Antes de que el litoral alicantino se convirtiera en destino turístico soñado para veraneantes de todo el mundo, sus gentes y el mar Mediterráneo habían mantenido ya una relación secular. De ahí, el carácter marinero de todas esas poblaciones que hoy en día prácticamente han olvidado aquellos días de pesca y se dedican de lleno al turismo.
Sin embargo, todavía hay rincones en la Costa Blanca en los que echar un vistazo, a través de la mirilla del tiempo, a aquel pasado no tan lejano.
Cala Llebeig (Benitatxell)
En la provincia de Alicante existen reductos marineros que han sobrevivido a los caprichos de la historia, y uno de ellos es la cala Llebeig. Ubicada en El Poble Nou de Benitatxell, este oasis de la Marina Alta se caracteriza por sus casitas de pescadores (o casups) donde pescadores surcaban un mar de historias y los carabineros oteaban el horizonte en el siglo XIX. Cala Llebeig es un escenario que conserva parte de esa magia mediterránea gracias a su acceso, el cual puede realizarse tan solo a pie o llegando en barca. Dos rutas, una que parte desde el parking de la cala del Moraig, y una segunda que recorre el Barranco de la Viuda desde Moraira, permiten enlazar con esta cala donde sus casitas aún reposan historias que quedaron atrapadas entre pórticos azules y paredes de cal.
Secadores de pulpos (Dénia)
Cuentan que el pulpo comenzó a secarse en los propios barcos, ya que los marineros solían consumirlo como sustituto del tabaco. Sin embargo, con el tiempo estos protagonistas de la dieta mediterránea no tardaron en quedar expuestos en las playas como una singular ropa tendida. El barrio Baix la Mar de Dénia es uno de los últimos exponentes de barrio marinero auténtico en la Costa Blanca donde parte una singular ruta a través de los secaderos de pulpos. Entre los más famosos destaca el de restaurantes como el Sendra, cuya primera generación ya secaba los pulpos en Les Rotes durante unos inviernos que favorecen la calidad del llamado «jamón del mar».
Colores marineros (Villajoyosa)
El pueblo de Villajoyosa es uno de los grandes exponentes de la cultura marinera de la Costa Blanca, salvo que aquí la historia se cuenta a base de brochazos. Las casitas de colores de La Vila Joiosa beben de una tradición que consistía en pintar la casa de cada pescador de un color diferente a fin de que sus propietarios pudieran reconocerla tras pasar varios días en alta mar. El resultado de esta fantasía cromática, mimada de sol y salitre, es un laberinto de callejuelas de cuento entre las que destaca el callejón del Pal, un pasadizo secreto donde los aromas a paella y jabón, cítricos y sal nos sumergen en algún lugar perdido en la memoria.
Lonja de El Campello
La lonja de pescado de El Campello es una de las pocas de España que comercializan la pesca directamente con el cliente particular, dando lugar a un espectáculo irresistible. Cada tarde, los pescadores potencian el concepto «del mar a tu mesa» de una forma única, invitando al interesado a dejarse caer por la lonja a las 5 de la tarde entre el bullicio y los matices más auténticos. Otra lonja, en este caso la de Santa Pola, también realiza el comercio directo, salvo que lo hace de forma exclusiva con los llamados «arrieros», es decir, los negocios y establecimientos locales.
Cala del Portitxol (Xàbia)
La prima hermana de la cala Llebeig es mucho más conocida y fotografiada, pero no por ello menos mágica. La cala del Portitxol se ubica a 3 km de Jávea y supone el paraíso mediterráneo que vinimos a buscar: diferentes casitas de pescadores, encaladas y de pórticos azules, se diseminan por una cala que hará las delicias de los instagrammers y amantes de actividades como el snorkel. Una cala única que habría encantado a Ulises de haber recalado en este lugar de España durante sus periplos por un Mediterráneo de ensueño.