 23 de marzo de 2019 definitivamente asentó aquí.
Carretera abajo hacia el interior, entre la cumbre del Sol y Benitatxell, nos encontramos un mirador que muestra allá abajo la ciudad seminal. Antes, podemos distraernos por caminos que llegan a urbanizaciones que son laberínticos núcleos poblacionales. Quizá sea donde asiente buena parte de esas 4.452 personas oficialmente censadas en 2020, más una multiplicativa población flotante estacional. Algunas urbanizaciones se entremezclan con otros municipios. Absorbieron voces del pasado, como la partida de Lluca (de Maria del Lluc, patrona de Mallorca), al norte, que pisaron los griegos y que en el XV fue municipio independiente con carta-puebla de los Reyes Católicos.
Soleras y pozos
La pequeña ciudad posee mucha historia bajo su aparente placidez de población de la Marina Alta. Los hallazgos arqueológicos nos retrotraen hasta la prehistoria. Y hay huellas romanas. Pero serán los musulmanes quienes siembren el municipio actual. Crearon diversas alquerías, de las que sobresaldrán la del Albiar o Abiar y la de Benitagell (hijo de Tagell). Tras la expulsión de la Península de los moriscos (musulmanes cristianizados), entre 1609 y 1613, los caseríos quedaron abandonados, pero se recupera el de Benitagell, ahora “pueblo nuevo” y con otro redondeo fonético, y se fusiona con el Abiar, el 4 de enero de 1698.
Aún resuenan pasos inmemoriales por un casco antiguo que abraza una colina, entre ribazos y cuestas. Aunque no abunda lo peatonal, apetece andar. El pequeño ayuntamiento está en plena calle Mayor. En la fachada, un cuadro de azulejos nos recuerda que fue “construido” en “1948” y “restaurado” en “1987”. Hay casas de abolengo (y de nueva factura en los arrabales), de poca altura, algunas alicatadas. Salpimentando el casco urbano, comercios con letreros en varios idiomas.
La iglesia parroquial, Santa María Magdalena (1710, aunque su cúpula azul fue dañada por un rayo en 1940; el templo está en restauración), irradiará en buena parte el Benitatxell actual, repoblado antaño por cristianos viejos de Lleida y de Mallorca. Sembraron sus fiestas, como las de la Rosa en mayo, a la Mare de Deu del Roser (Virgen del Rosario), y las Mayores, a Santa María Magdalena, a finales de julio. Y el agua que absorbe el suelo brotó mediante pozos y molinetas para que creciesen uva moscatel (y con ella, riu-raus), ‘faves’ (habas: en abril, fiesta del vino y la haba), manufacturas de mimbre, palma y esparto, embutidos y una cocina de puchero (fideos, carnes y pelotas dulces), coca o pasteles de boniato.
Esto puede comprenderse visitando los Pous (pozos) de l’Abiar (‘los pozos’, como en la libia al-Abyar), hoy “área de recreo y esparcimiento” (queda un molino eólico y desapareció el lavadero), en la partida del mismo nombre, al oeste, antes de llegar a la urbanización Vista Abiar: cómo una esponja caliza acunó y arrulla civilización.