Celler del Roure es una pequeña bodega familiar que mantiene desde sus orígenes la voluntad de mejorar aprendiendo de sus antepasados. Pablo Calatayud, ingeniero agrónomo de formación, copropietario y gerente, nos cuenta que su primer guiño a la historia fue la recuperación de una variedad vinífera local casi extinguida, la Mandó.
Su viticultura se basa en la recuperación de variedades tradicionales anteriores a la ‘filoxera’ -plaga que sacudió gran parte de los viñedos europeos a mediados del siglo XIX-. Fue Paco, su padre y mejor maestro, quien le enseñó lo remarcable que es ser de un lugar, conocer su historia y tratar de ponerlo todo en valor.
Viaje enológico
Ambos, junto a un puñado de valientes, iniciaron este viaje enológico lleno de aventuras y conocimientos en 1996, poniendo en cultivo diez hectáreas de viñedos en una finca de la familia en el término de Moixent.
Una década después, en 2007, la superficie de la propiedad se vio ampliada con la compra de una nueva finca de cuarenta hectáreas, donde se ubica la nueva bodega, a los pies del poblado ibérico de La Bastida de Les Alcusses, un asentamiento del siglo IV a. C., en el extremo suroeste de la llamada Serra Grossa. Los iberos cultivaban allí viñas y elaboraban vino hace 2.500 años.
Paco y Pablo Calatayud, padre e hijo, son los propietarios de esta bodega situada en Les Alcusses de Moixent, con D.O.P. València
Cultivo con las manos
Las tres fincas en las que se divide la propiedad están a cerca de 600 metros de altitud, con suelos muy variados que se caracterizan tanto por texturas franco-arenosas como arcillosas, pero siempre con elevados contenidos de caliza. Las principales variedades cultivadas son la clásica Monastrell y las antiguas Mandó y Arcos.
Su viticultura es muy artesanal, siguiendo un movimiento -cada vez más extendido- que mantiene un modelo tradicional, sostenible, respetuoso y muy ligado a la historia, a las personas, al paisaje, a la singularidad de los lugares, pueblos y comarcas y a la recuperación de variedades y viñas viejas.
Celler del Roure es una bodega que se preocupa por su entorno, por las maneras de cultivar y elaborar, que busca su esencia y trata de dar sentido a una frase que es uno de sus lemas, “el futuro es el pasado”.
Están orgullosos de cultivar estas tierras con muchas manos, respeto y a descubrir poco a poco sus tesoros escondidos
Bodega Fonda
La adquisición de los nuevos terrenos agregaba a la propiedad una vieja bodega subterránea, la llamada Bodega Fonda -otro de sus numerosos atractivos-, con cerca de cien tinajas, 97 concretamente, que poco a poco van restaurando y ‘despertando’ para llenarlas de vino y volverlas a empapar de Mandó, Arcos y Verdil, de los sabores y aromas de aquellas variedades ancestrales.
La gran sorpresa fue que la cerámica respetaba mucho la pureza de los vinos y también los mantiene vivos y vibrantes. Nacía de esta forma la gama de tintos antiguos, criados en tinaja y presentados bajo el dibujo de un renacuajo (Cullerot) y una libélula de diferentes colores (Parotet, Safrà y Vermell). Desde 2015 utilizan asimismo los viejos lagares de piedra que se habían conservado en la bodega.
En su Bodega Fonda hay 97 tinajas de barro distribuidas en tres galerías subterráneas excavadas en los siglos XVII y XIX
Las uvas y el paisaje
Cuidar el paisaje es otra de sus prioridades. “El vino nos puede ayudar a mejorar la vida de nuestros pueblos y a preservar nuestro paisaje. Embotellar el paisaje es ponerlo en valor y es la mejor manera de protegerlo”, considera Pablo.
La variedad Monastrell, la reina del sureste, es la protagonista en su familia de ‘Vinos Clásicos’. En este sentido, ‘Les Alcusses’ y ‘Maduresa’ son dos tintos corpulentos criados en barricas y fudres de roble francés.
Por su parte, los ‘Vinos Antiguos’ son más fluidos, incorporando uvas antiguas recuperadas (Mandó, Arcos y otras variedades) que maduran en tinajas de barro enterradas. Se trata de tres tintos -‘Vermell’, ‘Safrá’ y ‘Parotet’- y un blanco denominado ‘Cullerot’.
Tres familias de vinos
Pablo es plenamente consciente de la importancia del barro, “que forma parte de nuestro paisaje y de nuestra historia”. Hasta hace poco en el Celler del Roure convivían dos familias de vinos: “los clásicos son los que proceden de la uva Monastrell, son más estructurados y requieren crianza en fudres o barricas de roble, mientras los antiguos son los que elaboramos en las tinajas con variedades autóctonas recuperadas”.
Las dos familias pasan a ser tres tras la aparición de su nueva colección, ‘Les Filles d’Amalia’, dos vinos rosados, uno tranquilo (‘Les Prunes’) y otro espumoso (‘Les Danses’), dedicados a Amalia, madre de Pablo. Estos vinos, nos remarca, “deberían ser tan finos y delicados como las flores perfumadas que ella cuida en su jardín”.