Hoy son objeto de recuerdo, decoran paredes de muchas casas, y no solo de la Comunitat Valenciana, pero la realidad es que los ‘socarrats’ de Paterna, ‘souvenir’ cerámico desde l’Horta Nord, se han convertido en materia de museo. Entiéndase, no los que posiblemente decoren los muros de su vivienda, o enseñe montados sobre un soporte en una vitrina o aparador, sino aquellos horneados entre los siglos quince y dieciséis.
Tales losetas de barro cocido sin vidriar, con una de sus caras decorada gracias a esquemáticas pinturas de los más diversos motivos, y ubicadas entre las vigas de los techos, son madres, y padres, de los actuales ‘socarrats’. Producto que entonces, dada su utilitaria función, no debió de resultar especialmente caro, aunque en la actualidad cargue con un destino estrictamente decorativo.
Cal o caolines ucranianos
Lo de ‘socarrat’ (achicharrado) resulta bien claro: las piezas se hacían, y se hacen, al horno, aunque, al contrario que el azulejo tradicional, el típico de Manises (ahora en l’Horta Sud), sin ese barniz de sílice condimentado con óxido de plomo como fundente. Acabado mate y punto.
Básicamente, un ‘socarrat’ consta de la base seca de barro, pintada con, por ejemplo, una mezcla de tierras caolínicas (del mineral caolinita, abundan en Ucrania), decorado con diferentes pigmentos.
En cuanto a esos colorantes, para trazar las figuras decorativas, se habla del uso de almazarrón (óxido de hierro) o de almagre (cuarzo y silicatos de aluminio: arcilla roja en general) para colores bermejos, más bióxido de manganeso o más tarde negro de carbón (es un derivado del petróleo) para los brunos. Los baldosines que se producen hoy, por cierto, poseen elementos para potenciar el resultado final.
Se usaron tierras caolínicas, típicas de Ucrania
Técnicas y métodos
Es el caso de usar un ‘engobe’ (blanco o coloreado) sin utilizar caolín, conteniendo además una sustancia de tipo ‘defloculante’ (en román paladino y muy esquemáticamente: impide que se hagan grumos). Lo demás es posiblemente igual a como seguramente fue. Se confecciona, se hornea (alcanza unos novecientos grados centígrados), se enfría y se pone a la venta. ¿Qué es lo que hace importante los históricos?
Además del método en sí (como se ve, el mismo, con mejoras técnicas en todo caso), o de la parte meramente artística, no dejan de componer en el fondo, para llevarlo al mundo actual, un ‘instagram’ de la época medieval en la huerta valenciana y, por extensión, del modo de vida entonces en el Levante nuestro. Fauna y flora, escenas cortesanas, animales fabulosos. Incluso símbolos religiosos tanto cristianos como islámicos (así, versículos coránicos).
Decoraron entrevigas y aleros, y se utilizaron en proclamas públicas
Demonios en los aleros
Abundan hasta heráldicas, y no menos las representaciones del Butoni, el diablillo, espíritu o monstruo con el que se asustaba a la chavalería, para que no se portara mal, en l’Horta, pero también en las Riberas Alta y Baixa, el Comtat, el Camp de Morvedre o La Safor, en la actual Comunitat Valenciana, y en la catalana Terra Alta, aunque en estas comarcas se denominase respectivamente Bataroni, Toni, Butatoni, Botoni o Batoni.
Según restos y crónicas, además de su uso para decorar las entrevigas, se usaron también para hermosear aleros (lo que los emparenta, por ejemplo, con los ‘voladissos’ o voladizos de Mutxamel, en l’Alacantí, donde los azulejos vidriados o no, o piedras de colores, se utilizan con idéntico fin), y en proclamas públicas. Quizá de ahí la variedad de motivos ornamentales, que, dentro de su estilo esquemático, lo mismo enfilaban por la deriva fantástica que realista o satírica.
La Italia renacentista compró grandes partidas de alfarería valenciana
El alfar muslime
‘Socarrats’ o productos semejantes se sabe que abundaron antaño prácticamente en toda la hoy Comunitat Valenciana, en especial donde arrancó y arraigó la alfarería, así como en zonas de Cataluña y Aragón, aunque los que triunfaron, por así decirlo, fueron los de Paterna, en lenguaje publicitario de hoy ‘los únicos originales’. Pero esta difusión, tanto del producto paternero como de sus remedos o duplicados, nos da pistas.
El alfar muslime se aclimató en el Levante para acomodarse en plazas como Manises, en l’Horta Sud, donde aplicó, a la cerámica, técnicas como la de la loza dorada de reflejos metálicos, añadiendo óxidos sobre el esmalte antes de una tercera cocción, puro producto estrella manisero. Desde la conquista valenciana por parte de Jaume I (1208-1276), en 1238 tales artes y oficios comenzaron a extenderse, aunque cada cual, claro, defendió sus especificidades.
Expansión internacional
Pero las poblaciones crecieron. Y València, la metrópoli del área, iba a vivir un Siglo de Oro entre el quince y el dieciséis (alargando así, claro, el concepto de centuria). En la capital, crecieron las grandes obras, y se potenció el comercio, para beneficio de los productos generados en l’Horta. Como la cerámica.
En pleno siglo quince se sabe que hubo fuertes pedidos de cerámica valenciana desde una Italia sumergida en pleno Quattrocento (cuatrocientos), en el mismo umbral del Renacimiento (que durará oficialmente hasta el dieciséis). Este comercio consiguió asentar la cerámica valenciana, y que, aún hoy, sigamos decorando nuestras casas con algo que alguien inventó hace unas seis centurias.