Al comienzo de la Guerra Civil ocurrió en Alicante un hecho que pudo ser decisivo para la historia de España. En el verano de 1936, la Falange diseñó una operación para rescatar a su presidente y fundador, José Antonio Primo de Rivera -hijo del antiguo dictador, Miguel Primo de Rivera-, que se encontraba recluido en la antigua prisión de La Florida.
Ahora se cumplen 85 años de estos sucesos que no pudieron terminar de forma más trágica. No solo el plan resultó un total fracaso, sino que sus participantes fueron castigados de forma brutal. Una historia llena de mentiras, que bien podría haberse evitado, y que justo por ello conviene recordar, con el fin de que jamás vuelva a repetirse algo así.
Surgimiento de la Falange
Para entender bien el contexto, primero es necesario explicar qué era la Falange. Dicho partido había surgido en 1933, con un corte ideológico similar al régimen fascista de Benito Mussolini en Italia o al nazi de Adolf Hitler en Alemania. En las elecciones generales de febrero de 1936 se llevó un gran batacazo, pues no obtuvo ni un solo escaño.
Aun así, en los siguientes meses experimentó un gran crecimiento de adeptos. En gran parte, esto se debió a la deriva autoritaria que tomó el Gobierno de la República, entonces compuesto por la coalición izquierdista del Frente Popular.
Desde que ganaran los citados comicios habían asumido el poder sin esperar los plazos electorales, cesando a catorce diputados derechistas, forzando a repetir el voto en algunas provincias donde habían perdido, e incluso convocando unas polémicas elecciones presidenciales para colocar a Manuel Azaña como jefe del Estado.
José Antonio estaba preso en la prisión de La Florida
Tensión en aumento
Todas estas cuestionables acciones hicieron que numerosas personas de la derecha moderada perdieran la fe en la democracia republicana, y se dejaran seducir por una formación más extremista como era la Falange.
De hecho, José Antonio llevaba tiempo participando en la organización de un golpe de Estado en el que tenía grandes aspiraciones, como ocupar un cargo ministerial o incluso ser el jefe de Gobierno en la nueva España que surgiera.
La República acabó ilegalizando su formación y muchos de sus miembros fueron encarcelados. El propio José Antonio fue detenido en Madrid junto a su hermano, en marzo de 1936, por posesión ilícita de armas. Se les trasladó a la cárcel de Alicante, entonces ubicada en La Florida.
Se organiza el rescate
Su detención y traslado no evitaron ni mucho menos que siguiera intrigando, pues continuó carteándose desde la prisión alicantina con los militares golpistas. Finalmente, la insurrección se planificó para el 18 de julio, y varios falangistas organizaron una operación de rescate para liberar a su líder.
El cabecilla de la operación fue Antonio Maciá, uno de los principales puntales de la Falange en Alicante. En los días previos contactó con varios compañeros suyos de la Vega Baja, con el fin de reclutar una especie de miniejército que tomara la ciudad.
El líder falangista seguía influyendo desde su celda
Primeros pasos
Finalmente consiguieron convencer a unos setenta hombres de Callosa de Segura, Rafal y El Mundamiento (pedanía de Orihuela). Sería mucho decir que todos ellos eran falangistas, pues buena parte ni siquiera estaban afiliados al partido.
Más bien la mayoría eran campesinos, algunos analfabetos y/o menores de edad, que fueron convencidos con falsas promesas de mejoras laborales o terrenales.
A pesar de las noticias de que la sublevación golpista había fracasado en Alicante, en la tarde del día 20 este comando de rescate dirigido por Maciá se subió a un camión en Rafal y puso rumbo hacia la capital de la provincia.
Fracaso antes de empezar
La operación ya empezó torcida desde el principio. Cuando viajaban a la altura de Santa Pola, el camión sufrió una avería. Algunos de los falangistas tuvieron que bajarse del vehículo (circunstancia que es probable que les salvase la vida).
Continuaron su camino hasta que, cerca de Los Arenales, se quedaron sin gasolina. Tirados en medio de la carretera, pasó un autobús que se dirigía hacia Cartagena. El conductor les facilitó generosamente varios litros de combustible para que pudieran continuar.
El final
Cuando por fin parecía que iban a llegar a la ciudad, fueron interceptados por un contingente de guardias de asalto y milicianos leales al Gobierno a la altura de Aguamarga. Probablemente alguien dio un chivatazo y les estaban esperando.
Se produjo un breve tiroteo sin víctimas mortales, hasta que los falangistas se rindieron. Así acabó esta bastante absurda operación de rescate, sin poder ni acercarse a menos de dos kilómetros de su objetivo.
El único beneficiado, a la larga, fue el general Franco
El único ganador fue Franco
Solo unos pocos pudieron escapar; entre ellos el propio Maciá y casi todos los cabecillas falangistas. Los guardias detuvieron al resto y les llevaron a prisión. En la madrugada del 12 de septiembre, 52 de ellos fueron fusilados. En algunos casos su última frase pronunciada fue: “Nos han engañado”.
El tribunal que les juzgó solo perdonó la vida a nueve de los detenidos, por ser menores de edad, y al chófer, pues se consideró que había sido secuestrado en contra de su voluntad. El propio José Antonio Primo de Rivera también sería ejecutado en noviembre de ese mismo año.
Futuro alternativo
Tal vez, si esta operación hubiera culminado con éxito, podría haber sido muy decisiva para el futuro inmediato de España. Es evidente que el claro beneficiario de este suceso fue Francisco Franco, quien era bien sabido que tenía una relación pésima con José Antonio. Su ejecución le facilitó el camino para convertirse en el líder del bando sublevado y apropiarse de la Falange.
Irónicamente, cuando terminó la guerra el nuevo régimen franquista levantó un monumento en Aguamarga en memoria de estos 52 hombres fusilados en septiembre de 1936, construido por Daniel Bañuls -el mismo escultor que diseñó la fuente de Luceros-. Esta obra todavía sigue expuesta en el lugar donde fue levantada, aunque hace años que el ayuntamiento borró sus antiguos símbolos falangistas.