Lola Alcaraz marcha siempre unos días a la isla Tabarca, en busca de la “tranquilidad, un mar transparente, y una comida rica, rica”. ¿Tranquilidad? “Allí tienes que ir buscando paz. Yo voy en junio, cuando no está llena todavía. Por las mañanas, antes de que lleguen los barcos, me doy un paseo, llego hasta el faro y de allí a la otra punta. Este año me crucé sólo con una persona, es maravilloso pasear escuchando sólo el mar y las gaviotas. Después a la calita a tomar el sol y bucear viendo los peces y el fondo marino”.
Lo cierto es que el turismo arriba desde las mismas orillas del verano, cuando no hay pandemia, y se trata de una superpoblación no sólo estacional: también lo es horaria. Lo cuenta Carmen Martí Fernández, presidenta de la asociación vecinal Isla Plana: “Ten en cuenta que la gente llega con los barcos, así que por la mañana puedes ir a pasear, a hacer deporte. Luego, a la tarde, cuando se van los barcos, es parecido, no se queda mucha gente, sólo quienes viven aquí o están en los hoteles o en casas alquiladas”.
La isla perdió cierto simpático desaliño para ganar pátina modernizada
Un libro en el recuerdo
Las conversaciones tienen dos motivos: la pandemia se aleja, la isla aguantó con cero afectados y vuelve el turismo; el segundo rompe los libros de estilo. En 2003 nos encargaron al desaparecido colega Ismael Belda y a mí la obra sobre las pedanías de Alicante ‘El sorprendente reino desconocido’. Repartidas las labores en paridad, a mí me tocó el capítulo ‘L’Illa Tabarca. Panes micénicos como escotilla a la rada alicantina’. ¿Cómo le han sentado estas décadas al lugar?
“Lo habrás encontrado todo muy cambiado”, asegura más que pregunta Carmen Martí. “Se ha recuperado la iglesia, donde se han descubierto unas bóvedas en la sacristía; las murallas; la gente ha arreglado sus casas…”. En esencia, es la misma Tabarca, prototípico pueblo mediterráneo, aunque perdió cierto simpático desaliño para ganar pátina modernizada que, sin embargo, refuerza el diseño a tiralíneas de la población del ingeniero militar Fernando Méndez de Ras entre 1769 y 1779. Pero, como señala Carmen, aún faltan infraestructuras. Muchas infraestructuras. Y siguen luchando por ellas.
«Seguimos demandando un transporte público» C. Martí
En búsqueda del transporte público
El alumbrado eléctrico llegaba en 1963, el teléfono en 1975 y el agua en 1985, desde Santa Pola y por conducto submarino, pero todavía han de arribar por mar los suministros para alimentar no sólo cuerpos y almas de los 51 o 52 habitantes contabilizados en 2019. Mi compañero David Rubio, desde estas mismas páginas, el 12 de marzo de ese año señalaba: “La cifra es falsa, en invierno apenas duermen 15 vecinos aquí. La mayoría de ellos, jubilados. Sólo quedan en activo un pescador, un albañil y el dueño del bar”.
«Tabarca se ha deshabitado por falta de infraestructuras» C. Martí
“Pero seguimos demandando un transporte público”, añade la presidenta de la asociación vecinal Isla Plana. “Podríamos desestacionalizar el turismo, con más negocio. Sería una ayuda. La gente podría ir a trabajar, que no hay más que media hora a Santa Pola, y volver luego a su casa. También podrían volver las escuelas. Cuando llegó la pandemia, se quedaron varias familias con niños. Aquí vive hoy la gente que tiene el trabajo aquí, o que no puede irse. Tabarca se ha deshabitado por la falta de infraestructuras”.
