Tocaban las campanadas de fin de año en los setenta, los ochenta, y no resultaba extraño que, en cualquier sarao de postín, la entrada de los invitados, aunque fuera por diversión, se dotase de bombo y casi platillo. Y escuchabas: “¡Señores de Jávea, Diosdado, Deulofeu, Tirado, De María!”. Con el tiempo, tales demostraciones de supuesto abolengo acabaron en el cajón de los asuntos olvidados. ¿Por qué? Digamos que existía una posibilidad muy grande de que se tratara de apellidos de inclusa.
Esta palabra ya no se lleva, pero posee un curioso origen: la de Madrid se fundaba en 1572 bajo la advocación de Nuestra Señora de la Inclusa, imagen traída de la estratégica isla neerlandesa, entonces holandesa, de Sluis o Sluys, que significa literalmente La Esclusa, o sea, el compartimento en un canal de agua, con puertas, para que pasen los barcos. Alguien debió de pensar que, puesto que se trata de recoger y cuidar a la chavalería, que mejor ‘in’ en vez de ‘es’.
Los primeros centros
Porque una inclusa no es más que un orfanato u orfelinato (de ‘orphănus’, huérfano), o sea, casa-cuna, asilo de huérfanos o casa de expósitos (de ‘exposĭtus’ expuesto, cuando el ‘pater familias’ romano dejaba a su suerte al recién nacido no deseado) u hospicio (de ‘hospitium’, acoger, o albergue, refugio). Durante siglos triunfó la denominación madrileña, aunque la Real Casa Hospital de Niños Expósitos de la Inclusa no fue, ni mucho menos, la primera ni en España ni en Europa, honor que le cabe a la ciudad de Valencia.
Esto nos lleva de nuevo al asunto de los apellidos. No es que todo aquel que lleve Valencia o Valenciano como último nombre, como dicen los ingleses, que solo disfrutan de un apellido, posea un árbol genealógico que arranca en la inclusa. Pero es cierto que el Colegio Imperial de Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer o, popularmente, Colege dels Xiquets de Sant Vicent, nacido en 1410 y aún en activo, se iba a convertir en un centro societal de primera magnitud.
El nombre de estas instituciones interpreta una palabra neerlandesa
Por inspiración de Sant Vicent
Posiblemente, cuando al santo valenciano Vicente Ferrer (1350- 1419) le llegó la inspiración para crear el hospicio, también se le plantearía el problema de cómo bautizar a la chiquillería que muchas veces era depositada directamente a las puertas de la institución de forma anónima. Cuestión extensible a los posteriores casas-cuna que comenzaron a aparecer, también la que aportó el nombre de inclusa. El gentilicio o el topónimo solucionaban algo, pero se agotaban pronto, hasta recurriendo a los mayestáticos De España o Español.
Otro truco era plantarle a la criatura el que reflejase su situación. Se anotaron algunos Incógnito, muchos Expósito y un montón de Blanco (puesto 29, ¿para una casilla en blanco?), aunque aquí, como en la mayoría de apellidos, volvemos al tema de si procede o no de la inclusa: según los estudios genealógicos, algunos Blanco vienen en realidad de la nobleza leonesa, por el apodo del generador de la rama (ahora cabría reparar en el porqué de apellidar con apodo).
El primer orfanato europeo se funda en la ciudad de Valencia
Otras posibilidades
Como no se conocían los padres, por qué no Tirado, pero esto no deja de sonar despectivo, así que acojámonos a un origen divino: Diosdado (en Cataluña: Deulofeu, que puede venir de ‘Déu ho va fer’, Dios lo hizo), Gracia o De Gracia, Ventura (hijo de la suerte o ventura, pero dándole al asunto enfoque devoto). O una variante de topónimos y gentilicios: puesto que se trata, literalmente, de un ‘niño de la iglesia’, ¿qué tal De la Iglesia, Iglesias, De Jesús o De María?
Con el tiempo, por lo del estigma de que te señalasen como huérfano en unas épocas dadas a fijarse en aquello del linaje (la ascendencia o clase, viene del occitano ‘linhatge’), comenzó a periclitar esta fijación por lo inclusero. Más teniendo en cuenta que algunos apellidos típicos de orfanato podían encima no serlo. La inclusa, o más bien lo que representaba, fue perdiendo fuerza, aunque no su necesaria labor: continúan existiendo centros de acogida de menores y residencias infantiles.
Topónimos y gentilicios se usaron como apellidos en las casas-cuna
Anécdotas pasadas
Existen, eso sí, historias curiosas al respecto, como la escrita en Alicante ciudad por el Asilo y Casa de Misericordia (albergue para pobres e inclusa a un tiempo), sembrado en 1735. En 1801, habría de convertirse en la Fábrica de Tabacos, según los apologistas por caritativa cesión a la Hermandad de Cigarreras por parte del obispo Francisco Antonio Cebrián y Valdá (1734-1820), natural de Xàtiva y en el cargo desde 1797 a 1815.
La realidad es que el Obispado se encontró de pronto falto de fondos, así que ofertarle a la Compañía de Fabricación de Tabaco buena parte de la construcción se convirtió en un buen remedio para salir de apuros. En 2011, el complejo, donde aún respiran edificios del XVIII, se convertía en el Centro Cultural Las Cigarreras, retornando en cierta forma algo del espíritu original. De nuevo, se dedicaba a servir para albergar de modo institucional.