Seguramente sea porque el clima ha permitido que en aquellas latitudes la presencia de frondosos bosques, guardianes de tantas historias y secretos como la imaginación humana ha sido capaz de producir, sea mucho más numerosa que en las latitudes mediterráneas. O, quizás, porque aquí, para esas cosas, se ha mirado más al mar que al interior. Sea como fuere, lo cierto es que en la Marina Baixa no proliferan las leyendas en las que los árboles sean los grandes protagonistas, algo que sí sucede en la cornisa cantábrica o en Centroeuropa.
Pero para toda norma, hay una excepción; y esa la encontramos, por ejemplo, en Altea, donde una vieja historia rompe con la tradición, mucho más extendida aquí, de conferir poderes sobrenaturales a las piedras o accidentes geográficos (la más conocida, seguramente, sea la historia de Roldán y el hueco del Puig Campana); y centra su atención en un árbol… y en una mujer.
Elementos clásicos
La verdad es que los elementos fundamentales de esta vieja y poco conocida historia de la Villa Blanca, no difieren mucho de los ingredientes básicos de cualquiera de estas historias. En primer lugar, tenemos el árbol. Por otro, a una mujer que, además, era pobre de solemnidad y, al contrario de lo que aparece con frecuencia en este tipo de literatura en países protestantes, muy devota.
Y terminada la historia, que relataremos ahora, tenemos el tercer ingrediente fundamental: la muerte. La Parca, siempre presente en una forma u otra en las leyendas antiguas, y que siempre acaba convertida en un personaje principal de todas estas historias.
La mitología del Mediterráneo está más plagada de historias sobre piedras y accidentes geográficos con poderes sobrenaturales
Pobreza y hambre
El caso es que cuenta la leyenda que, en la Villa Blanca, vivió en su día una muy anciana mujer que no tenía prácticamente nada y que era pobre de solemnidad. Su pobreza la obligaba a mendigar comida entre sus vecinos, algo que no siempre saciaba por completo su hambre. Por ello, cuando lo que le daban los alteanos no era suficiente, acudía a un peral silvestre que crecía en las afueras del pueblo.
Sin embargo, la mujer no era la única que acudía a ese árbol para saciar su hambre. En épocas en las que la pobreza no era una realidad poco común, muchos niños de Altea también sabían de la existencia de aquel peral y se adelantaban a nuestra viejecita, menos hábil que ellos, y la dejaban en ayunas.
Esta leyenda narra la historia de una anciana que pidió la ayuda de la Virgen para poder comer
Ayuda mariana
Como ya se ha indicado anteriormente, y fruto de la tradición católico-cristiana de España, a diferencia de las protagonistas de historias similares en la literatura centroeuropea, la mujer que buscaba en el peral alteano su sustento era muy devota. Por ello, y visto que cada vez le resultaba más complicado competir con los niños que se le adelantaban en las ramas del árbol, decidió pedir ayuda a la Virgen.
La vieja le pidió a la madre de Jesús que, cuando alguien trepara al árbol para coger peras, quedase atrapado en las ramas hasta que ella lo autorizase a bajar. Pese a la aparente crueldad de esa súplica, y muy al contrario de lo que cabría esperar de un ser tan bondadoso como la madre de un Dios, se dice que su petición fue atendida, pero que ella nunca abusó del privilegio concedido y que lo administró con prudencia y bondad.
Tras una dura negociación, consiguió engañar a la Parca y hoy en día sigue vagando por Altea
Engañar a la muerte
Así las cosas, la mujer pudo aplacar su hambre y siguió cumpliendo años. Pasado el tiempo, la muerte acudió a Altea en busca de la vieja. A pesar de la precariedad que había marcado su vida, la mujer se divertía viva, le gustaban el pueblo y los montes y no quería perderlos para siempre, por lo que, sabedora de que la Parca estaba tras sus pasos, buscó una manera de escapar de ella.
Dice la leyenda que, no se sabe muy bien cómo, la mujer fue capaz de engatusar a la Desdentada para que subiera al árbol y tratara de coger alguna pera, y allí la dejó un tiempo. Atrapada la muerte entre las ramas del peral, la vieja y ella entablaron una dura negociación y la Parca no tuvo más remedio que borrarla de su lista.
Sigue vagando por Altea
Desde entonces, la protagonista de esta historia sigue vagando por Altea como una anciana más, que a diario recorre las calles de su precioso casco antiguo. Por ello, si alguna vez pasean por la Villa Blanca y se cruzan con una anciana que les invita a trepar a un peral para saborear una sabrosa pera, no se fíen y sigan su camino. Porque ya se sabe que en todas las leyendas, hay algo de verdad.