“¡Ay mi blusa marinera; siempre me la inflaba el viento al divisar la escollera!” El final del famoso poema de Rafael Alberti es, seguramente, un resumen perfecto de la relación que cualquier sociedad marinera puede tener con el mar.
Fuente de riquezas y de ilusión. Lugar de sueños y aventuras cuando se ve desde tierra. Bondadoso y generoso ofrecedor de alimento. Cruel y terrible enemigo en la tempestad. Lo bueno y lo malo, todo pasa o viene de sus aguas.
Por ello, y por muchas otras cosas, no sería extraño que la ilusión de la Navidad, la que nos remite a todos a nuestra infancia más inocente y la que ilumina las caritas de esos pequeños a los que la vida y los demás todavía no les hemos terminado de embrutecer con nuestras cuitas diarias, llegara a Altea, un pueblo de indudable tradición marinera, desde el Mediterráneo.
Pero no, la Villa Blanca, quién sabe por qué, mira cada mes de enero a la montaña. A la Sierra Bernia. A la luz que desde sus faldas anuncia la noche más mágica.
Una luz especial
Como en tantos otros municipios, la Navidad de Altea cuida de manera muy especial el que los más pequeños disfruten de unos días que para ellos -y para no pocos adultos- son pura magia y, en esa labor, cuenta la Villa Blanca con la inestimable ayuda de Sus Majestades los tres Reyes Magos de Oriente, los visitantes más esperados por los niños cada mes de enero.
Y para que la espera se haga más llevadera y que todos sepan -al menos los que se han portado bien y no deben esperar carbón-, que Melchor, Gaspar y Baltasar se acordarán un año más de ellos, el final de su viaje hasta Altea viene precedido de una luz muy especial.
Altea cuida de manera muy especial el que los más pequeños disfruten de unos días que para ellos son pura magia
Campamento de montaña
Así, entre los días dos y cuatro de enero sólo hace falta mirar hacia la Serra de Bernia para ver, a lo lejos, la luz que durante todas esas noches ilumina el campamento de los Reyes Magos mientras descansan, cerca ya de los hogares de la Villa Blanca, esperando a que llegue la noche más mágica del año.
Una noche que pondrá fin, a falta de una mañana en la que grandes y pequeños tomarán las calles para estrenar sus regalos, a un mes de actividades y celebraciones que no por repetidas, una y otra vez, dejan de generar una expectación máxima porque, al fin y al cabo, eso es la Navidad: el momento del año en el que muchos desearían vivir eternamente.
Las campanas de las dos iglesias del municipio suenan al unísono para dar la bienvenida al Año Nuevo
Navidad tradicional
La de Altea no es, claro está, esa Navidad blanca, nevada y fría que Hollywood nos ha plantado a todos en la cabeza, aunque lo más cerca que hayamos estado de la nieve sea rascar el fondo del congelador para poder cerrar su puerta. En realidad, la Navidad que se vive año a año en la Villa Blanca tiene mucho más que ver, al menos en lo que a la climatología se refiere, con la original vivida hace ya más de 2.000 años, según las escrituras bíblicas, en Jerusalén.
Además, como sucede en otros muchos municipios mediterráneos, Altea mantiene algunas tradiciones que confieren a sus fiestas navideñas un toque especial y local. Algo que, a falta de nieve, abetos y renos paseando por sus calles, le otorgan un sentimiento local.
La Navidad supone una gran oportunidad para el tejido turístico en plena temporada invernal
Dos Nocheviejas
Además de esa expectación que crean la luz, visible en todo el municipio, que brota desde el campamento de los Reyes Magos en la sierra, otra de las particularidades que hacen únicas las fiestas de Navidad de Altea se produce en Nochevieja, gracias a las dobles campanadas que se pueden escuchar en todo el municipio cuando las dos iglesias de la Villa Blanca hacen girar sus campanas al unísono.
Una ocasión única para que todos los alteanos reciban el nuevo año juntos y disfrutando de una copa de cava, cotillón y, por supuesto, las tradicionales uvas de la suerte que reparte el Ayuntamiento entre los asistentes. Todo ello, regado con la ineludible pólvora del bombardeo aéreo que se lanza justo después de las campanadas para finalizar -o empezar, depende de a quién se le pregunte- la noche con música.
Más de un mes de color
Será, en definitiva, más de un mes el que las luces navideñas, que se encendieron de manera oficial el pasado día 2 de diciembre, den color y ambiente a las calles más céntricas de un municipio que, especialmente en las largas noches de invierno, ayudan a hacer volar la imaginación hacia un pasado que ya no existe, pero que es fácil dibujar en la mente paseando por el casco antiguo.
Y todo ello, por supuesto, con un ojo puesto en el turismo, motor económico del municipio y que vive en las fechas navideñas una época de especial intensidad. Son muchos los visitantes que arriban a la Villa Blanca atraídos por su inconfundible carácter de villa mediterránea, ofreciendo la posibilidad de vivir, gracias al buen tiempo casi garantizado, unos días muy distintos a los que se pueden disfrutar en sus países de origen.