Nació en Paterna, vivió mucho en València. En una entrevista me soltó lo de “yo no quiero ser el más rico del cementerio”, y me habló, a grabadora apagada y bolígrafo caído, de su ilusión por un ático en el cap i casal. Antonio Ferrandis (1921-2000) soñaba, y hacía soñar con una estela de papeles donde supo alternar al tipo entrañable con aquel del que mejor no te fíes.
Ganó su eternidad cariñosa con personajes que encandilaron a chavalería y mayores, a plateas y crítica. Fue el enternecedor Chanquete de la serie de Antonio Mercero (1936-2018) ‘Verano azul’ (1981); y en ‘Volver a empezar’ (1982), de José Luis Garci, el profesor de literatura y escritor que, tras recibir el Nobel, vuelve a la tierra natal para encontrarse con su amor de juventud.
Sueños desde l’Horta
Pero también dio lecciones de arte dramático como el sacerdote delator en ‘Réquiem por un campesino español’ (1985), de Francesc Betriu (1940 -2020); o el cacique Don Pedro en ‘Jarrapellejos’ (1988), de Antonio Giménez-Rico (1938-2021). Papeles que blasonaban una carrera que empezó en su Paterna natal, una pujante ciudad que cuenta con 71.361 residentes anotados en 2021, y ya 4.674 en 1920, nada mal para la época.
En la actualidad, este municipio de l’Horta Oest, parte del área metropolitana de la València capitalina, se ha transformado en uno de los principales nódulos industriales de la Comunitat Valenciana, pero entonces primaba el agro. La época en que el ‘Rapacillo’, hijo del albañil Miguel y la pescatera Vicenta, hacía sus pinitos en funciones escolares.
Ganó su eternidad cariñosa con personajes como Chanquete
Juventud y curiosidad
Encauzó al principio sus estudios hacia otra vocación, licenciándose en magisterio. Me decía en aquella entrevista (el siete de agosto de 1988): “Es que además pasa una cosa: casi trabajo más a gusto con los jóvenes porque sin darte cuenta te contagian la ilusión, la fuerza creativa (…). Cada uno dice que ser mayor es que se le va marchando la curiosidad por las cosas (…). Si se te va la curiosidad, qué importa nada ya”.
A continuación añadía: “Si tú tienes al lado alguien que te estimula… Los jóvenes hacen que te sientas joven”. Pero aquí el chaval era él, que allá en la capital, en el cap i casal, aprovecha para estrenarse como actor teatral en ‘Militares y paisanos (comedia en cinco actos y en prosa)’, de Emilio Mario López Fenoquio (1868-1911). Ya le había picado definitivamente el gusanillo de la farándula.
«Trabajo más a gusto con los jóvenes, te contagian la ilusión»
De las tablas a la comedia
Marchó a Madrid en los años treinta, y en los cuarenta pasará a formar parte de la compañía de Antonio Vico (1903-1972). Tardó un poco más el cine (siempre confesó que, junto a la televisión, es lo que más le gustaba). Debutó con una notable cinta de bandoleros, ‘Carne de horca’ (1953), puro ‘western’ (hispano-italiano) traspasado a Ronda y dirigido por el hoy alabado Ladislao Vajda (1906-1965).
Aunque el papel de Antonio, aquí apellidado Ferrándiz, era tan pequeño que solo algunas fichas lo reseñan. Aún quedaba por delante una carrera donde, entre un personaje dramático y otro, iba a proliferar la comedia, para directores alabados por la crítica, como Luis García Berlanga (1921-2010), y otros no tanto, tal que Mariano Ozores (casi de su quinta: nacía en 1926). Y siempre se notaba que el actor lo disfrutaba.
«El valenciano puede hacer la comedia como nadie»
Valencianismo por delante
¿Qué recomendaba a los jóvenes que empezaban en lo del cine? “Pues que sigan adelante, pero que además lo que faltan (…) son comedias (…). El valenciano puede hacer la comedia como nadie porque tiene la socarronería, el humor. Que se vayan camino de la comedia (…) porque es que el mundo entero está con hambre de pasarlo bien”.
Pudo incluso conjugar su amor por la comedia y su siempre en bandera valencianidad en una cinta para el productor, guionista y director valenciano Vicente Escrivá (1913-1999), la célebre ‘El virgo de Visanteta’ (1979), basada en el sainete erótico clásico del escritor y poeta suecano Josep Bernat i Baldoví (1809-1864). El personaje de Ferrandis, el Tio Collons, defendía un tema muy de Bernat: las palabras no son buenas, malas o feas, sino que depende de cómo se digan.
Sabiduría local
Aseguraba, en variante idiomática de la época de Baldoví y de la huerta circundante, con su mezcla castellana: “Que atenguen els delicats, els místics i els remolons, que no hi ha paraula bruta si es diu en valencià, hasta la de fill de puta” (“que atiendan los delicados, los místicos y los remolones, que no hay palabra bruta si se dice en valenciano, hasta la de hijo de puta”).
Ferrandis defendía sus papeles: “Si hay un personaje que no me produce felicidad, ¿para qué lo voy a hacer? ¿A favor de quién? Ahora, si me produce felicidad, hago lo que sea y al precio que sea”. Además: “Tengo una edad en que tengo que trabajar en algo que produzca placer, porque si es solo para ganar dinero, al cementerio no tengo que llevar nada”.