El campo ha vivido, vive aún y lo hará pendiente de los cambios de humor del cielo. Un día de esos en que lo Celeste se levanta con la nube que no toca, o el viento que no debía, y ya la tenemos formada. Por eso, cabe imaginarse qué debió pasar para que desde 1803 en Almoradí se decidiese agasajar, del 24 al 30 de julio, a los santos Abdón y Senén, a los que el santoral cristiano adjudica los poderes de “protectores de la huerta” y “abogados contra el pedrisco”.
Construido el núcleo duro de la ciudad tres metros sobre el nivel del ciclotímico Segura, para protegerse de sus airadas crecidas, eso no impidió que al municipio, como otros muchos en la Vega Baja del Segura o en la provincia de Murcia, lo golpease con furia la apocalíptica inundación del día de Santa Teresa (15 de octubre) de 1879, que segó más de un millar de vidas.
Como el Nilo, este cauce se cobra de vez en cuando bien cara su labor continua de vivificar tierras que torna feraces. Como el 19 de septiembre de 2019, la riada que, al anegar la comarca, dejó ayunos de productos agrícolas los centros comerciales de buena parte de la provincia y alrededores, que en muchos casos recargan por estos lares. El Segura alimenta y muerde, pero cuando quiere, y toca, aparecen oasis humanos entre las vegas, como Almoradí, mismamente.
De historias, leyendas y mitos
La mitología alude al mismísimo rey Brigo (reinó entre 1905 o 1917, a.C., hasta 1865 a.C., cuando fallece; biznieto de Tubal, nieto del bíblico Noé) como fundador en 1.896 a.C. de la hoy ciudad, como Amarión. Pero estamos por la íbera Contestania y quizá no tocara bautismo árabe (‘populoso’ o ‘floreciente’). Sobrevolemos huellas griegas y cartaginesas, y comprobemos el ánima romana de una ciudad que comenzará a importar al convertirse en la alquería musulmana al-Muwalladín (‘nuevos conversos’), hasta 1256.
El genio del idioma transformó la denominación en Almoradí (‘mi voluntad y mi deseo’, dice lo mítico). Y el río transformará al lugar en una significativa población con la sucesiva mejora de la infraestructura del riego, especialmente desde la segunda mitad del XVI (se independiza de Orihuela en 1583, aunque no gozará de escudo heráldico hasta 1971, oficialmente desde 1977).
Parte de la Historia se desliza por festividades y conmemoraciones, como las Patronales a la Virgen del Perpetuo Socorro, a finales de julio y desde el 29 de mayo de 1919, gracias a un icono oriental traído por los marqueses de Rioflorido; y a San Andrés Apostol, cuya simbología se le apareció al montpellerino Jaime el Conquistador en plena batalla contra los moriscos (coincide con el Medio Año, a finales de noviembre). O los Moros y Cristianos, del 30 de julio al 2 de agosto.
Desterronamiento y tiralíneas
Hubo que empezar de nuevo. Aunque el culpable no fue el Segura, sino el terremoto de la cercana Torrevieja el 21 de marzo de 1829, que se ensañó con las tierras almoradidenses. Más de 200 personas enterraron sus vidas bajo una población reducida a cascotes. Tampoco respetó cuatro puentes. Se rediseñó Almoradí casi desde cero, pero a buen ritmo: en 1830 ya hay cuatro manzanas (89 casas); y para 1832, al final de la reconstrucción, se contaban 124 viviendas.
El pulso de las manos de Eugenio Fourdinier (1787-1837; el proyecto lo inicia José Agustín de Larramendi, 1769-1848, co-padre de la división provincial española) aún aparece bien patente en el callejero de Almoradí, cuyo centro neurálgico, la plaza de la Constitución (que se transforma los sábados en multitudinario zoco, surgido en 1583 y declarado de Interés Turístico Provincial en 2011), capitaneada por la iglesia parroquial a San Andrés (1829-1861, de estilo colonial, con órgano de 1780 hoy muy restaurado), no deja de presumir de inopinado aire indiano, quién sabe si por la relativa cercanía a la ultramarina Torrevieja.
Podemos recrearnos en la restauración del lugar, como en la calle San Emigdio, y hacernos un bocata con ‘patatibris’ (patatas chips) o lanzarnos al menú principal: arroz con costra, pavo guisado con albóndigas, gachas con arrope… o el producto estrella, la alcachofa (febrero como temporada), herencia muslime y ánima de platos como el guiso con alcachofas o el arroz meloso con habas, alcachofas y ajicos tiernos. La mítica nos pide marchar a El Cruce para probar la pava borracha, cocido con pelotas en tres platos donde la carne se macera en vivo (aparte de tres a cuatro días en coñac, antes el ave comió pan impregnado en vino).
Entre calles y acequias
La ciudad, hoy, acoge a buena parte de los 21.208 habitantes censados en 2020, distribuidos por un área de 42,72 km² (los años pegaron sus bocados, como la segregación en 1990 de Los Montesinos). La industria del mueble, desde los sesenta, o la especialización de parte de su contingente laboral en el sector terciario o de servicios realimentan al municipio. Así que, con economía saneada, hay Casino del XIX, o la Sociedad Unión Musical de Almoradí (1903, Bien de Interés Cultural en 2018), varias plazas y parques y hasta un teatro con solera, el Cortés, activo desde 1908 hasta 1971 y desde 1988 hasta hoy.
Pero la gran manufactura almoradidense se centra en el agro, desaparecida la producción de salitre (no el marino, sino nitrato potásico para fabricar pólvora). Alcachofa, cítricos, cereales, vid, olivo… extendidos sobre un inmenso marjal reconvertido gracias al regadío vía el azud de Alfeitamí (‘alfait’, acequia), gran distribuidor de aguas, en pleno corazón de la Vega Baja del Segura, para la propia Almoradí, Dolores, Daya Nueva y Daya Vieja, Formentera del Segura, San Fulgencio y Rojales (unas 20.987 tahúllas, sobre 2.500 hectáreas). Construido entre 1571 y 1615, tan importante es que su uso ya estaba regulado mediante ordenanzas desde 1793, y desde 1964 posee su propio ‘tribunal de aguas’, un Juzgado Privativo.
Aguas directas más aguas de drenaje transmutadas en aguas vivas mediante una acequia de mudamiento conforman un paisaje húmedo y acuoso, ecomuseo a la vez, fresco en medio del previsible secarral. El Segura también tiene eso, que a veces, si lo acaricias, el tigre ronronea.