Por la red de redes
Resulta, al respecto de esa constante búsqueda de infraestructuras, cuanto menos curiosa la llegada de Internet a la isla. En realidad, sus habitantes ya se habían pertrechado de sus mil y un enganches a la Red, mediante antenas, por ejemplo. Pero en el 2000 llega realmente la fibra a la ínsula, aunque al principio sin que la población tabarquina se enterase. Cosa de particulares. Ya se sabe, secretos. Aunque en una localidad tan físicamente atrincherada como la de Tabarca, lógicamente, las noticias vuelan entre calles y hasta se respiran entre salitre.
Movieron cielo y tierra para contrastar si era cierta esa arribada de Internet a puerto tabarquino. Cuando comprobaron que sí, que efectivamente había llegado, gestionaron lo necesario para conectar todas las viviendas con el universo 2.0. No obstante, como relata Carmen, “resultó que, al estar enlosadas las calles, empedradas, no se podía meter por tierra. Hubo que colocar la fibra óptica por arriba, cuidando de que no se viera, que se respetase la vista del pueblo. Ahora tenemos fibra óptica aérea”. Eso sí, sigue quedando pendiente el tema del transporte público.
«Aquello es para amarlo tal como es» L. Alcaraz
Propuestas en espera
Las Cortes Valencianas aprobaban por unanimidad el 11 de junio de 2018 una proposición no de ley para asegurar un barco regular entre isla y península, subrayado con la declaración institucional del consistorio alicantino del 24 de junio (aunque Tabarca, pedanía de la capital ya que en 1769 pasaba a depender del término municipal alicantino en vez del ilicitano, sigue espejándose más en Santa Pola). Pero cuando llega el invierno, el servicio de transporte, privado y sujeto al turismo, afloja la cadencia diaria.
Ni a Carmen ni a Lola les interesa una Tabarca convertida en parque temático: desaparecería la vida real para transformar la isla en una feria que cierra por temporadas. “Aquello es para amarlo tal como es, no buscar mil comodidades; su parte salvaje es la que hay que mantener, clavarte las piedras para bañarte, ir sobre tierra todo el rato…”, asegura Lola. Pero, eso sí, “hay muchos restaurantes de día y de noche, y la taberna, en la que hay mucho ambiente por la noche”.
Hoteles y murallas
Durante la confección del libro, sólo había un hotel, el de la Casa del Gobernador, hoy hotel Boutique Isla Tabarca, donde habitó el equipo del rodaje del largometraje alicantino ‘Tabarka’ (1996), de Domingo Rodes. Actualmente acompañan otros establecimientos del ramo, además de que existe la posibilidad de alquilar casas o apartamentos. Pero la mezcla de modernidad y tradición ha respetado el aire indiano de calles y plazas, con tabernas y tiendas de comestibles y souvenirs. El aspecto de isla griega resulta todavía mayor de lo que ya fue.
Las murallas, en parte huecas, para acoger la artillería defensiva, se muestran en mucho mejor estado, ya restauradas. La piedra calcarenita tan típica de estos lares había iniciado, en 2003, un proceso leproso que había afectado especialmente a la iglesia de San Pedro y San Pablo, bendecida en 1770 tras ampliar la capilla original de 1769. La muralla, por cierto, corresponde a la imagen de los “panes micénicos” del libro, en recogida cita directa a los recorridos mediterráneos de otro colega, Manuel Vicent.
Las nuevas construcciones
Rodear el pueblo lleva a la sorpresa de descubrir cómo ha ido creciendo. Hubo un momento en que germinaron los edificios por doquier, acrecentando el peligro de convertir Tabarca definitivamente en una feria de verano. Allá por 2014 llegó la hora de los derribos, el cumplimiento de sentencias como la del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana de 2003. Eso sí, los birlibirloques de unos y otros produjeron sus frutos y no cayeron todos los nuevos edificios bajo una piqueta que entonces se alentaba como justiciera.
