En aquellas épocas, sin Internet, los asuntos caminaban un poco despacio. Como que tardaban siglos en concretarse. El propio Imperio Romano, cuyo estandarte del águila, empuñado por las legiones, venía extendiéndose por todo Occidente oficialmente desde el año 27 antes de Cristo, señalaba ya en el siglo tercero una falta de carburante que iba a agotarse en el 476 por estos pagos y en el 1453 por Oriente.
San Sebastián, posible legionario según el registro histórico, ya veremos que más bien escaso, vivió, si fue personaje real, justo en aquella centuria (supuestamente entre el 256 y el 288), la de la primera división del Imperio, cuando Cayo Aurelio Valerio Diocleciano Augusto (abreviando: Diocleciano, 244-311) se decidió por una corregencia, desde el uno de abril de 286, con Marco Aurelio Valerio Maximiano (o sea, Maximiano, 244-311).
Los dos ajusticiamientos
A San Sebastián le dio tiempo a vivir esta situación, pero no la definitiva separación entre un Imperio Romano de Occidente y otro de Oriente, el diecisiete de enero del 395. Ni el Edicto de Milán, firmado en el 313 por Flavio Valerio Constantino (Constantino I El Grande, 272-337) y el emperador rival Valerio Liciniano Licinio (Licinio, 250-325), por el que se ‘toleraba’ el cristianismo.
Le habría venido muy bien a este militar que había decidido abrazar la entonces prohibida religión. Como resultado, fue prendido, torturado y ajusticiado. Se salvó pero, según las historias, en vez de callar, se puso a recriminar públicamente el trato dado a los cristianos. Fue de nuevo condenado a muerte, y esta vez no le valieron coplas. Incluso su cuerpo asesinado fue arrojado después al lodazal.
Se dan como posibles ciudades natalicias Milán y Narbona
Pocas referencias
Su biografía, como señalamos, anda escasa de fuentes: la principal, la ‘Depositio episcoporum’ o ‘Depositio martyrum’, relación de mártires que constituye uno de los documentos contenidos en el ‘Cronógrafo del 354’ o ‘Calendario de Filócalo’, manuscrito romano padre de los libros de efemérides que tanto triunfaron en la pasada centuria. El otro es una cita, un comentario en realidad, por parte de San Ambrosio (340-397).
Ambrosio de Milán barrió para casa y le adjudicó a San Esteban nacimiento milanés, aunque algunas leyendas asegurasen que era de la occitana, francesa, Narbona (pero hijo de una milanesa). Fue, dicen, asaeteado vivo, aunque pudo ser metáfora: las flechas simbolizaban la peste, por las llagas que icónicamente provoca. Por su activa defensa de la religión cristiana, se le consideró protector de ésta contra enemigos a los que se les atribuía crear y extender las plagas.
La pandemia del siglo XIV propagó también su veneración
Dos santos a turno
Con semejantes ropajes místicos, no habrá de extrañar que durante las décadas en que mandaron el hambre, por las malas cosechas, o las guerras, además de las consiguientes epidemias o pandemias, San Esteban y el montpellerino (también occitano, pues) San Roque (1295 o 1348-1317 o 1379, se celebra el dieciséis de agosto) se ‘repartieran’ la labor: San Sebastián para la temporada fría (según el rito romano, el veinte de enero; y el dieciocho de diciembre según el bizantino).
Esta conmemoración de las consideradas como posibles fechas de la muerte del santo occitano o milanés se iba a extender considerablemente, sobre todo por las zonas conquistadas o directamente gobernadas por el montpellerino Jaume I El Conqueridor (1208-1276). Recordemos que fue rey de Aragón, de Mallorca y de València, conde de Barcelona y de Urgel y señor de Montpellier, además de regir varios feudos occitanos.
En algunas localidades apadrina Moros y Cristianos
En lucha contra las plagas
La veneración a San Sebastián iba a calar hondo en la Comunitat Valenciana, acompañada por las sucesivas oleadas pestíferas desde mediados del siglo catorce, cuando la “segunda plaga de la peste negra” arrastró a más de 56 millones de almas. La bacteria yersinia pestis no hizo muchos rehenes, pero el culto a los santos occitanos recogió el envite. Aún hoy, y circunscribiéndonos a las provincias de València y Alicante, se celebra en una buena cantidad de municipios.
Destaquemos, en el ámbito valenciano, además del propio cap i casal, a su propia área metropolitana, en poblaciones como Alfafar, Rocafort o Silla. O también Algemesí en la Ribera Alta, y Chera y Requena en Requena-Utiel. En Camp de Túria, importantes los festejos en la Pobla de Vallbona; en la Ribera Baixa, Polinyà de Xúquer; y en La Costera, Vallada.
Cultos ancestrales
En cuanto a la provincia alicantina, tenemos a Murla y Xàbia en la Marina Alta, Orihuela en la Vega Baja, Sax en el Alto Vinalopó o Xixona en l’Alacantí. No habrá de sorprender que, según los legajos, la devoción arribara a estos lares entre los siglos catorce y quince, aunque hoy no siempre se celebren en diciembre.
Y no como un mero acompañante o excusa: sigue en funciones. En la Pobla de Vallbona, por ejemplo, cuando se procesiona al santo, uno de los momentos más peculiares es la llamada ‘girà’: al pasar junto a la puerta de un enfermo que previamente lo haya requerido, los penitentes girarán la imagen en dirección a la vivienda. Pero sigue trayendo alegrías: en Sax o Xixona, apadrina Moros y Cristianos.