Qué felices se las pintaba el comerciante maderero valenciano Vicente Gil Roca (1862-1929), también político de la Unión Republicana, quien, por fin, había conseguido comprar aquel castillo-palacio con aquellos artesonados tan mercadeables. Eso sí, no veía mucho más que salvar de aquel desterronamiento general, más cuando se encontró con buena parte de las estancias convertidas en trasteros. Lo suyo, pensó, era derribarlo para evitar males mayores.
El castillo-palacio de Alacuás, castillo de las Cuatro Torres, palacio de los Aguilar o, en valenciano, Castell-palau d’Alaquàs, estuvo ahí, pues, a punto de finiquitar sus días. Una biografía que había atesorado ya un abolengo que amenazaba con marcar tan abrupta anotación final. No iba, por fortuna, a ocurrir así, aunque aún iba a tardar bastante en poder lucir nuevo cutis y, como antaño, lujosos ropajes.
Anchas calles
Viajemos, pues, hacia Alaquàs, municipio de l’Horta Oest situado entre la sierra Perenxisa y el cap i casal. Conurbado con Aldaia (32.313 habitantes), censaba 29.649 residentes en 2.021 (marcó un hito el recuento de 2010, donde se llegó, por cierto, a los 30.270) y, aunque la agricultura (cítricos y cultivos herbáceos) ya se ha convertido en una ocupación residual en un plano puramente económico, ganó mucha vida gracias a la acequia de Manises.
Posee hoy la población anchos viales, como la avenida del País Valencià, a la que saluda la neoclásica Santa Maria de l’Olivar, erigida sobre una primitiva ermita del siglo catorce, hoy al lado de un poligonal y futurista edificio de la Policía Local. O la del Dos de Mayo (parte de la anterior antes de convertirse en la calle Cuenca), que nos lleva hasta la estación de tren.
Entre 1900 a 1970 la población creció un 522 por cien
El desarrollo industrial
Lo anterior es fruto del desarrollo industrial de Alaquàs, donde lo mismo se fabricaron ‘cassoles i perols’ de barro que lámparas y alfombras. Con manufacturas en madera tratada torneada, como las castañuelas, juguetes o muebles curvados, o metálicas, la alacuasense es una industria en constante trasformación, cada época su producto, a veces solapándose anteriores y posteriores. Lo suficiente como para que desde 1900 a 1970 experimentara un espectacular aumento demográfico del 522 por cien.
En ese caldo de cultivo, la época también se cebó con el monumento, ya que, además del preceptivo uso, al menos en la Comunitat Valenciana, como prisión, también ejerció de almacén de cosechas y hasta de fábrica textil. Este era el uso, precisamente, al que se destinaba en los años setenta, cuando el Ayuntamiento se plantea por vez primera recuperar el edificio.
Perdió una de sus torres en 1928 al amenazar ruina
Movimientos populares
Para entonces, la fortaleza ya presentaba heridas de mil batallas, y no por cierto de las gloriosas. Pese a uno de los nombres, en 1928 ya hubo que amputarle una de las cuatro torres al amenazar ruina esta, con el consiguiente peligro para las casas circundantes. Y eso que la población se había volcado para salvarlo. Sucedía en 1918, tras conocerse las intenciones del industrial Gil Roca para con el monumento.
La movilización popular llegaba a otros oídos de la capitalina València, concretamente a los de la asociación Lo Rat Penat, fundada en 1878 por iniciativa del inquieto Pascual Frígola y Ahiz (1822-1893), primer barón de Cortes de Pallás, escritor, político e impulsor de la Fira de València, surgida en 1891. Pero lógicamente no podía ya ser él, sino quien entonces detentaba la presidencia de la asociación, Juan Pérez Lucia (1870-1927), quien liderase la campaña.
Fue declarado Monumento Artístico Nacional en 1918
Monumento nacional
También se sumó el pintor José Benlliure (1855-1937), quien en seguida se puso en contacto con su hermano Mariano (1862-1947), a la sazón director general de Bellas Artes, para que intermediase. Actuó con rapidez: ese mismo 1918 la fortaleza era declarada Monumento Artístico Nacional por Real Orden del veintiuno de abril. No obstante, iba a continuar en manos privadas. Y como se dijo, no precisamente para actividades nobiliarias o turísticas.
Así, se trataba de volver público este baluarte mandado edificar por Luis Aznar Pardo de la Casta y Vilanova, primer conde de Alaquàs y de biografía hoy un tanto ignota (las mismas referencias genealógicas no saben qué natalicio plantarle, si 1456 o 1576), quizá sobre un edificio anterior, a juzgar por unos azulejos conservados. Las primeras gestiones datan de 1999, pero el asunto no se concretará hasta el tres de enero de 2003.
La recuperación
El Castell-palau d’Alaquàs, de planta cuadrangular y anexo a la iglesia de l’Assumpció (bajo la unión de ambos edificios hay un pasaje), cuyas obras comenzaron en el dieciséis, se ubica en pleno Carrer Major (desemboca en la avenida del País Valencià, enfrente de Santa Maria de l’Olivar).
El palacio aún conserva la puerta dovelada (las piedras que forman el arco tienen forma de cuña, de dovela), tres torres de veinticinco metros cada una y el patio central con arcadas carpaneles. La restauración le ha devuelto un esplendor que el propio edificio quizá ya renunció a soñarse. Si hasta es ahora activo centro cultural y educativo, con biblioteca. Al menos, nadie parece que quiera revenderlo a cachos.