Al escritor, dramaturgo, poeta y médico de origen escocés Arthur Conan Doyle (1859-1930), además de escribir hoy alabados relatos de terror y boxeo, libros de aventuras y ensayos, o crear al detective Sherlock Holmes y al profesor George Edward Challenger, precursor de Indiana Jones, se le recuerda por llevar la ciencia a la criminología y la antropología. Pero este racionalista acabó sumergiéndose en los reinos de la parapsicología.
La muerte de su hijo Kingsley le llevó a la desesperada creencia en el espiritismo, del que escribió varios textos, convirtiéndose en importante divulgador de una doctrina fundada por otro racionalista convertido, el francés Allan Kardec (1804-1869). Casos muy semejantes al del meteorólogo santapolero Ramón Alba Botella (1827-1881), autodidacta científico que, con el tiempo, se convirtió en uno de los introductores de las teorías de Kardec en España.
Calendario a calendario
Ramón ‘el Santapolero’, como se le conocía, gozó de gran predicamento tanto en la Península, muy especialmente en la hoy Comunitat Valenciana, además de en Argelia, por sus calendarios de vaticinios atmosféricos. Pero también hizo fama con un fuerte anticlericalismo que, pese a haberse interesado por la teología, aseguraban sus detractores que le había hecho perderse “en la duda y en la incertidumbre”.
Para comprender esta postura hay que bucear en la convulsa historia española. Y en una sociedad tan tendente a los centralismos, el asunto tuvo epicentro en la capitalina Madrid, con la matanza de frailes de 1834. Pero antes de narrar este hecho, comprendamos el porqué de su consecución.
Gozó de gran predicamento por sus ‘vaticinios atmosféricos’
Racionalismo y empirismo
Al diecinueve las crónicas lo señalan como el siglo ‘científico’, el de los grandes logros de la ciencia (es el nacimiento del ’método científico’ o ’empírico-analítico’, fundamentado en experimentación y lógica). Enorme contingente dividido entonces en ’ciencias formales’ (para abstracciones lingüísticas como las matemáticas), ’naturales’ (se ocupan de la naturaleza viva), ’sociales ’ (del comportamiento humano) y ’físicas ’ (de la naturaleza no viva).
Estas bañaban en la redoma del empirismo, basado en la experiencia y la evidencia, pero al cientifismo se le añadió otra corriente, la racionalista, que basaba todo en la razón: lo que no se puede razonar, no es. Inspirada, como el empirismo, en la filosofía, en la lógica, el racionalismo iba a albergar en su seno a buena parte de las corrientes, teóricas, del anticlericalismo. ¿Pero qué ocurría cuando este se impregnaba de irracionalidad?
Se gestó un anticlericalismo del que participó Ramón Alba
La regente y el carlismo
En España gobernaba, de 1833 a 1840, la regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1806-1878), en sustitución de su hija Isabel II (1830-1904), menor de edad (elegida reina a los tres años). Gracias a un sacerdote amigo, María Cristina (la que, según la canción de los exiliados en Cuba, “me quiere gobernar”) había contraído matrimonio con su amante, el guarda de corps Agustín Fernando Muñoz (1808-1873), a los pocos meses de enviudar.
Encima, comenzaba la primera guerra carlista (1833-1840), al pretender Carlos María Isidro de Borbón el trono (1788-1855). En esas que la pandemia de cólera iniciada en 1829 llegaba a España, primero a Vigo en 1833 y a Madrid en 1834. La regente negó la mayor mientras se refugiaba con la familia real en el palacio de La Granja: unos cuantos rumores sobre que los sacerdotes habían envenenado los pozos y ya la teníamos liada.
Lagier y Alba extendieron la doctrina desde Santa Pola, Elche y Alicante
La inmortalidad del alma
En ese ambiente se gestaba en España un anticlericalismo del que participaron racionalistas como Ramón Alba y Botella, procedente de familia campesina (estudió por su cuenta y, pese a sus logros, trabajó como administrativo). Sus escritos no científicos (aparte del libreto de la zarzuela ‘Una equivocación de puerta’, 1874) abundaban en ello. Y llegaron a sus manos las creencias de Allan Kardec (el filósofo, matemático y escritor lionés Hippolyte Léon Denizard Rivail).
Kardec, quien antes de ver varios ‘prodigios‘ fue un duro escéptico, creó -y resumamos brutalmente por cuestión de espacio- una filosofía basada en la inmortalidad del alma y las relaciones entre ánimas y seres vivos. Señalaba Kardec a los ‘espíritus superiores‘ como verdaderos artífices de ‘El libro de los espíritus’ (1857), guía, entre otros, del capitán mercante y político alicantino Ramón Lagier Pomares (1821-1897).
La llegada del espiritismo
Lagier era hijo de exiliados por el absolutismo y marcado por un terrible suceso: en 1862, a la vuelta de un viaje de Bélgica, se encontró con que tanto sus hijas, que había dejado en Marsella al cuidado de un banquero y consignatario, como su hijo, que murió abandonado en la buhardilla de un colegio regido por jesuitas, habían sufrido abusos sexuales. La justicia no le ayudó pero encontró consuelo en los escritos de Kardec.
En Alicante provincia, el ‘Capitán Lagier’ unió esfuerzos con Ramón Alba, quien también encontró calma y respuestas con la obra del francés. Así que, irradiando esfuerzos desde Santa Pola, Elche y Alicante capital, Alba y Lagier, ayudados por otros destacados conversos, comenzaron a propagar la filosofía espiritista. Eso sí, un tres de septiembre, a los cincuenta y cuatro años, Ramón Alba ‘desencarnaba’ a causa de una neumonía.