Entrevista > Ángel Luis Prieto de Paula / Hijo Adoptivo de Villena (Ledesma, 1955)
Un grupo de amigos decidió poner en marcha el nombramiento de este salmantino como Hijo Adoptivo de Villena, por su gran vinculación en la vida cultural y divulgativa de la ciudad.
Recuerda con añoranza sus años de profesor en el IES Hermanos Amorós y pone en relevancia el peso de la ciudad de Villena en la historia de España, por la gran enjundia que la ha caracterizado durante siglos como ciudad de frontera.
¿Qué sentiste al conocer que serías nombrado Hijo Adoptivo de Villena?
Cuando tuve noticia de la iniciativa sentí sorpresa e incredulidad. ¿Por qué yo, por qué a mí? Al avanzar el proceso supuse que yo solo era un ejemplo entre otros de personas que un día llegaron a Villena y enraizaron aquí, en una ciudad que han hecho suya y que los ha hecho suyos.
Por fin, cuando todo culminó, he sentido una gratitud que desborda mi capacidad para expresarla.
«Villena está en el núcleo duro de la historia de España, se fraguó principalmente cuando diferentes reinos, culturas y lenguas entraron en contacto»
¿Agradecido de que hayan sido un grupo de buenos amigos los que pusieron la propuesta en marcha?
Yo no me responsabilizo de la oportunidad de su propuesta, que es suya; pero solo puedo estarles agradecido. Como alguna vez he dicho, una iniciativa como esta habla sobre todo de la generosidad de quienes la promueven (y de quienes la conceden).
¿Cómo terminó un salmantino de nacimiento recalando en Villena?
De manera azarosa. Conocí en la Universidad de Salamanca, que entonces recibía a estudiantes de toda España, a una compañera de curso procedente de Villena, con la que años después terminaría casado.
Las circunstancias personales explican lo que vino luego: fui profesor en Villena, con la idea de regresar a mi lugar de origen, pero la vida acabó atándome a esta ciudad. Mis hijos se criaron aquí, fueron aquí al colegio, estudiaron en el instituto donde yo mismo había dado clases… y cuando quise darme cuenta era un villenense más.
«Se es de dónde se hace el bachillerato», dijo Max Aub (que había nacido en París y estudió en Valencia); pero quizá no sería impropio decir que uno es de donde sus hijos estudian el Bachillerato.
¿Qué recuerdos guardas de tu etapa como profesor en el IES Hermanos Amorós?
Los mejores de toda mi vida profesional. Fueron unos años, los ochenta, en que estaba cambiando el país: en la política, después de los años convulsos de la Transición; en la vida municipal, que estaba reinventándose para vivir en democracia…
La enseñanza es siempre un termómetro muy sensible a los cambios sociales. El instituto al que llegué era ‘el instituto’ por antonomasia, aunque por entonces comenzó su andadura el ‘Navarro Santafé’.
También la enseñanza vivía tiempos de cambio, con los desajustes y problemas lógicos: lo viejo no se acaba de ir, lo nuevo no acaba de llegar. Y eso se tradujo en una vitalidad con la que todavía no habían podido la ritualización y el marasmo burocrático.
Yo además viví unos años de intenso aprendizaje personal. Muchos de aquellos estudiantes son hoy profesionales excelentes y algunos colegas de profesión. Aunque a veces los nombres se terminan borrando con los años, me queda un recuerdo entrañable.
«En la Universidad de Salamanca conocí a una compañera procedente de Villena, con la que terminé casado y atado a esta ciudad»
¿Mantienes contacto con el entorno de aquella época?
Tuve una estrecha relación con compañeras y compañeros de claustro, que se ha mantenido hasta el presente. Cuando llegué, yo era un profesor lleno de ilusión y probablemente también de carencias, pero aprendí de los mayores.
Esa es la idea de la tradición: recoger un testigo de quienes te preceden, y entregarlo cuando llegue el momento a quienes te hayan de suceder.
Como villenero de adopción que eres, ¿con qué tradición local te sientes más identificado?
