Entrevista > Olga Belmonte / Doctora en Filosofía de la Universidad Complutense (Crevillent, 21-junio-1979)
Hay muchos tipos de víctimas, y Olga Belmonte analiza en su libro a las víctimas morales, que lo son porque alguien las ha sometido o atentando contra su dignidad. Considera que estamos en deuda con ellas, y que no hemos comprendido realmente lo que significa serlo, porque para lograrlo tenemos que mirar de cara a su sufrimiento, escuchar sus relatos y reconocerlas.
Reflexiona sobre la responsabilidad de quienes no son víctimas ni victimarios, los ‘ilesos’, que son quienes no han sufrido o cometido el daño, pero sí tienen el deber de responder ante él.
Belmonte estará en Elche impartiendo una conferencia el 13 de mayo a las 19 horas en el Centro de Congresos.
Vivimos en una época especialmente convulsa. ¿Qué papel juega la existencia de la maldad en todo ello?
Quizá en otros tiempos también había situaciones como las actuales. Lo diferente es que los problemas y los conflictos ahora son globales, y con las nuevas tecnologías somos más conscientes de lo que ocurre en cualquier rincón del mundo.
En este contexto, hay males que se magnifican y otros que se relativizan en exceso. El mal es una evidencia, no podemos negar que se da, pero sus manifestaciones son muy diversas.
«El mal es una evidencia, no podemos negar que se da, pero sus manifestaciones son muy diversas»
¿La invasión de Ucrania es un claro ejemplo de hasta dónde puede llegar la atrocidad?
En este sentido la invasión de Ucrania es un ejemplo de que somos capaces de las peores atrocidades, no solo en el pasado sino también en el presente. Estoy de acuerdo con el filósofo E. Levinas, para quien “toda guerra utiliza ya armas que se vuelven contra el que las empuña. Instaura un orden respecto del cual nadie puede tomar distancia”.
Estamos ante la máxima expresión del mal moral. Tendremos que preguntarnos qué hicimos hasta llegar a este punto y qué no estamos haciendo para evitar que se perpetúe esta masacre.
¿Las víctimas de una guerra pueden borrar esa huella o permanece para siempre en su memoria?
La huella del dolor sufrido es imborrable. Hay mecanismos psicológicos que llevan a algunas víctimas a olvidar lo ocurrido temporalmente para poder seguir viviendo, pero queda la memoria del cuerpo, que puede traducirse en dolencias físicas.
No se puede borrar la herida, pero sí podemos ayudar a que cicatrice. Para ello es fundamental el reconocimiento de las víctimas y recuperar la memoria, también como sociedad, con una intención reparadora. Recordar no es reabrir la herida, es ayudar a que sane.
«La huella del dolor sufrido es imborrable»
¿Qué responsabilidad tenemos como espectadores respecto de las víctimas en general, por ejemplo en la violencia de género?
Como afirma la filósofa J. Butler, “somos responsables de la pureza de nuestra alma, pero también del mundo en el que habitamos”. Esta idea inspira mi reflexión sobre la responsabilidad de los ‘ilesos’, que no nace de la culpa por una acción previa, sino como respuesta a una llamada de auxilio de alguien necesitado de ayuda. La palabra responsabilidad procede aquí de respuesta: tenemos el deber de responder.
En la violencia de género la responsabilidad pasa por implicarse en cambiar las estructuras y dinámicas sociales que justifican el sometimiento de las mujeres, que las culpabilizan o las revictimizan cuando denuncian.
No basta con reconocer que son víctimas y creerlas, aunque ya es muy importante, hay que implicarse en cambiar un sistema que no solo no evita que las haya, sino que lo favorece.
«Recordar no es reabrir la herida, es ayudar a que sane»
Como especialista en ética, ¿cuánto hay de ella en la política española actual?
No soy partidaria de generalizar, ni de identificar a las personas con sus actos. Prefiero hablar de conductas poco éticas, que de políticos poco éticos.
Pienso que se ha normalizado un tono y unas formas de comunicarse en política que la alejan de lo que se considera una relación ética con el otro. Para que ésta se dé debe haber un reconocimiento mutuo, pero predominan la descalificación y la cancelación.
Es imprescindible ver al otro, no a sus ideas, pero se reduce la persona a sus siglas. Se requiere un verdadero diálogo, en el que se cuestione lo que pensamos y la conversación pueda llevarnos a un lugar distinto del que partimos. Pero lo común es atrincherarse en las propias posiciones y atacar a quien no las comparta. Cuando todos son enemigos y el poder es más importante que la verdad, la política puede ser eficaz, pero no puede ser ética.
«Se ha normalizado un tono en política que lo aleja de lo que se considera una relación ética con el otro»
¿En qué ha cambiado el concepto de filosofía y cuál es la suya?
En la filosofía hay elementos que permanecen y otros que cambian, porque se ocupa de un modo similar de una realidad que está siempre transformándose. Digamos que plantea preguntas eternas ante un mundo que es contingente. Necesitamos hacernos esas preguntas, porque vivimos en un mundo que no ofrece de entrada las respuestas a lo que no comprendemos de él.
En mi caso, el marco desde el que me planteo las preguntas es el pensamiento judío contemporáneo y la ética. Desde ahí pienso lo que más me preocupa: la relación con la alteridad y, en ella, las posibilidades de negación o de reconocimiento. Creo que eso en lo que pienso configura el modo en que intento vivir.
«La clave no es protegernos unos de otros, sino protegernos unos a otros»
¿Qué futuro le ve a la sociedad tal y como están ocurriendo los acontecimientos?
Observar lo que ocurre me hace ser pesimista, pero dado que los hechos no son todo lo que la realidad puede o debería ser, también intento ensayar cierto optimismo (con ‘Víctimas e ilesos’, por ejemplo).
Pienso que siempre tenemos la posibilidad de mejorar las cosas si nos implicamos en ser mejores personas. Como afirma J. M. Esquirol en su último libro, la tarea no es ir más allá de lo humano, sino intentar ser cada vez más humanos. La clave no es protegernos unos de otros, sino protegernos unos a otros. Si hacemos esto, lograremos que, aunque ocurran desastres, podamos sobrellevarlos sin deshumanizarnos.