Lo aseguran los azulejos: “San Felipe Neri, nacido de las aguas, es el primer pueblo de las Pías Fundaciones fundado por el Cardenal Belluga. Perteneciente al antiguo Reino de Valencia, fue colonizado tras la desecación de los marjales de Orihuela, cedidos a Su Eminencia el Obispo de Cartagena. Por Real Cédula de 12 de febrero de 1732, el Rey Felipe V reconoce a San Felipe Neri el título de Villa Real (…)”. Ofrece bastante intrahistoria el texto del cronista y maestro José Sáez Calvo, en la fachada multicolor de Casa Harry, veterano (1987) restaurante con bodega en antiguo aljibe, en una localidad con buena oferta alimentaria.
Luis Bellegua (o Belluga) fundaba el pueblo en 1729, además de Dolores y San Fulgencio, para desecar el hoy extinto marjal oriolano y financiar ‘pías fundaciones’ en Motril y Murcia. Tras drenarlo, las tierras pasaron a los ‘colonizadores’ por ‘censo enfiteútico’ (arrendamiento de larga duración con derecho real -canon o censo- para el arrendador). Crevillent lo deglutió el 23 de enero de 1884, respetando el título de Villa Real.
A 6 kilómetros de Crevillent y con austera pero coqueta iglesia al santo titular, de 1735 (fiestas mayores el 26 de mayo), con fachada a la plaza con fuente-estanque del Cardenal Belluga, San Felipe Neri constituye un diminuto remanso agrario que si en 1970 anotaba 410 habitantes, en 2020 asentaba 446 almas. Viviendas de una, dos o tres alturas, relajantes plazas, palmeras y mucho sol. Y a cinco minutos en coche, 307 personas arraigan en el casi mellizo El Realengo, diseñado en 1950 a tiralíneas por el arquitecto José Luis Fernández del Amo (1914-1995) y construido entre 1957 y 1961 con idénticas intenciones de colonización agraria.
Bienvenidos al Crevillent rural: acequias para regar y azarbes para el sobrante dotan a la zona de un sistema circulatorio que bombea en parte, en plena depresión Segura-Vinalopó, desde un contiguo corazón acuoso.
El humedal que casi secan
Crevillent y Elche comparten la mayor parte del humedal (que también orillan San Fulgencio, Dolores y Catral) de El Hondo: 2.430 hectáreas sobrevoladas por avocetas, cigüeñas, flamencos, fochas, garzas, garcetas y garcillas. Hay nutrias (se ceban con la invasora carpa común), más anguilas, camarones de agua dulce, fartets o mújoles viviendo entre tanto predador con o sin plumas.
Estas aguas custodiadas por carrizos, juncos, alcolechas (saladillas), salicornias y sosas (hierbas pendejeras), Zona Especial de Protección para las Aves (1990) y Parque Natural (1994), fueron charcas naturales unidas a dos embalses de Riegos de Levante, con aguas del Segura, testimonio de los pretéritos y sucesivos golfo y albufera de Elche. Primero los romanos y luego especialmente los árabes las aterraron. La marisma se convertirá en El Hondo, según el agua salobre endulzaba su ánima.
Entre los siglos XIII y XVIII creará el contingente agrario la feraz huerta, en la que crecen algarrobos, almendros, cítricos, higueras, hortalizas o viñedos. Sobrevivió el humedal, eso sí, al higienismo defendido, entre otros, por Cavanilles (1745-1804), que veía en estos remansos hídricos insalubres nidos de mosquitos, pura fuente de enfermedades. Desde 1979 comienza a configurarse, añadiendo terrenos con intenciones cinegéticas y piscícolas, El Hondo tal y como lo conocemos hoy. Bien hallados en el Crevillent reserva biológica.
Entre parques, plazas y museos
Tierras donde consideran forastero a quien no habla valenciano, quizá explique su espíritu la peculiar orografía, casi anfiteatro a las faldas de la sierra de Crevillent (Fundus Caruillianus: propiedad de Carvili), frontera natural de pinos, arbustos y esparto entre el valle del Vinalopó, la cuenca del Segura y la amplia llanura litoral al este.
La ciudad actual, con la mayor parte de los 29.536 habitantes censados en 2020 en el municipio, resulta menos cosmopolita que Elche pero muy urbanita, cuyo casco histórico conserva intrincado trazado agareno. Nació en el paleolítico superior, unos 20.000 años atrás; la asientan los íberos, la urbanizan los árabes y la promociona la artesanía del esparto y del junco, transformada en industria alfombrera desde 1920: la Unión Nacional de Fabricantes de Alfombras, Moquetas, Revestimientos de Industrias Afines y Auxiliares (Unifam) se crea aquí en 1977.
Las necesidades laborales generarán barrios como las viviendas-cueva, desde el XVIII, por la parte alta del casco urbano y, vaya, en trance de desaparecer. La alfombra también atrajo a un importante número de población marroquí, cuyos comercios salpimentan la urbe, como en la carretera N-330, concatenación de avenidas al cruzar la ciudad. Aparte, al pasado muslime se lo rememora con los edificios arabizantes que bordean la plaza dedicada al eminente cirujano crevillentí Mohamed al Shafra (aproximadamente 1270-1360).
Bien, llegados al Crevillent urbano. Antes de las avenidas, los paseos (como La Rambla, con obelisco de cristal azul, popularmente ‘el pirulí del poble’, del pueblo) y parques (Parc Nou, con el Museu Arqueològic, construcción neocasticista de 1927), Crevillent abrazó la calle San Francisco. Aún la saluda la Torre de la Iglesia Vieja de Nuestra Señora de Belén (XVI: su reloj organizaba los riegos), anexa al mercado central. La Nueva (1829, la más grande de la diócesis Orihuela-Alicante) está cerca; a sus espaldas, el museo de la Semana Santa y el del imaginero Mariano Benlliure (1862-1947); también al pintor Julio Quesada Guilabert (1918-2009), en la sede de la Cooperativa Eléctrica Benéfica San Francisco de Asís.
Despedida con mondongos, pinos y agua
Vayamos de conmemoraciones y gastronomía: con ‘pa torrat’ (pan tostado), bacalao, ajos al horno y habas tiernas para amaneceres semanasanteros; ‘arròs amb pota i mondongo’ (pata y tripa de ternera, antaño de cordero) por San Cayetano; en septiembre, Santo Ángel de la Guarda (desde el XIX), picoteemos una impresionante carta de arroces y hervidos, o ‘tomatetes seques’ (tomates secos a la plancha o fritos); y en octubre, durante las patronales (San Francisco de Asís, desde 2017 de Interés Turístico Internacional), de postre ‘tonyetes’ (toñas dulces) y autóctonos helados.
Viajemos al Parque de Montaña San Cayetano (pinares y sotobosque mediterráneo); al paraje de la Penya (Peña) Negra (con vestigios de la Edad de Bronce); o al embalse de Crevillent: 108 hectáreas diseñadas por Alfonso Botía para saciar al agro crevillentino gracias al Trasvase Tajo-Segura. Bienvenidos somos en Crevillent.