El coronavirus no es la primera piedra en el camino que se ha encontrado la Semana Santa de Alicante desde que salieran las primeras procesiones allá por el siglo XV. En el pasado los costaleros alicantinos tuvieron que enfrentarse a numerosos obstáculos, los cuales siempre lograron superar.
De nuevo las procesiones han logrado resistir a los avatares de la vida, y en este abril regresarán a las calles de Alicante. Buen momento para recordar los orígenes de esta tradición que en los últimos años, antes de la covid, cada vez congregaba a más gente en nuestra ciudad.
Primeras procesiones
Para hallar los orígenes de las procesiones de Semana Santa en España y Europa, es necesario remontarse al siglo XIII. En plena Edad Media, algunos sacerdotes creyentes salían a la calle para flagelarse entonando cánticos de penitencia.
Otras teorías apuntan a que quizás fueron curiosamente personas laicas quienes las iniciaron, buscando experimentar científicamente cómo habría sido el camino de Cristo durante sus últimas horas transportando la cruz hasta el monte de los Olivos.
Lo cierto es que a raíz de la pujanza del luteranismo en el siglo XVI, la Iglesia católica halló en las procesiones la forma ideal de acercar más la fe al pueblo. Por ello cogieron una dimensión más teatral y menos penitenciaria.
La virgen más antigua de Alicante es ‘La Marinera’, a la que los pescadores rogaban no cruzarse con piratas
Comienzos en Alicante
Probablemente fuera San Vicente Ferrer a quien debemos la aparición de nuestra Semana Santa. A este dominico valenciano del siglo XV al que se le conocía popularmente como ‘San Vicent el del didet’, pues decían que obraba milagros alzando el dedo. De hecho, en la mayoría de las obras artísticas que le retratan suele posar con esa característica postura.
Las primeras precesiones que circulan por las calles de Alicante se celebraban los Jueves y Viernes Santos. De la primera cofradía que tenemos noticia es la Purísima Sangre de Cristo, fundada en una ermita ubicada donde hoy está el Convento de Agustinas de la Sangre, para dar culto a la Virgen de la Soledad. Dicha imagen (que actualmente procesiona en Miércoles Santo) era venerada por los pescadores alicantinos, que la rogaban buena pesca y mantener alejados a los piratas, siendo conocida como ‘La Marinera’.
La prohibición por decreto
Durante los siguientes siglos surgieron más cofradías, algunas incluso desvinculadas de la Iglesia Católica que seguían sus propias normas para procesionar. Finalmente acabaron molestando tanto al poder establecido, que Carlos III prohibió por Real Decreto todas las hermandades que no fueran propias de las diócesis alegando que cometían “excesivos abusos, gastos y ostentaciones, lo cual es perjudicial para el Estado y contrario a la Ley Santa de Dios».
Este veto supuso en la práctica la desaparición de la Semana Santa en Alicante durante 36 largos años. No fue hasta 1818 cuando el Ayuntamiento autorizaría de nuevo la procesión del Viernes Santo desde la Iglesia de Santa María, con la condición expresa de que “para evitar los excesos que solían cometerse en estos días, queden prohibidos todos los comestibles durante la procesión y particularmente los muchachos que venden avellanas” tal y como exigió el alcalde Fernando Sante-Croix.
Con el tiempo surgirán algunas nuevas tradiciones que harían las procesiones alicantinas más especiales, como la iluminación de los balcones al paso de las cofradías o la incursión de procesionarios vestidos de romanos.
También la Semana Santa adquirió una dimensión más caritativa y durante esos días eran frecuentes los actos solidarios. Por ejemplo, se realizaba un lavatorio de pies a trece pobres, que luego eran invitados a comer.
En el siglo XVIII la Semana Santa fue prohibida porque las cofradías se tomaban ‘demasiados excesos’
Altibajos
Todo este apogeo tuvo también su contrapunto en las diversas desamortizaciones que impulsó el Gobierno para incautar bienes a la Iglesia, las cuales mermaron bastante la Semana Santa. Tras la Revolución de la Gloriosa, en 1868, se suspendieron las subvenciones públicas a entidades religiosas, lo cual dio al traste con la mayoría de las cofradías. Durante años en el Viernes Santo de Alicante solo desfilaron tres pasos.
Hasta principios del siglo XX no se recuperó la procesión del Jueves Santo, y en las siguientes ediciones se fueron ampliando a los demás días. En 1924 se creó la Procesión del Silencio, en la que solo se escucha el ruido de los tambores y timbales mientras desfilan los costaleros.
Antiguamente se hacía un lavatorio para lavar los pies a 13 pobres e invitarles a comer
Dos extremos
Con la llegada de la Segunda República el gobernador civil suspendió unilateralmente todas las celebraciones religiosas en vía pública. Así pues, en esta década apenas pudieron hacerse pequeñas celebraciones en el interior de las iglesias.
Ya en tiempos de la Dictadura Franquista se pasó justo al otro extremo, la Semana Santa se convirtió en una actividad prácticamente obligatoria y nada podía competir con ella. Todos los bares, cines o teatros debían cerrar durante (al menos) el Viernes Santo. En esta época de Posguerra fueron constituidas algunas de las hermandades más emblemáticas de nuestra ciudad, como la de Santa Cruz o el Perdón.
Años de pujanza
En los últimos tiempos la Semana Santa ha ido perdiendo un tanto su carácter de misa solemne al aire libre, para convertirse en algo festivo a la par que religioso. Las bandas de música proliferaron, los encapuchados repartían caramelos a los niños y la juerga dejó de estar reñida con la fe.
Y ahora hemos llegado a un 2022 que está llamado a ser otro año histórico para la Semana Santa alicantina. Primero por haber sido declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional y, sobre todo, con la recuperación de las procesiones tras dos ejercicios en blanco.