Los Andes bolivianos y no la Antártida -como se creía antes- han registrado los niveles más altos de radiación ultravioleta jamás medida en la superficie de la Tierra. Así se desprende de las mediciones realizadas por un equipo de investigadores de Estados Unidos y Alemania, que consideran que los niveles de radiación ultravioleta observados en los Andes, a solo 2.400 kilómetros de la línea ecuatorial, están muy por encima de los considerados perjudiciales tanto para la vida terrestre como para la acuática.
Según se detalla en la revista Frontiers in Environmental Science, “estos niveles de récord no se midieron en la Antártida, donde los agujeros en la capa de ozono son un problema recurrente desde hace décadas –explica la investigadora principal, Nathalie A. Cabrol, del Instituto SETI y el Centro de Investigación Ames de la NASA– sino en los trópicos, en una zona donde hay pueblos y aldeas”.
Las mediciones se realizaron en el verano austral de 2003 y 2004, utilizando instrumentos desarrollados por la red de vigilancia europea de radiación solar (Eldonet), cuando el equipo de Cabrol estaba investigando los lagos andinos a gran altitud, como parte de un estudio de astrobiología sobre entornos parecidos a los de Marte.
Los dosímetros se desplegaron en la cumbre del imponente volcán Licancabur (a 5.917 metros de altitud) y en la cercana Laguna Blanca (4.340 metros de altitud). La combinación de un sol de mediodía cerca del cenit, así como la altitud de estos sitios, produce niveles de irradiación superiores debido a los bajos niveles de ozono que se producen de forma natural en esos lugares. Sin embargo, estas intensidades en la radiación UV-B de onda corta no tienen precedentes.
«Un índice de radiación ultravioleta de 11 es considerado extremo, y se ha llegado hasta los 26 en emplazamientos cercanos en los últimos años”, señala Cabrol. “Pero el 29 de diciembre de 2003 se midió un índice de 43. Si se encuentra en una playa en Estados Unidos lo normal es que haya una radiación de 8 o 9 durante el verano, lo suficientemente intenso como para justificar la protección”.
Gran llamarada solar
Los investigadores explican que la intensa radiación coincidió con otras circunstancias que pueden haber aumentado el flujo de rayos UV, incluyendo el agotamiento del ozono por el aumento de los aerosoles provocado tanto por las tormentas estacionales como por incendios en la zona.
Además, se produjo una gran llamarada solar apenas dos semanas antes de que se registraran los niveles más altos de radiación UV. “Si bien estos eventos no están directamente relacionados con el cambio climático, son centinelas de lo que podría ocurrir si la capa de ozono disminuye a nivel mundial”, dice Cabrol. “Cuanto más delgada e inestable sea la capa de ozono, más propensos seremos a este tipo de eventos”.
Una alta exposición a la radiación ultravioleta afecta negativamente a la biosfera entera, no solo a los seres humanos: daña el ADN, afecta a la fotosíntesis y disminuye la viabilidad de los huevos y larvas. Por estas razones, es importante mantener una estrecha vigilancia.
Para Cabrol, si bien estos registros podrían ser el resultado de una “tormenta perfecta” de acontecimientos, no es descartable que pueda ocurrir de nuevo “porque los factores que la originan no son raros”. Por eso, considera necesario seguir monitorizando los cambios en el ozono en estas áreas. “Estos niveles, comparables a los de los inicios de Marte, se están produciendo en una zona poblada”, concluye.