Entrevista > José Soler
El Centro de Educación Medioambiental del Captivador en La Nucía es, desde su inauguración, punto de encuentro para un sinfín de asociaciones y actividades, especialmente dirigidas al público infantil, gracias a su excelente ubicación y magníficas instalaciones. Allí se organizan talleres, acampadas, jornadas de inmersión en la naturaleza y un larguísimo etcétera de iniciativas que se extienden a lo largo de todo el año.
Y todo eso, gracias, en una enorme medida, a la figura de José Soler, que se ha convertido en el gran mecenas nuciero en todo lo relativo al entorno de la Ermita de Sant Vicent del Captivador. Él fue quien donó el terreno sobre el que se ha construido el Centro de Educación Medioambiental, pero su vinculación e interés por recuperar todo el legado material e inmaterial del entorno ha sido fundamental.
Un tesoro oculto
De hecho, uno de los secretos mejor guardados de aquel lugar no son los espacios verdes que se han creado para disfrute de los usuarios. Tampoco lo son los edificios que componen el complejo. Ni tan siquiera, y esto ya supone mucho, la reliquia del santo que José Soler consiguió que enviara el Vaticano con motivo del tercer centenario de su muerte.
El tesoro, porque eso es lo que es, más valioso se encuentra en el enorme fondo bibliográfico que, también donado por Soler, se guarda en la biblioteca del Captivador. Son casi medio millar de ejemplares, algunos datados en 1500, que repasan la figura de un Sant Vicent Ferrer que, más allá de su importancia religiosa, brilla por su enorme importancia cultural. Es, como dice José Soler, el valenciano más universal.
«La Ermita, arquitectónicamente, no es nada especial; pero si vas a ese lugar, te darás cuenta de que es un punto de energía que funde todos los plomos»
La vinculación de su familia con la Ermita viene de lejos.
Mi familia siempre ha tenido una vinculación muy especial con la Ermita. Mi abuela guardaba documentos muy antiguos. Mis abuelos y mi padre cuidaron de la Ermita porque así lo dejaron por escrito los fundadores de la misma. Además, mi padre donó la imagen del santo que hay allí. Es algo que se ha convertido en una tradición familiar.
En un momento dado, usted decide donar al pueblo de La Nucía una enorme extensión de terreno con la única condición de que a ese lugar se le dé un uso cultural o educativo. ¿Por qué toma esa decisión?
Cuando el ayuntamiento de La Nucía propuso el proyecto de hacer un Centro de Educación Medioambiental, pero no tenían el terreno, pensé que el lugar ideal era el Captivador. Yo había nacido allí, había ido al colegio. Era una escuela rural, en la que no había ni luz, pero me dio la oportunidad de progresar y llegar a dar clase en la Universidad.
Por eso, como indicas, decidí donarlo con la condición de que se le diera un fin educativo y, además, que formara un conjunto con la Ermita. Además, que el ayuntamiento de La Nucía se comprometiera a declarar la Ermita como Bien de Relevancia Local.
Le supongo muy consciente del legado que deja.
De esta manera, cuando yo ya no esté, el ayuntamiento tendrá la obligación de cuidarla y protegerla. La única forma de conseguirlo es mediante esa declaración de Bien de Relevancia Local.
«El lugar actuaba como banco. Tenía sus propios fondos y prestaba dinero a los agricultores y, después de la cosecha, ellos lo devolvían»
Viendo el resultado de todo lo que se ha hecho en ese lugar y el uso que se le da, ¿está satisfecho del mismo?
Sí, por supuesto. Es un edificio fabuloso y, sobre todo, estoy muy contento porque se le ha dado visibilidad a la Ermita. Por desgracia, la pandemia ha interrumpido muchas actividades, pero cuando todo esto pase y volvamos a la normalidad, si es que lo conseguimos, eso se va a convertir en un centro comarcal que irradie conocimiento a toda la zona.
La Ermita, arquitectónicamente, no es nada especial; pero si vas a ese lugar, te darás cuenta de que es un punto de energía que funde todos los plomos.
Además, es un punto educativo, que es lo que usted quería.
Estoy muy contento porque, además de lo ya mencionado, allí se ha montado la Altea International School, con lo que mi satisfacción es, si cabe, doble.
Con todo esto, uno de los efectos colaterales de su decisión de donar el terreno con las condiciones que hemos hablado, es que ha vuelto a poner en el mapa la Ermita del Captivador.
