Entrevista > Will Coles / Artista (Nuneaton, Warwickshire, Reino Unido, 1972)
Máquinas de escribir, chancletas, libros, guantes… la lista es infinita y cambiante. Un paseo entre l’Albir y Altea es sinónimo, desde hace más de una década, de una visita a una improvisada galería de arte gracias a la aparición espontánea de una serie de esculturas, normalmente hechas de cemento, que no están firmadas y de las que, por lo tanto, la mayoría de las personas desconocen la autoría.
Detrás de esa iniciativa está Will Coles, un divertido escultor británico que ha recorrido medio mundo llenando las calles de muchas ciudades con sus esculturas. Afincado en Callosa d’en Sarrià, su nombre y su rostro no son conocidos en l’Albir, pero sí lo es su obra.
AQUÍ en l’Alfàs del Pi ha podido charlar con él poco antes de que abandone su casa para mudarse a otro lugar. Antes de hacerlo, ha decidido renovar parte de su ‘exposición’ callejera y compartir con este medio sus reflexiones y los motivos que le han llevado a este tipo de actividad artística.
«Soy uno de los pocos artistas callejeros que hacen arte en tres dimensiones, algo que ya me diferencia bastante del resto»
Sus esculturas llevan ya muchos años formando parte del paisaje urbano de muchas ciudades y, en este caso, de la zona de l’Albir. Sin embargo, para la inmensa mayoría de nosotros, son obras anónimas. ¿Por qué nunca ha querido reivindicarse como autor de esas obras?
Soy uno de los pocos artistas callejeros que hacen arte en tres dimensiones, algo que ya me diferencia bastante del resto. Además, no quiero entrar en esa parte del marketing de ponerle mi nombre a todo lo que hago, porque es en ese momento cuando todo empieza a tener un formato más comercial.
Lo que hago, al menos así lo veo yo, tiene más que ver con la idea socialista de arte gratuito para el pueblo. Simplemente, me gusta poner mis cosas en la calle y hacer que la gente piense.
Algunas de las obras que ha expuesto a lo largo de los años guardan una clara relación con el lugar en el que están o estaban, pero otras parecían completamente fuera de lugar. ¿Qué es lo que le inspira? ¿Cómo decide qué poner y dónde ponerlo?
¡Uf! Cosas como guantes, zapatos, bolsos, mochilas… son todo elementos que la gente suele llevar encima y que en lugares como este acaban olvidándose en la calle. Por lo tanto, no es algo que destaque de forma inmediata como algo extraño.
En cuanto a los lugares… las ciudades viejas o los cascos históricos son los mejores sitios porque hay más espacios. Las nuevas ciudades son más verticales y no tienen espacios o huecos donde poner las esculturas.
¿Y qué quiere despertar en el espectador?
Son obras que pueden estar ahí durante años sin que nadie se dé cuenta de que están. Las instalo a la espera de que las vea la persona adecuada en el momento adecuado para que le haga pensar.
«Todo lo que te aparte durante un momento de la pantalla del móvil es bueno»
¿Cree que esta apuesta suya por poner arte en la calle nos hace a los demás ser más conscientes de lo que tenemos a nuestro alrededor? Dicho de otra manera, ¿trata de que separemos la nariz de la pantalla del móvil?
Definitivamente, sí. Somos las personas, como individuos, los únicos responsables de no ver el paisaje que tenemos delante. Con este tipo de iniciativas, una vez que ven una de mis obras, es posible que vean otra, y otra, y otra… y, de esta manera, sean más conscientes de todo lo que tienen alrededor.
Quizás sea una forma de hacernos vivir más el presente. Cuando estás todo el tiempo mirando el móvil, la mayor parte de la información que estás recibiendo es basura. Cosas que no te van a convertir en una persona mejor o a hacerte más sabio. Todo lo que te aleje de ahí un momento es bueno.
Antes me decía que quiere hacer a la gente pensar, pero también me ha dicho que sus obras suelen ser representaciones de objetos cotidianos. ¿Todos ellos tienen ese objetivo último de provocar una reflexión en el espectador?
Casi todos. Siempre intento ayudar a que los demás mejoren sus vidas. Por ejemplo, cuando instalo una lavadora, lo hago para que la gente piense, al verla en mitad de la calle, en la obsolescencia programada y cómo antes, en la época de nuestros padres, las cosas se fabricaban para durar y ahora se hacen para consumir.
En otras ocasiones es más evidente. Puedo poner una máquina de escribir en la que se pueda leer un mensaje de un antiguo filósofo chino. Casi todo lo que hago puede ser considerado político, ambientalista… pero no busco dar lecciones de nada a nadie. Si lo pretendiera, sólo conseguiría aburrir a la gente en nombre del arte.
«Casi todo lo que hago puede ser considerado político, ambientalista… pero no busco dar lecciones de nada a nadie»
El arte debe ser intento, pero tampoco pasarse de frenada en ese aspecto.
A veces me gustaría ser más maleducado con la gente que no piensa como yo, pero, a la vez, no me gusta ofender porque no es la manera adecuada de hacer que la gente se suma a tu mensaje. Lo peor es hacer sentir a otra persona como que le estás tratando de dar una lección. Pasa mucho con los veganos. Yo soy vegetariano desde hace un cuarto de siglo, pero los veganos me dicen que soy igual de malo que un carnívoro. ¡Cálmate! (ríe).
