Le atribuyen una frase que hizo fortuna en el mundo del arte: “Para saber desdibujar hay que saber dibujar lo más perfecto posible”. Pues bien, Julio Quesada Guilabert (1918-2009), considerado por la crítica internacional como uno de los mejores acuarelistas del siglo XX, llevo esa frase por bandera con un detallismo que desde 1999 puede admirarse aquí, en el museo que Crevillent le dedica en el edificio de la Cooperativa Eléctrica Benéfica San Francisco de Asís.
No deja de resultar lógico que en este municipio se recuerde su arte, ya que Julio Quesada, aunque nacido en Madrid es hijo de crevillentinos, nieto de un alcalde de la ciudad, Julio Quesada Asencio, y nombrado el 30 de noviembre de 1996 Hijo Adoptivo de Crevillent.
De hecho, el artista participó en cuanta tradición crevillentina pudo, incluida esa tan peculiar de veranear en El Pinet, la pedanía costera ilicitana, dependiente de La Marina, conocida como ‘la playa de Crevillent’.
Fue nombrado en 1996 Hijo Adoptivo de Crevillent
Galardonado y multidisciplinar
Más allá de los trofeos y condecoraciones, medallas y galardones, coronados con distinciones como, por la temática de sus creaciones, la de Caballero de la Orden del Mérito Agrario, Pesquero y Alimentario (1960), la honorífica de la UNICEF (1986), el trofeo Goya 95/96 o la medalla de Oro de la Real Academia de Artes, Ciencias y Letras de París, o que pueda encontrarse obra suya en la londinense Tate Gallery o el parisino Louvre, quedémonos en su arte.
Aunque abarcó diversas disciplinas creativas (incluso estudió hasta sexto año de piano), y dentro de ellas diversas técnicas (en la plástica, como dibujo y óleo), será la acuarela la que centre prácticamente su actividad creativa.
Se dice que podría haber ultimado hasta más de diez mil retratos, en especial de médicos, y esto es solo una parte, una más, de las temáticas que abarcó con un estilo que la crítica define como “fresco” y “limpio”.
Un niño prodigio
Quizá esa capacidad le venga del hecho de haberse iniciado en el arte desde muy joven, destacando como niño prodigio en una difícil disciplina. Tanto como que a los nueve años ingresará en la prestigiosa Escuela de Artes y Oficios de la madrileña calle Marqués de Cubas, bajo la guía de un maestro de excepción, el pintor también madrileño Ramón Pulido (1867-1936).
A los doce, recibe un encargo del mismísimo Niceto Alcalá-Zamora (1877-1949), presidente de la República entre 1931 y 1936. Tras la Guerra Civil, después de realizar estudios plásticos sobre la flora para el Instituto Forestal de Montes, además de ejercer luego como topógrafo en Marruecos, volvió a uno de los lugares donde había estudiado, la Escuela Oficial de Cerámica, pero ahora como profesor y, más tarde, hasta jubilarse, catedrático de Enseñanza Media.
Mientras, se sucedían las exposiciones de su obra, tras la primera, en Salamanca en 1936. La última fue en 2004 en el Museo de Bellas Artes Gravina de Alicante.
Ingresa a los nueve años en la Escuela de Artes y Oficios
Pincelada suelta pero detallista
“No uses lápiz, porque luego no se borra bien, se ve a través de la acuarela y queda fatal, salvo que quieras realzar los aguados trazos con lapicero o, preferiblemente, carboncillo”. Los consejos de profesores, como en cualquier técnica, abundan, pero la acuarela tiene su punto.
Pintar sobre cartulina o papel mojando el pincel en agua (sin pasarse si no quieres arrugar el soporte), y en unas tabletas de pigmento aglutinado con goma arábiga, y antaño hasta miel, tiende al desastre a la vuelta de la esquina.
Pero los paisajes de Quesada (en La Habana, Londres, Toulouse, Venecia, El Pinet…) muestran una pincelada increíblemente suelta, formando al tiempo un conjunto sumamente detallista, donde los acuosos colores se bastan y sobran la mayor parte de las veces para perfilar.
Ocurre lo mismo con buena parte de los retratos, donde si hay algo que no sea acuarela o aguada generalmente actúa como realce, no pincelada principal. Una capacidad que encandiló, y continúa haciéndolo, a entendidos y profanos.
Con doce años acepta un encargo del Presidente de la República
Admiraciones y legado
Admiró a Picasso (1881-1973), quien trabajó la línea continua en el dibujo, como él en su juventud con la estilográfica. También a Mariano Benlliure (1862-1947), quien al cabo posee en la ciudad un museo casi contiguo (en la calle Cayetano, paralela a la de Corazón de Jesús, donde se encuentra el museo de Julio Quesada), a quien dedicó una acuarela. En 1997 Correos eligió dicha pintura para homenajear al escultor, de cuyo fallecimiento se cumplía medio siglo.
Y hoy es posible admirar su obra, así como la de sus admiradores, gracias a la labor desplegada por el museo en pos de obra y legado de Quesada, y también en promoción del arte.
Así, en 2021 se programaba la undécima edición del Premio Internacional de Acuarela Julio Quesada, tras un obvio paréntesis. Continúan las visitas de colectivos, así como las exposiciones de acuarelistas de interés, donde se puede admirar la evolución de enfoques en esta técnica. En el fondo, aquí Julio Quesada sigue bien vivo.