Hubo un momento en el que nadie se acordaba de ella. Desde que la Asociación se puso en marcha con motivo del segundo centenario de la Ermita en 2003, aquello ha ido creciendo de forma constante. No sólo hemos recuperado las fiestas, sino también las tradiciones.
Además, los ayuntamientos de La Nucía y de l’Alfàs han hecho senderos, se ha protegido urbanísticamente la zona… ahora puedes ver mucha gente por el lugar.
«En 2019 conseguí que desde el Vaticano nos mandaran una reliquia, un trocito de hueso minúsculo del santo»
En definitiva, recuperar tanto el patrimonio como su valor cultural inmaterial.
Ese era el objetivo de la Asociación. El primero, era la restauración de la Ermita. Dejarla como estaba antes de su destrucción durante la Guerra Civil. Una vez conseguido eso, nos centramos en recuperar las tradiciones que había.
Póngame algún ejemplo.
En el CEM hemos puesto un gran mural recordando el Reg Major, que fue el alma de la comarca. Gracias a ello esta comarca creció, pero nadie se acordaba de él hasta que nosotros hicimos aquello.
Además, junto a una de las paredes de la Ermita había un trinquete de pilota valenciana y ahora hemos puesto un mural recordando aquello.
Una actividad que, en su momento, iba mucho más allá de la mera práctica deportiva.
En aquella época, era una forma que tenía la gente de conseguir ingresos para hacer la fiesta. La Ermita actuaba como banco. Tenía sus propios fondos y prestaba dinero a los agricultores y, después de la cosecha, ellos lo devolvían. ¡La Ermita no es ninguna tontería!
Dentro de la propia Ermita han hecho un gran esfuerzo por poner en valor a las familias que vivían en la zona.
Hemos hecho un árbol genealógico de todas esas familias en un libro que está guardado dentro de la Ermita. Son todo iniciativas con las que, de forma continuada, hemos intentado recuperar la fiesta de Sant Vicent, la fiesta de la pelota, los bailes típicos, la gastronomía tradicional… Cosas que estaban desaparecidas y a las que hemos podido volver a darle valor.
«El fundamento de todo esto es que a Sant Vicent se le reconozca como el valenciano más universal y como figura histórica»
Y, sin embargo, existe un secreto muy bien guardado y de valor incalculable que mucha gente desconoce que está allí y que, de nuevo, donó usted. Me refiero a la biblioteca con un ingente fondo documental relacionado con la figura de Sant Vicent.
Así es. Cuando yo era pequeño, iba todos los días con mi madre a la Ermita a encender una velita. Para mí, Sant Vicent era una figura familiar, pero luego me fui a Valencia y un profesor de la Universidad me regaló un libro sobre él. A partir de ahí, comencé a buscar cada vez más y fui consiguiendo una biblioteca que, en la actualidad, suma unos 450 ejemplares.
Entre ellos, auténticos tesoros.
Entre todos esos libros hay algunos de un valor bibliográfico importantísimo. Tenemos en la biblioteca libros de 1500. Han venido incluso de la Academia Valenciana de la Lengua a escanear alguno de ellos. Tenemos auténticas joyas y espero que el ayuntamiento de La Nucía, de la mano de la Universidad, le dé publicidad y se conozca mucho más.
«A Sant Vicent le pasaba como a Montserrat Cabellé o María Callas: solicitaban su presencia y al año o a los dos años te tocaba su visita»
Pero no sólo hay libros. Usted consiguió que desde Roma se enviara a la Ermita algo más.
(Ríe) En 2019, coincidiendo con el sexto centenario de la muerte de Sant Vicent Ferrer, conseguí que desde el Vaticano nos mandaran una reliquia, un trocito de hueso minúsculo del santo para el que hicimos un relicario y ahora está guardado en la Ermita. Así, en la provincia de Alicante las dos únicas reliquias que hay están en Teulada, un pueblo muy vicentino, y aquí.
¿Cuál es la vinculación histórica de la figura de Sant Vicent Ferrer con El Captivador?
A Sant Vicent le pasaba como a Montserrat Cabellé o María Callas: solicitaban su presencia y al año o a los dos años te tocaba su visita. En 1410 él hace un viaje en el que sale desde Valencia pasando por Alzira, Xàtiva, Gandía, Denia o Jávea, desde donde va a Teulada, donde vivía su hermana.