Hay hogueras en la playa, en la noche de Sant Joan. Y ceremonia singular, casi feérica, en lo alto de la población justo antes. Porque, entre las varias tradiciones sanjuaneras celebradas a lo largo de la costa mediterránea (y en algunas localidades interiores, como Madrid), la alteana Plantà de l’Arbret tiene mucho que ver con lo que en verdad esa noche representa.
A la celebración, que al escribir este artículo prepara posible retorno, tras el parón pandémico, los cronicones la suelen fechar a principios del siglo XVII. Supone una clara conmemoración del solsticio de verano. Una metáfora en sí de la fecundidad de los campos, al plantar un chopo, un álamo, frente a un templo, enlazando en pleno junio con celebraciones como los Árboles o Palos de Mayo.
Las crónicas aportan el siglo XVII por su primera mención registrada
De brumosos orígenes
Siempre el viernes víspera al veinticuatro (cuya noche queda marcada como la del solsticio, que en la actualidad acontece realmente entre el veinte y el veintiuno de junio), aunque las guías le adjudiquen sin más el veintitrés, la fiesta posiblemente recoja según los estudiosos una tradición anterior, precristiana. Al cabo, la fecha que se ofrece es la de su primera mención oficial: en la Carta Puebla de Altea, el once de enero de 1617.
Historiadores y antropólogos se inclinan por adjudicarle origen celta. Mucho tiempo ya desde que un puñado de hombres subió por primera vez a la colina que hoy es El Fornet, el casco antiguo, allá en las alturas, un árbol, que puede superar en ocasiones los veinte metros de altura y que antes recogieron previamente a la vera del Algar (en últimas ediciones, en Benilloba).
Talla, transporte y transfiguración
El ‘tallaor’, ayudado por la Associació Amics de l’Arbret, le dará la forma a este símbolo que permanecerá frente a la iglesia de Nuestra Señora del Consuelo hasta agostarse el mismo verano. Pero lo importante llegará con el recorrido casi iniciático de quienes suben el tronco hasta las alturas, en un camino que recorre las calles Benidorm, La Nucia, Costera dels Matxos, Calvari, Alcoi, Sant Miquel, hasta la plaza del templo.
La transformación mediante el esfuerzo, la transfiguración, enlaza esta efeméride con otras en la Comunitat Valenciana de raíces también perdidas en la noche de los tiempos, como la castellonense Els Pelegrins de les Useres, que marchan, buena parte descalzos, por caminos recios hasta una cueva. Allí, el elemento vegetal lo constituye las hierbas con que los ahúman.
Los argumentos que la sustentan se pierden hoy a ojos turísticos
Los reporteros despistados
Estos elementos argumentales que sustentan la conmemoración se pierden hoy a ojos turísticos. Lo que queda para reporteros despistados, por ejemplo de algunos medios allende los Pirineos, es una especie de exaltación de lo machirulo: hombres sudorosos llevando un chopo, que escalan, una vez plantado, para colgar sus ajadas camisetas como trofeo a su hombría. Y cosas así.
Todo tiene su porqué en el origen de la fiesta, de sociedad campesina, cuando se labora de sol a sol un día tras otro, y las familias se organizan a los dictados de una microeconomía, y un vivir, regida por los elementos externos. Y donde existe iniciación también a la adultez, en el caso de la chavalería: para ellos hay también otro chopo, más pequeño, que plantar y subir.
Falsas percepciones
Sorprende que se la tache, desde posturas actuales, de antiecológica: la tradición manda devolver la arboleda a la persona o entidad propietaria. ¿Y lo de colgar camisetas, un simple exceso de esteroides? Los árboles de Navidad (que no suelen devolverse a su origen), gestados antes del cristianismo, fueron o escaparate de medallas y trofeos, o representación de la bóveda estelar, u homenaje a los seres queridos desaparecidos.
La tercera explicación coincide con un porqué de los ‘trofeos’ textiles enganchados al álamo (esta celebración tiene algo más que parecido con el árbol navideño). Obviemos esas decenas de muertos anuales al intentar escalar, según dichos medios, de los que no consta registro. Y reparemos en que echar agua y ofrecer vino a los esforzados festeros no es apología del alcoholismo (¿y el agua?).
Declarada por la Generalitat Bien de Relevancia Local en 2018
Metáforas y hermanamientos
“Aigua i vi, visca la mare que ens ha parit!”: el agua que riega los campos, más uno de sus frutos, el vino. Al cabo, nos movemos en las cercanías del solsticio (‘solstitium’, de ‘sol’ y ‘statum’, cuando el astro rey, allá arriba, parece estático), fecha de renovación vital. El propio y ancestral culto al árbol se asocia a los conceptos de fertilidad y regeneración.
No es la alteana la única fiesta semejante: el propio Ayuntamiento ha iniciado acercamientos recientes, es decir, antes de la pandemia, a celebraciones como la Festa del Xop en la localidad valenciana de El Palomar, en pleno Vall d’Albaida, bastante parecida a la alteana, y posiblemente tan antigua. El propio Arbret de Altea era declarado por la Generalitat, en junio de 2018, Bien de Relevancia Local, además de los ‘arbrets’ de Sant Roc y Sant Lluís, en agosto. El alma del agro, pues, sigue viva.