¿Cada cuánto tiempo cambia las obras que tiene en la calle?
¡Cuando lo necesitan! Por ejemplo, la lavadora que puse en Barcelona sólo duró 24 horas. La de València, una semana. Sin embargo, una que puse en Hamburgo lleva allí dos o tres años. Incluso una en Sídney lleva una década.
¿Tiene algo que ver con esa clandestinidad con la que instala sus obras sin pedir permisos municipales?
Siempre lo hago a plena luz del día. No soy de esos que se escabullen. ¡Si hasta he puesto alguna delante de una comisaría de policía y es el Ayuntamiento de esa ciudad el que se encarga ahora de mantenerla!
«Si un grafiti tiene un valor de 20 euros, es vandalismo; cuando vale miles de euros, es arte»
¿Nunca ha tenido problemas por ello?
No. Sólo en una ocasión, en Australia, la policía me preguntó qué estaba haciendo y cuánto más se lo explicaba, más confundidos estaban (ríe). Más que nada, porque no parecía encajar con ninguna de sus leyes contra el vandalismo. Al final, pasé dos horas con ellos y, sencillamente, me dejaron ir. Era demasiado difícil para ellos encontrar un motivo para detenerme.
¿Y alguna vez le ha contactado alguna Administración para colaborar con usted?
En algunas ciudades, como en Sídney, retiraban mis obras; pero los propios trabajadores que tenían que hacerlo tienen ahora una colección de mis trabajos. Paradójicamente, esa colección ha terminado formando parte de los fondos artísticos del propio Ayuntamiento.
Eso hizo que unos años más tarde me escribieran para pedirme si podía enviarles alguna prueba documental que certificara la autoría de esos trabajos. O sea, lo que yo hice era ilegal, vosotros lo retirasteis y ahora queréis sacar provecho de ello…
Antes ha hecho referencia a un punto de vista socialista del arte gratuito para todo el mundo. ¿Ha tenido más problemas con ciudades gobernadas por la derecha que con aquellas en las que gobierna la izquierda?
Sí, completamente. En una ocasión, le pregunté a unos trabajadores de mantenimiento de Sídney porqué no borraban algunos grafitis y me dijeron que sólo lo hacían si había referencia a drogas o sexo. El resto, se quedaba.
«Hay obras que se han hecho en diez minutos que pueden tener hoy en día un valor mucho mayor que el propio edificio en el que se hicieron»
Muchos de los lectores que lean esta entrevista estarán familiarizados con la figura de Bansky. ¿En qué momento cree que se produce el cambio entre ser un semidelincuente grafitero a convertirse en un artista reputado?
Es un proceso. Van pasando de ser delincuentes a ser artistas conforme la gente, la sociedad, percibe sus obras como arte y no como vandalismo. Si las pinturas tienen un valor de veinte euros, es vandalismo; cuando valen miles de euros, es arte.
Eso ha creado una situación tan bizarra como que han surgido empresas especializadas en retirar esos grafitis de las paredes para poder venderlas.
¿Cree que es algo buscado?
No lo creo. Es un movimiento que comenzó a principios de los 80 y no creo que a ninguno de ellos se le pasase por la cabeza que acabarían siendo artistas cotizados. ¡Es una locura! En el fondo, hay obras que se han hecho en diez minutos que pueden tener hoy en día un valor mucho mayor que el propio edificio en el que se hicieron.
«No me importa que arranquen mis obras para venderlas. Lo que yo he hecho es ilegal, así que no me puedo quejar de la legalidad de esa venta»
¿Alguna vez le han ofrecido cantidades importantes por alguna de sus piezas callejeras?
Sí. Me ha pasado en más de una ocasión. Tanto por Instagram como en la propia calle. Ayer mismo estuve cambiando una de las obras que tengo en el paseo de l’Albir y se me acercó un grupo de gente para decirme que les gustaba mi trabajo, mi provocación… yo, simplemente, les regalé una escultura. Es muy chulo poder hacerlo porque haces feliz a alguien. Seamos sinceros: son cinco o diez céntimos de cemento. Ese es el coste.
¿Es esa la mejor parte de ser un artista, poder hacer a la gente feliz de una u otra forma?
¡Es algo precioso! También hay gente que odia mis obras (ríe). Pero incluso si las odian, has creado un sentimiento. Además, también ocurre con las obras de arte que colocan los ayuntamientos, pero en ese caso el contribuyente las ha pagado. En mi caso, son gratis. Es una situación ‘win-win’. Recibes arte y lo haces de forma gratuita.
Llevo más de 15 años haciendo esto y he puesto centenares de piezas en l’Albir y miles en todo el mundo.
Sé que algunas de sus obras, una vez retiradas, han acabado siendo subastadas. ¿Le molesta?
No me importa en absoluto. Son cosas que he puesto en la calle y alguien se ha molestado en arrancarlas. Algunas, incluso, se han roto en el proceso y las han tenido que volver a pegar y pintar para que no se noten las roturas. ¡Las he visto a la venta en Internet por más de mil euros!
Pero son mil euros que, en realidad, le deberían pertenecer a usted.
¡Bah! Así son las cosas. No me molesta en absoluto. Lo que yo he hecho es ilegal de todas formas, así que no puedo quejarme de la legalidad de esa venta.