Si el calendario de fiestas, celebraciones y conmemoraciones varias está sufriendo por los rigores de la covid-19, lo cierto es que algunas de estas evocaciones, más o menos lúdicas o sentidas, parecen arribar en cambio en fechas muy propias, si nos atenemos al apartado histórico. Una de ellas es la que todos los años se celebra en torno al 20 de este mes en honor a san Sebastián (256-288) en la plaza oriolana que lleva su nombre y sobre todo en el monasterio agustino adyacente, frente a la lonja.
El complejo, al que se le han adherido diversos comercios, está presidido por un edificio de los siglos XVI al XVII y la fecha, como veremos, nos da una pista aproximada del más que posible origen de la conmemoración. En la actualidad, cuando se puede, esta se concreta, de puertas afuera, en una pequeña feria de productos, entre ellos los más tradicionales (turrón de panizo, dátiles ‘candíos’, las esferas de caramelos conocidas como bolas de San Antón) y consta que hasta se rifaba un borrego.
Tradiciones oriolanas
La fiesta complementa a la de San Antón (17 de enero), o sea, san Antonio Abad (251-356), patrón de los animales, y cuentan que tocaba devolver regalos, o no, que los chicos (mozos) le habían hecho el 17 a las chicas (mozas) de su interés. Hay arroz y costra, que los estudiosos de lo gastronómico en sí sitúan como plato originario de Orihuela, posiblemente trasladado a Elche por vía migratoria intraprovincial; y antes, de puertas adentro, la pertinente misa en una celebración de semilla religiosa.
Incluso cuando la zona no se veía tan urbana (estamos en lo que fue arrabal de San Agustín), San Sebastián fue una fiesta algo tímida con respecto a otras en territorio oriolano. Pero es normal: al santo, digámoslo ya, se le invoca sobre todo en circunstancias muy especiales, porque San Antón fue considerado, ante todo, entidad protectora contra la peste y, por extensión, cualquier pandemia.
La fiesta complementa a la de San Antón
El santo y sus ciudades
Aparte de en Orihuela, en el ámbito de la Comunidad Valenciana también se conmemora a san Sebastián en las localidades valencianas de Alfafar, Algemesí, Chera, la Pobla de Vallbona, Polinyà de Xúquer, Requena, Rocafort, Silla, Valencia y Vallada; en las castellonenses Atzeneta del Maestrat, la Torre d’En Besora, la Vall d’Uixó, Villavieja y Vinaròs; y en las alicantinas Murla, Sax, Xàbia y Xixona. Se sabe que por estos lares llegaron festejos y devoción aproximadamente a partir del siglo XV. La explicación resulta muy clara: la peste.
Desde el siglo X ya existía un gran fervor por el santo patrón en tierras catalanas, donde había arribado la veneración acompañada de brotes epidémicos. Aquí aún estaba operativo el Reino de Valencia, nacido el 28 de septiembre de 1238, con la conquista de la ciudad de Valencia, y finiquitado el 29 de junio de 1707, con los llamados Decretos de Nueva Planta, cuando el primer rey Borbón, Felipe V (1683-1746), comenzó a liquidar la Corona de Aragón (Reinos de Valencia, Aragón y Mallorca, más el Principado de Cataluña).
En las celebraciones se llegaba a sortear un borrego
Dos protectores por turnos
Los desplazamientos de la época, de reino en reino y por peligrosos caminos, nada tenían que ver con los actuales, ni en rapidez ni en seguridad. A mediados del siglo XIV se había desatado en Europa la que iba a ser la más mortífera de las epidemias, la llamada segunda plaga de la peste negra, que se llevó por delante a más de 56 millones de personas. La enfermedad, lo sabemos hoy, la causa la bacteria yersinia pestis, pero eso no se descubrirá hasta el siglo XIX.
Por la época, lo suyo era encomendarse a los santos, como antaño a las fuerzas de la naturaleza. San Sebastián y el montpellerino san Roque, sant Ròc en occitano, se repartirán literalmente el trabajo: a san Sebastián se le rezaba por las epidemias de invierno o días fríos y a san Roque por las de verano o tiempos cálidos. Señalemos que a san Roque también se le consideraba protector de peregrinos y contra otras enfermedades, en especial contra la lepra.
El complejo religioso comenzaba a construirse en el XVI
El origen de una advocación
San Sebastián, de más que posible origen milanés, fue según las más aceptadas tradiciones soldado romano de confesión cristiana. Condenado a muerte, se salvó, recriminó al Imperio el trato hacia los cristianos y fue condenado de nuevo y su cuerpo arrojado a un lodazal. Aparecía representado con el cuerpo lleno de flechas (símbolo de la peste, por las llagas) y se le consideró protector contra los enemigos de la religión cristiana (a los que se llega a atribuir la enfermedad), así que resultaba clara la advocación.
De momento, mientras otra pandemia decide cuándo marcharse, queda ver hasta dónde se puede llegar con los festejos dentro y alrededor de este edificio renacentista con modificaciones barrocas: el claustro y, precisamente, sobre lo que fue obra gótica, el templo a San Sebastián.