En cuestiones históricas crevillentinas, queda claro que la huella más profunda es la árabe, tanto en la estructuración del casco histórico como en las diferentes costumbres, referencias y hasta restos o reinvenciones que asoman tanto por la urbe como por el perímetro municipal, sobre todo junto al agua.
Sin embargo, los restos íberos, pese a la importante presencia que se les presume hoy en Crevillent, han quedado diluidos por la callada pero constante furia del tiempo.
El pasado fenicio posee el hito del yacimiento del paraje de la Penya Negra, en plena Edad del Bronce (850-550 a. C), por lo que, como mantienen los arqueólogos, pudo haber algo que vecindad entre fenicios e íberos (siglos VI al I a. C.).
Pudo ser la mismísima Ciudad de Herna, uno de los más importantes asentamientos de esta cultura. Pero ¿los íberos? La sierra de Crevillent acoge lo que hoy nos queda para entender la cultura de quienes consideramos antepasados, si no físicos (tras las expulsiones moriscas), sí culturales.
Por tierras de la Contestania
Los íberos, en realidad como se conocía a los habitantes del sur de la península y el levante (no se trataba de una clasificación étnica, sino puramente societal), quedaron distribuidos en tres grandes pueblos: los ilercavones (o ibercavones en algunos textos), entre lo que hoy son las provincias de Teruel, Tarragona y Castellón; los edetanos, también en Castellón y buena parte de la de Valencia (casi dos terceras partes, con la ciudad de Leiria, la actual Liria o Llíria).
Y la actual provincia de Alicante, además de parte de Valencia, Albacete y Murcia. Buena parte de lo que fueron luego importantes enclaves romanos, como las cercanas Elche y Santa Pola, lo fueron antes íberos, pura Contestania. Y efectivamente se constata que hubo tráfico comercial y de ideas con fenicios y griegos.
Una de estas colonias será precisamente la crevillentina. Si nos volvemos senderistas con Els Pontets, no tardaremos con descubrir restos íberos del pasado que fue, si tomamos, por ejemplo, la ruta del barranco de la Rambla.
Los contestanos abarcaban toda la actual provincia de Alicante
Yacimientos en la sierra
El Forat, yacimiento de nombre altamente descriptivo, ya que lo que más llama la atención visualmente, aparte de las murallas, es el agujero, la cueva, es una buena muestra. Aparte de lo que queda de la estructura defensiva, nos encontramos también con vestigios de viviendas (rectangulares) y, patentizando el comercio con los griegos, los arqueólogos hallaron cerámica ática (de la región de Atenas) con figuras rojas sobre barniz negro.
Otros de los depósitos históricos importantes, con respecto al pasado íbero, es el de El Castellar Colorat, en las cercanías de la Penya Negra, fechado entre los siglos V y IV a. C.; y, por la zona, El Puntal de Matamoros, del V a.C. y posiblemente una factoría, si se le puede llamar así, de producción de cerámica gris íbera: se modelaba al torno, como la que hoy puede verse elaborar en localidades alicantinas como Agost, y se cocía al horno.
Entre los vestigios hay viviendas, murallas y una factoría alfarera
Una rica cultura
Ánforas, urnas, vasos y hasta botijos, por más que se trataba de un invento más que posiblemente argárico (entre el 2200 y el 1500 a. C., aunque por la provincia tuvo un desarrollo más tardío), se cocían en las calderas íberas, sociedad a la vez agraria y mercantil. Fieros guerreros cuando tocaba, a decir de las crónicas, esponjas culturales con toda aquella sociedad con la que comerciasen.
Acuñaron monedas, crearon una escritura propia, se regían por sus mitos y ritos y enterraban a sus fallecidos.
En Crevillent, la denominación romana de Fundus Caruillianus (propiedad de Carvili) y las árabes de Karbalyan, Qarbalyan, Qarbillan o Qaribliyan estudiosos hay que les pretenden, por aquello de las derivaciones fonéticas, hasta un origen íbero.
Ahora, ¿qué iba a llevar a estos campesinos, artesanos y comerciantes hasta las alturas crevillentinas? Aventuremos que el agua, por su cercanía; quizá, ¿por qué no?, para no perder de vista esa preciada agua que igual podía traerles alegrías que disgustos.
Los asentamientos íberos podían vigilar una bahía y un valle
Asentamientos frente al mar
Pongámonos en situación: entre el 4.000 y el 3.000 a.C. comienza a formarse lo que los romanos denominarán el Sinus (bahía o golfo) Ilicitanus. La actual Crevillent pudo llegar a ser puerto de mar en algún momento de esta invasión océana y quién sabe si de los inevitables mosquitos, capaces de transmitir por ejemplo las fiebres tercianas (malaria o paludismo).
Por otra parte, ya vimos el carácter guerrero, más bien defensivo, de los íberos, así como su posible relación con culturas como la argárica, que gustaba de lugares altos.
La clave estaba, claro, en defender el asentamiento, que además desde lo alto podía controlar mejor tanto el litoral como la llanura aluvial al otro lado de la serranía, todo el hoy valle del Vinalopó, llanura aluvial cruzada por importantes rutas utilizadas por las sucesivas civilizaciones.
Lo hacen todavía. Así, Crevillent acabó por tener, posiblemente, uno de los principales enclaves íberos de la Contestania. El tiempo, eso sí, lo ha macerado todo.