Como en la vieja fábula de la zorra y las uvas (el animal intenta cogerlas; al no alcanzarlas, masculla: “Bah, total no están maduras”), cabe decir que las casas que escaparon no desentonan del todo, generando cierta continuidad con la obra antigua. Al menos no se pierde una esencia que en muchas esquinas de la provincia se escurre por entre los dedos de la pugna entre turismo y realidad. Encima, es fácil ahora, además, bajar a las calas de los Birros y la Guàrdia, desde donde, buceando un cacho bajo la península, se llegaba a la cueva del Llop Marí.
Remembranzas de una época
Este proceso de permanente renovación, o cuanto menos de limpieza de cara, ha llegado también al resto de la isla. Una ínsula que hay que recordar que en realidad es un pequeño archipiélago capitaneado por el trozo de tierra sobre el mar principal, l’Illa, Nueva Tabarca o Isla Plana. Pero lo orbitan los islotes La Cantera, La Galera y La Nao, más los peñascos Escullroig (escollo rojo), La Sabata (la zapatilla), Escullnegre (escollo negro), Cap de Moro (cabeza de moro o Cabo del Moro) y Naveta.
Toda la actividad principal se desarrolla en Nueva Tabarca, en la parte que señala hacia Santa Pola, concretamente donde se halla el pueblo. Separada por un istmo, se encuentra la paletilla terrestre más grande, con el faro y el cementerio ya remozados. Cuando la confección del libro, el camposanto estaba bastante dejado del cariño institucional. Para solicitar las llaves, el fotógrafo, Ángel García Catalá, recuerdo que emprendió una carrera tras la persona encargada de éstas, el padre de Cayetano García Ruso, entonces alcalde pedáneo.
El puerto prohibido
En el istmo, en 2003, ya no había chiringuitos, hoy restaurantes arracimados en los correspondientes espacios a ambos lados. La isla entonces se lamía aún las heridas de un temporal que la azotó en 1982. Pronto empezó a notarse que, de no volver a poner barreras a los vientos, el istmo iba a desaparecer. Hoy una construcción un tanto industrial sirve de sede al Museo Nueva Tabarca, y al retén de la Policía Local, primeros auxilios y unos aseos públicos. El puerto, aunque también rejuvenecido, sí que no ha cambiado mucho.
“¿Sabes que es un ‘muerto’?”, pregunta Carmen. “Sí… eh. No. Es una losa de cemento con una argolla donde cada uno se ata su embarcación. Pero ahora ya no es puerto seguro el de Tabarca, nos prohibieron atracar, sólo pueden hacerlo quienes ya tenían embarcación propia, y en una parte que, cuando hay temporal, ya no es seguro poder hacerlo. Lo que hace más difícil el poder comunicarse” con Alicante o Santa Pola. La realidad, de nuevo, surge por entre las entretelas del paraíso mediterráneo.
«Presentamos el proyecto de un puente porque lo que queríamos era forzar, que se dieran cuenta de cómo estamos» C. Martí
Un puente para la isla
“Si hasta presentamos de cachondeo el proyecto de un puente”, añade, pícara, Carmen. “¿No queréis ponernos transporte público? Pues tomad puente. Una vecina tiene un hijo ingeniero en Gran Bretaña y se lo pidió. ‘Oye, ¿me puedes hacer un proyecto para esto?’. ‘Pero mamá, ¿qué te has tomado?’. Que no iba en serio, aunque habíamos visto en un documental, mi marido y yo, cómo en otras islas se había hecho, pero lo que queríamos era forzar, que se planteen que necesitamos el transporte público”.
«No hay un puerto seguro para particulares, nos faltan servicios» C. Martí
Tiene fe la presidenta de la asociación vecinal en el futuro: “Yo es que soy muy optimista y sé que lo vamos a conseguir. Ten en cuenta que somos algunos muy mayores ya, y podríamos estar ayudando a la familia”. Y piensan continuar en la lucha, pese a las decepciones que les han deparado muchas de las respuestas desde el mundo institucional. Concluye: “Sólo queremos que tengan en cuenta que somos un pueblo costero, un bonito pueblo amurallado; pero no hay puerto seguro para particulares, nos faltan servicios”.