Para mí tiene un valor especial todo lo relacionado con Las Virtudes; el santuario, las dos romerías anuales, porque es ahí cuando la historia, las creencias y los proyectos cuajan en una realidad material y espiritual que nos permite identificarnos, ser lo que somos colectivamente. Evidentemente, las Fiestas de Moros y Cristianos son una construcción cultural asentada en esa realidad.
Y también asisto con gran curiosidad a las ‘tradiciones nacientes’, aunque esto pueda parecer una paradoja. Tendemos a creer que las tradiciones están ahí desde siempre; pero no: nacen y mueren.
Me refiero, por ejemplo, a las Fiestas del Medievo, que estamos viendo surgir ante nuestros ojos, y que acaso un día no lejano formen parte ya de esas tradiciones establecidas y de confusos orígenes.
¿En qué proyectos andas inmerso actualmente?
Hace no demasiado tiempo publiqué un libro en el que historiaba toda la poesía española, desde la II República hasta la Transición democrática. El esfuerzo fue tan extenuante que me he prometido no embarcarme, al menos hasta que llegue el otoño, en algo que me exija una dedicación tan absorbente.
Entretanto me dedico a cosas más llevaderas: artículos de revista, colaboraciones en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, alguna edición poética… Y vivir, que lleva mucho trabajo.
«Los mejores recuerdos de mi vida profesional son en el IES Hermanos Amorós; en los ochenta el país estaba cambiando»
Para un amante de la historia y la literatura, Villena debe ser como un parque de atracciones en el tiempo.
Sin duda. Villena está en el núcleo duro de la historia de España. Se fraguó principalmente cuando diferentes reinos, culturas y lenguas entraron en contacto, y a menudo en conflicto, porque en la historia los paraísos idílicos no han existido nunca.
Y ese proceso no es solo de una época muy concreta, sino que tiene una vigencia dilatada, que arranca del siglo XIII, con el señorío a favor de los Manueles, y alcanza su cenit en el siglo XVI, ya en los albores de un Estado moderno.
Vivir en Villena nos dificulta ver esto con la distancia que nos permitiría darnos cuenta de su importancia real. Sucede como con los genios, quienes los tienen al lado no suelen percatarse de su grandeza.
¿Qué figura villenense te fascina más? ¿Por qué?
Me gustaría no tenerme que reducir a villenenses ‘nacidos en Villena’, lo que me obliga a prescindir de figuras extraordinarias como don Juan Manuel, doña Isabel de Villena, don Enrique de Villena, etc.
De los villenenses ‘de Villena’, me llama la atención Joaquín María López, cuya vida política ocupa el segundo cuarto del siglo XIX, una de las épocas más convulsas de la historia de España. Ese “viejo país ineficiente”, perennemente ubicado “entre dos guerras civiles”, como escribió con pesimismo atroz Gil de Biedma.
López fue un político progresista que ocupó todos los cargos políticos habidos y por haber, pero a mí me seduce su literatura, muy afectada por el retoricismo romántico. Y me hubiera entusiasmado escuchar sus discursos en su propia voz: él fue el gran orador de la primera mitad del XIX, con Donoso Cortés, como en la segunda mitad lo serían Castelar, Salmerón o Cánovas.
«La gran literatura juega en otra liga: cuando entramos en ella calla el mundo»
Como catedrático de Literatura Española, ¿qué autor o autora nacional nos recomendaría para leer este verano?
Puesto a ofrecer algún título, diré dos, uno de hace más de ochenta años y otro actual: A sangre y fuego (1937), una magistral colección de relatos sobre la Guerra Civil, de Manuel Chaves Nogales; y Las formas del querer (2022), de Inés Martín Rodrigo.
¿Crees que la industria audiovisual está arrinconando a la literatura?
No. Suele afirmarse lo contrario, como una muestra de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, tan socorrido y tan falso. Eso podría aplicarse a la literatura de mero entretenimiento, y aun así yo lo pondría en duda, ya que hoy leemos mucho más que nuestros antepasados.
Pero la gran literatura juega en otra liga: cuando entramos en ella calla el mundo.