En las novelas de Stephen King, como ‘El ciclo del hombre lobo’ (‘Cycle of the Werewolf, 1983), donde a cada capítulo le corresponde un mes, nos enteramos del paso del tiempo, que de libro en libro suele aparecer un personaje al que le gustan las naranjas de Valencia (las clementinas cosechadas a lo largo de toda la Comunitat Valenciana) o que, tras un comienzo frío en septiembre, puede sobrevenir un ‘veranillo de San Miguel’.
Entonces el autor nacido en Portland, Estados Unidos, se nos hace de aquí porque qué localidad en nuestra Comunitat no ha sufrido alguna vez una ‘sanmiguelá’, como la de Alicante ciudad, en pleno veintinueve de septiembre de 1929, cuando una apocalíptica gota fría arrasó el viario sobre el que llegaba el popular ‘tren chicharra’ hasta la ciudad.
Por aquí toca cálido
Pero derribemos mitos: un septiembre frío, normalmente, queda para Stephen King y, básicamente, para otras latitudes. Por estos pagos, el noveno mes suele tocar cálido, cuando no directamente caluroso, como una sudada (en las costas, debido a la humedad) temperatura que conseguirá que el mar incube una futura inundación o una serie de ellas. Tan pronto una corriente polar en las alturas se tropiece con el cálido aliento de la evaporación, ya la tenemos formada.
Hay excepciones, como en 2015, cuando la temperatura bajó en casi todos los recovecos levantinos (de aquel “Levante feliz” de Joan Fuster: desde Alicante a Castellón) diez grados con respecto a la media, además de ser uno de los septiembres más fríos que se recordaban por aquí. Pero no hay que extrañar que por estos pagos cambien las tornas. Entrar a un local por la tarde en manga corta y precisar abrigo por la noche.
En 2015 la temperatura bajó diez grados respecto a la media
Insertos en un microclima
La Comunitat Valenciana posee en su mayor parte, por su situación geográfica, un microclima particular, al menos en la costa; bien es cierto que los movimientos climáticos del litoral influyen en los interiores, zonas montañosas incluidas. Recordemos que el sistema Bético, nacido en Andalucía, desde la provincia alicantina bucea hasta convertirse en la mismísima Tramuntana balear. El archipiélago se encuentra enfrente de las provincias valenciana y castellonense.
Por otro lado, este microclima se encuentra a su vez inserto en la cuenca del Mediterráneo occidental, un reducto definido como semiautártico (semiautosuficiente), batido por especiales corrientes marinas que a su vez influyen en las de aire, en un entorno acuático que almacena, como una inmensa pila, calorías a mansalva.
La evaporación marítima anual es de metro y medio
Evaporación y aire frío
La evaporación media anual es de aproximadamente un metro y medio, pero el ciclo es casi repetitivo año tras año: en verano se calienta el agua, en otoño vienen corrientes de aire frío, ambas se unen y ahí tenemos la famosa ‘gota fría’, algo más que una simple chispa. Aunque se dan veranos suaves (bueno, lo que en la Comunitat Valenciana entendemos por un estío tranquilo), lo normal es alcanzar la temperatura indicada para tener fiesta atmosférica.
La lámina marítima puede llegar a los veintitrés grados o incluso más allá. La mayor extensión o no de la canícula veraniega determinará la temperatura de septiembre, o que anegue en septiembre, octubre o ambos. El cambio climático (deshielo, cambio de corrientes marítimas, con ellas los vientos) influye extremándolo todo, incluido el calor, pero también acortando los tiempos, por ejemplo entre un verano árido y otro.
2022 ha sido el verano más tórrido en los últimos 72 años
Plusmarcas atmosféricas
Este 2022 mismo se ha convertido en el verano más tórrido en la Comunitat Valenciana en al menos los últimos setenta y dos años, con un julio que ha superado plusmarcas con una alegría digna de mejores encomios. Así, se ha registrado la temperatura superficial del agua más alta desde 1959. Se comprende, y más ante las primeras y catastróficas granizadas sucedidas mientras se escribe este artículo, los temores desde el sector meteorológico.
Aunque septiembre se ha transformado en un icono de jerséis de cuello alto sobre alfombras de hojas caídas, cuando ya es otoño en ciertos grandes almacenes (este año desde el viernes veintitrés de este mes a las tres horas y cuatro minutos), por aquí, además de mayor o menor calor, es mes de vientos, de nuevo motivados por todo el régimen de mareas, corrientes y demás. Pero cada vez más es también mes de inundaciones.
Las grandes riadas
Si bien la Gran Riada de Valencia tocaba el catorce de octubre de 1957 y la catastrófica de Alicante arrambló con todo el treinta de septiembre de 1997, a las puertas del siguiente mes, los derrames celestes se acercan cada vez más al estío en sí. Incluso inundan ya en las postrimerías de agosto, con abundancia del fenómeno conocido como ‘reventón húmedo’ o ‘downburst’ (literalmente, ‘reventón’: visto de lejos, como si se hubiera pinchado la nube).
Los reventones ejemplifican bien a las claras la extremización climática: lo excepcional, o sea, la destructora conjunción de lluvia, granizo y vientos huracanados, con los resultados de un tornado, pero más extendido, se va convirtiendo en algo habitual. Sin esperar a una ‘sanmiguelá’.