Vivimos en un país en el que todo se festeja en la mesa, comiendo. Es cierto que contamos con unas materias primas muy buenas, pero también que nos dejamos llevar y, en ocasiones, no sabemos poner límite a lo que comemos. Lo fundamental es que lo hagamos de manera ordenada. Y si así lo debemos hacer los adultos, aún más cuidadosos tenemos que ser con la alimentación de nuestros hijos.
Si hacemos memoria, hace años un niño con sobrepeso era un niño “sanote”, al que daba gusto ver comer- esta afirmación aún se sigue oyendo, dependiendo del lugar-. Pero no hay que olvidar nunca que el estómago de un niño es mucho más pequeño que el de un adulto, por lo que no podemos pretender que coma la misma cantidad. El doctor Carlos González lo explica claramente en su libro “Mi niño no me come”, de la Editorial Temas de Hoy. Para este pediatra los adultos tienen un visión distorsionada sobre cuál es la cantidad normal de comida que necesita un niño. Y luego vienen los problemas.
La obesidad infantil se ha duplicado desde los años 90 y España se ha convertido en el segundo país de la Unión Europea con más niños con sobrepeso. Hemos pasado de un 5% a un 16% en niños de entre 6 y 12 años, en un estado que presume de contar con una de las mejores dietas del mundo, la dieta mediterránea. En la actualidad, la falta de control en las dietas es uno de los problemas de salud más graves del siglo XXI.
¿Qué es la obesidad?
La obesidad es una acumulación excesiva de grasa corporal, en el tejido adiposo, que se traduce en un aumento de peso que supera el 20% del peso recomendado según edad, sexo y talla. Es un desequilibrio entre la ingesta y el gasto calórico, a favor del primero, que supone un riesgo importante para la salud.
En los últimos años ha aumentado de forma considerable fundamentalmente por el cambio en los ritmos de vida. Las dietas tienen multitud de alimentos hipercalóricos con mucha grasa y azúcar y con pocas vitaminas, minerales y nutrientes que favorecen la buena salud. Asimismo se tiende a llevar una vida más sedentaria en detrimento de la actividad física. Sólo tenemos que pensar en las consolas de videojuegos o las tabletas para darnos cuenta de que mientras antes se jugaba en la calle al rescate o al balón prisionero, ahora nuestros hijos lo hacen frente a una pantalla, en la mayoría de ocasiones. Por este motivo es importante actuar desde la base, para conseguir que el cambio se haga de manera natural y no impuesta.
Lo preocupante es que los pequeños que de niños son obesos es muy probable que también lo sean de adultos, con los riesgos que eso conlleva: diabetes, enfermedades cardiovasculares, trastornos del aparato locomotor, ciertos tipos de cáncer…
Prevenir es fundamental
Para poner freno a esta epidemia es fundamental la prevención. De esta forma lograremos un equilibrio calórico durante el resto de la vida del niño. La teoría es fácil:
- Más fruta, verdura, hortalizas, legumbres, cereales integrales y frutos secos
- Menos grasas y azúcares
- Menos grasas y azúcares
- Huir de los alimentos procesados
- Realizar algún deporte que obligue al niño a moverse durante al menos una hora al día. Puede ser bicicleta, fútbol, baloncesto, baile o atletismo, entre otros. Lo importante es que se realice algún tipo de ejercicio que ayude a quemar calorías y ya de paso, fomente el trabajo en equipo.
Pero no sólo los niños tienen que hacer un esfuerzo. También los debe hacer la sociedad para volver a un modelo de vida más saludable y en el que prevalezca la salud, por encima de cualquier otro interés. Para ello sería deseable que existiera un compromiso de las instituciones, tanto públicas como privadas; una estrategia mundial sobre régimen alimentario, actividad física y salud.
Por último los padres deben tener conductas responsables, ya que son el ejemplo en el que se miran sus hijos. Es fundamental la concienciación y una dosis de paciencia. La Organización Mundial de la Salud, por ejemplo, recomienda que se acepte la capacidad del niño para regular su ingesta de calorías, sin obligarle a comer cuando ya no quiere. A priori parece fácil, pero en la práctica no lo es tanto y solemos pecar insistiendo en la comida hasta que al final termina siendo contraproducente para el niño.