Víctor Mellado Pomares / Director de Cáritas Diocesana Alicante
Hace cinco años nos encontrábamos en proceso de recuperación de la Gran Recesión, una recuperación que no estaba llegando a todo el mundo visibilizándose un modelo social en quiebra. Pese a ello, se vivía una evolución positiva de los niveles de integración, aunque con cierto riesgo de polarización de la sociedad.
A nivel social y económico vivíamos situaciones que eran difíciles de remontar por gran parte de las familias alicantinas: Un aumento importante del precio del alquiler (30%), aumento de contratos temporales y menor duración, gran número de hogares con menores se encontraban en situación de exclusión, la mujer necesitaba trabajar 1,5 horas más para ganar lo mismo que un hombre, si se era inmigrante dos horas más… Se afianzaba la vivienda, el empleo y la salud como principales factores de exclusión.
«Cada vez más personas siguen sin poder lograr la integración administrativa»
Retroceso en la integración
En ese contexto que producía el descarte de numerosas familias llega una nueva crisis, sin precedentes, que afecta de una u otra forma a las familias alicantinas, aunque con especial virulencia a aquellas que no se habían recuperado de la crisis anterior, produciéndose un retroceso en la integración de miles de familias de la provincia.
Surge un cuarto factor de exclusión: La cobertura administrativa. Cada vez más siguen sin poder lograr la integración administrativa, cuestión que es clave para acceder al resto de áreas de integración (vivienda, empleo, derechos civiles, sociales y económicos, etc.).
Los perfiles con mayores dificultades para la integración (que es tarea de ellos, pero también del resto de la sociedad, con la Administración al frente) son las familias con hijos y especialmente las familias numerosas, las familias monoparentales, inmigrantes (sobre todo aquellos sin documentación), los jóvenes y las mujeres.
Una comunidad por las personas
Durante estos últimos meses, el cansancio y el abatimiento que hemos vivido a causa de la pandemia, sumado al deseo de volver a la normalidad cuanto antes, nos sitúa como sociedad ante la tentación de querer vivir en una especie de estado de anestesia para tratar de superar el drama humano que hemos vivido y en el que, a nuestro pesar, seguimos viviendo.
Por eso necesitamos construir una comunidad que sueñe y que vele, cuide y proteja la dignidad y los derechos humanos de todas las personas, que se haga cargo de sus vidas acompañando sus procesos, denunciando las situaciones cotidianas injustas y que trabaja para hacer posible oportunidad y futuro.
Una comunidad que sueñe y que con su aportación a la sociedad construya y proponga un estilo de vivir más solidario e inclusivo; que genera espacios de diálogo y encuentro entre las personas desde su diversidad; que teje confianza, amistad y fraternidad y no quiere pasar de largo ante el dolor, la pobreza, la soledad y el individualismo que hay en nuestro mundo.