Para los sociólogos, un buen parque temático permite que, desde que aparcas en el estacionamiento, entres psicológicamente en otro mundo. Los de Disney lo hacen, desde el coche hasta las atracciones, en etapas, en un guion que ya es plantilla. Lo de meterte por la calle ingeniero Mira (la ‘carretera a la playa’) y encontrarte con arboleda a cada lado le echa un aire. Pero es algo más.
Son también artificiales y con afanes tematizadores, argumentales, por supuesto, aunque los parques Alfonso XIII y Reina Sofía parten del mismo concepto, la reinvención, dándole otro enfoque: reinventan la naturaleza sirviéndose de esa misma naturaleza, que al final acaba por deglutir, asilvestrar, la reinterpretación.
Dos aplicados ingenieros
El invento inicial se debe al ingeniero aspense Francisco Mira (1862-1944), que lo dirigió y, además de calle, goza hasta de museo en la ciudad; y al cartagenero Ricardo Codorniu y Stárico (1846-1923), quien ejerció de inspector jefe. El primero, al que ahora su ciudad natal ha dedicado un parque que literalmente desemboca, claro, en la calle Agrónomo Mira, se puso a lo de repoblar vegetalmente las dunas de Guardamar en 1900.
Se impuso lo de parar la constante labor correosa y sepulturera de la duna móvil, la arena empujada por la brisa marina, durante 28 años. Agaves (pitas), palmeras, cipreses, eucaliptos y pinos carrascos, piñoneros y marítimos, el elemento más evidente a simple vista, se sumaron a una labor de vallado orgánico apoyada por un sembrado de hierbas meleras o pegamoscas, uñas de león y vegetales ‘llorones’ (con ‘melena’).
Francisco Mira repobló también las faldas del castillo de Santa Bárbara
Repoblaciones y ecologismos
Ingeniero de montes, sabía bien lo que hacía: tenía ya experiencia. Se fogueó cuando, tras licenciarse, fue primero jefe del distrito forestal de Albacete, para ir en 1899 a la Dirección de Montes del distrito forestal de Murcia y Alicante. En 1905 lo nombraban inspector general del Cuerpo de Ingenieros de Montes. A él se le debe también, por cierto, la repoblación (1912) del monte Benacantil, sobre el que reina el alicantino castillo de Santa Bárbara.
El segundo, Codorniu, por aquí no obtuvo tanta fama, pese a que disfruta de una no menos jugosa biografía. Ecologista a ultranza, regeneracionista (como la Generación del 98, “me duele España”, pero menos literarios y más prácticos y cientifistas) y uno de los propulsores del esperanto (1887) como lengua universal, repobló sierra Espuña. Como curiosidad, uno de sus nietos fue el ingeniero murciano Juan de la Cierva (1895-1936), inventor del autogiro.
De sur a norte, los parques van perdiendo artificialidad
De sur a norte
Comencemos el paseo: en el núcleo puramente urbano y al norte, en una ciudad que está literalmente dividida en varios núcleos poblacionales. Desde pareados con pinares a hoteles, apartamentos y chaletería lujosa. Iremos, ya en el meollo urbano, de más artificial a más salvaje. Con la excepción del más meridional de todos, el de les Nyores, cuatro hectáreas que sirven de avance de todo lo que nos vamos a encontrar. Un resumen de naturaleza reinventada en distintos niveles.
Ahora ya, dejando atrás rotondas varias con palmeras y césped, más cañaverales de tanto en tanto, la urbanización Puerta del Cairo, construida en los noventa, nos proporciona el primero de los parques, y el más artificial. Rodeada de edificios, la plaza central está abierta y abordable por los pasajes puertas de Riad, Damasco y Trípoli.
El Rebollo es de todos el de aspecto más ‘natural’
Palmeras y pinares
Aquí hay arboleda real combinada con palmeras blancas y artificiales, en un ambiente a lo Arabia Saudí. Pero nosotros buscamos parques grandes. Porque sí, tenemos el bulevar de palmeras de la avenida Cervantes (que desemboca en Ingeniero Mira). Pero, ¿qué pasa con el Reina Sofía? Estanques, flora del lugar digamos que bien peinadita y fauna variada y selecta (anátidas varias, ardillas y galápagos).
También un auditorio. Más que isla, península domesticada (en 1991), pero preñada de naturaleza, del siguiente: el grande, el Alfonso XIII, el de Mira y Codorniu, el ‘original’, 800 hectáreas, ocho kilómetros cuadrados, y un recorrido entre pinares que nos va a llevar hasta la misma desembocadura del río Segura. Incluso podemos apreciar los restos de una rábida califal (mezquita y varios oratorios), del siglo X y caracteres inscritos en árabe clásico.
Los últimos núcleos
A la vera interior del parque, la Casa de Cultura, con Museo Arqueológico Municipal, donde habita la íbera Dama de Guardamar, desenterrada el 22 de septiembre de 1987 en el Cabezo Lucero (en realidad, se trata de una minuciosa copia, puesto que el original se encuentra en el Marq, el Museo Arqueológico Provincial). A la vera exterior, el Mediterráneo, donde desemboca el Segura a 325 kilómetros de su nacimiento en Santiago-Pontones (Jaén).
¿Y a la otra orilla? Más Guardamar, y nuestro último parque. Pero si queremos llegar tenemos que darle al cuerpo marcha atrás, ir a por el coche y salir a la carretera N-332. Nos topamos con otro núcleo poblacional guardamarenco, entre chalés y pareados. Andando, nos haremos el camino a la playa El Rebollo. Una pasarela y papeleras figuran entre la escasa decoración artificial. Aunque diseñado por los ingenieros, es una bocanada de supuesta naturaleza salvaje.